Madres a prueba

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Por Anaisis Hidalgo Rodríguez | 14 mayo, 2023 |
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A la izquierda, Yolaidi y su hija Ailén, a la derecha plano superior, Aleida y su hijo Leonar, y en el plano inferior, Leordanis y su hijo Leandro/FOTOS Anaisis Hidalgo Rodríguez

Hay madres que son flor y coraza, luchadoras eternas, centradas con la esperanza en el futuro, de esas que, a pesar de los golpes que les da la vida, aún siguen dándole a la vida, sueños. Algunas pasan inadvertidas en nuestro diario andar, pero el carácter con que se enfrentan a la adversidad y el amor con que enfrentan la vida, nos revelan sus nombres: Aleida, Yolaidi y Leordanis.

Son estas tres madres granmenses que compartieron esos azares que por la vida y la genética privaron a sus hijos, desde los primeros meses de vida, del sentido auditivo. Sobre cómo descubrieron sus progenitoras la chocante noticia, sus desafíos, temores y  maneras de crecerse ante esta realidad, va este reportaje.

ALEIDA

Fue exactamente a los diez meses de nacido, que la familia del jiguanicero Leonar Rodríguez Fonseca, descubrió la incapacidad auditiva del pequeño.

“Me valía de un lenguaje de señas inventado por nosotros para comunicarme con él. Al diagnosticarse en la consulta de audiología, fue remitido a La Habana, tenía entonces tres años. A los dos meses del tratamiento, fue implantado”, narra su madre Aleida Fonseca García.

“Gracias a Dios no fue necesario aprender lenguaje de señas, nos comunicamos a través del lenguaje verbal aunque Leonar también ha aprendido la lectura labio facial.

“Temor siempre hay, ¿dudas? …incalculables, pero tuve mucha fe. Me dije, si otros han podido, él también. Tuve muy claro que debía hacer todo por el futuro de mi hijo. Nunca había ido a La Habana, imagínese soy del campo, recuerdo que en una ocasión hasta me “carteriaron” (término popular que se usa para referirse al robo de la billetera o monedero). No todas las experiencias fueron buenas, pero me sobrepuse. Él por encima de todo.

“Fue un proceso difícil. Leonar fue un niño que dio trabajo rehabilitar porque no quería trabajar. En ocasiones venía de Jiguaní a la consulta en Bayamo, por gusto…las enfermeras me decían “con calma, mamá, no se desespere. Yo me bebía las lágrimas”.

Mas cuando todo parecía despedazarse, esta madre amorosa se empinó y buscó maneras para motivar a su hijo: “Formé con los niños del barrio una escuela para fomentar ese aprendizaje. Puse todo mi empeño y valió la pena. Recuerdo que un día llegué del trabajo y él estaba hablando con alguien. Al escuchar sus palabras y aquellas frases tan completas, solté el grito, pero esta vez, de felicidad”.

YOLAIDI

Un ruido estremecedor en la casa, puso sobre aviso a los padres de Ailén de la Caridad Rodríguez Brito sobre la discapacidad auditiva de la niña, para entonces, de 11 meses de edad.

“Brito, mi hermano habló del caso con el doctor Pedreira, quien al verle la coloración del iris, nos fue avizorando con mucho pesar que tenía una sordera neurosensorial profunda, algo que ratificaron los exámenes producto de un Síndrome de Waardenburg (una afección hereditaria que involucra sordera, mechón blanco en el pelo y heterocromia del iris, o sea, de diferente color, o con colores que no son los convencionales). Iba a cumplir el año”, expone su madre, Yolaidi Brito Ocaña.

“A mí me hablaban en la calle y yo lloraba a cántaros. Ella fue un embarazo deseado. Si la vida virara atrás yo la quisiera a ella como es; pero te mentiría si te dijera que no hubiera querido que la historia hubiera sido diferente.

“A partir de ahí todo fue sacrificios. Yo no estaba de acuerdo en implantarla, por temor a llevarla a un salón, pero a los cuatro años entendí que de otra manera no se iba a desarrollar su vocabulario, ni iba a tener un futuro…después del implante todo ha sido un reto.

“Se obtienen alegrías, pero se sufre. Ella tuvo una cirugía complicada, pero todo ha sido gratificado con creces. Lo primero que dijo fue papá. Nadie sabe lo que yo sentí cuando por vez primera me dijo: “mamá”.

“Yo la traía a rehabilitar. Si ella no podía venir, yo captaba todo lo que debía vencer en cuanto a vocabulario y se lo enseñaba”, narra Brito Ocaña.

Esta joven madre, profesora de Medicina interna en la Universidad abandonó profesión por dedicarse en cuerpo y alma a su hija.

“No quería que otras personas intervinieran en el cuidado de la niña. Lo abandoné todo, y no me pesa. A la vez sentía que tenía que ser independiente. Pedí una caballería de tierra por la Ley 300, empecé con una vaquita, y fui desarrollando la Agricultura y la ganadería. Fue un período de mucho sufrimiento, pero se logran cosas. La vida te pone retos, pero tus hijos te dan la fuerza para seguir adelante y crecerte.

“Ailén se ha insertado en la sociedad maravillosamente. Ha sobrepasado mis expectativas. Al cabo de los ocho años, al ver lo bien que se comunicaba, me dije, bueno, este es el momento de empezar a trabajar, y me reincorporé a la vida laboral, como secretaria docente en el sector de la Educación”.

LEORDANIS

Leandro Idalberto Hidalgo Orazma, fue uno de los primeros niños granmenses en someterse a un implante coclear.

“A los diez días de nacidos, en la consulta con la pediatra, manifesté mi preocupación porque el niño no reaccionaba a los ruidos. Estando en el hospital, se cayó una bandeja y todos los niños lloraron, menos él.

“Eso me puso alerta, más conociendo que mi mamá es muda. A los siete meses cuando le hicieron la audiometría le detectaron una hipoacusia.

“La parte dura de esto es la espera. Leandro se diagnosticó a los siete meses y hasta los cuatro años y medio no fue implantado. Se acercaba la etapa escolar y no escuchaba ni articulaba palabras. Estaba en la edad límite del implante, pensé que no lo iba a lograr.

“Fue una espera larga, pero beneficiosa. No es lo mismo el Leandro que no escuchaba nada, al de hoy, aunque hay que repetirle muchas veces las palabras y modificarle la pregunta porque todavía el nivel de interpretación no está desarrollado, pero nada comparable.

“Siempre estuve dispuestas a implantarlo. Para mí, fue una vía milagrosa de ver progresar a mi hijo. Ya con mi mamá había tenido esa experiencia, y no quería que Leandro viviera lo mismo, esa comunicación tan difícil. Me ayuda bastante que él escuche, que tenga el implante, que pueda interactuar socialmente”, recalca su madre Leordanis Orazma Gutiérrez.

El infortunio unió la vida de estas tres madres más la amistad, la solidaridad y el apoyo, afloró tras cada consulta. Supieron así, sobreponerse a los percances, a los temores, a las aflicciones y la incertidumbre. Aquellas tristezas compartidas, entretejieron una amistad que hoy fructifica en un armonioso proceso comunicativo, sin más intermediario que la ciencia.

 

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