Los zapatos de José “Pepe” Mujica

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Por Frank Fonseca Espinosa | 14 mayo, 2025 |
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Estos eran los que usaba en una conferencia de prensa en la Universidad Iberoamericana (UIA), en la Ciudad de México el 2 de diciembre de 2019 (foto de Reuters)

Estos son los zapatos de un expresidente de Uruguay. Para muchos, podría resultar contradictorio que un jefe de Estado calzara algo tan sencillo. Pero no son los zapatos de cualquier presidente o mandatario: son los de Mujica, un hombre humilde, del pueblo, del campo; de esos que caminan ligeros por la vida, sin equipaje, sin ataduras materiales, de los que encuentran la dicha en lo esencial y saben vivir, quizá, con un solo par de zapatos.

Mujica vivió una vida suprema, despegada de las banalidades de nuestro tiempo: austeridad convertida en poder, discurso directo y corazón campesino en medio del barro político.

Pero su carácter y amor por la vida y el prójimo se forjaron como guerrillero tupamaro, cuando conoció los barrotes de la cárcel como prisionero político. Fueron años de encierro, dolor y soledad. Una soledad que, a veces, compartía con libros, cuando podía; otras veces, con ranas, hormigas y los bichos de una cárcel húmeda.

> “Estuve más de diez años preso, y varios años sin que me trajeran un libro, sin nada. Aprendí a hablar con las hormigas, con las ranas, con los bichitos. Para no volverme loco.”

De ese abismo emergió no con odio, sino con una visión más humana de la vida, de la política y del poder.

El presidente atípico

José “Pepe” Mujica fue un presidente atípico, con un gobierno atípico y una vida alejada de las élites políticas y de los privilegios. Eligió vivir como la mayoría de los uruguayos. Conocido por conducir su viejo Volkswagen Fusca y por donar hasta el 90% de su salario presidencial, su vida sencilla contrastaba fuertemente con los protocolos y lujos del poder.

“No soy pobre. Pobres son los que necesitan mucho para vivir”, solía decir.

El orador mundial

Poseía una oratoria directa, sencilla, pero profundamente humana. Una sabiduría templada en el dolor y el desgarro, que transmitía con pausa, tocando las fibras más sensibles del corazón. Esa virtud le ganó el respeto internacional y el cariño de los más jóvenes, que se deleitaban escuchándolo. Predicaba con el ejemplo, con la virtud de ser coherente entre pensamiento y acción.

El símbolo

Mujica parte de este mundo como un referente internacional, símbolo de humildad y vocación de servicio al ser humano. Como Jesús, aprendió a lavarle los pies a sus hermanos.

Testamento

Pepe Mujica no quiso monumentos ni estatuas. Pero su memoria ya es piedra viva en la conciencia de quienes aún creen que es posible hacer política con los pies en la tierra y el alma en la utopía.

Sus restos serán cremados y volverán a la tierra de su amada chacra, junto a su perro de tres patas.

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