
Pocos conocen que el primero en nombrar al cerdo como mamífero nacional, fue el profesor Vicente Berovides, uno de los grandes defensores del medio ambiente cubano y no el grupo Buena Fe con Eliades Ochoa, como algunos sustentan.
Imagino que tal postulado germinó en el discreto humor criollo del referido catedrático y en nuestra incondicional preferencia por la exquisita carne del marrano, verraco, cochino, macho o ñaero, calificativos de ese animalito, que a pesar de su familiar presencia,
no es ni endémico, ni autóctono de nuestro país.
Era costumbre de los conquistadores plantar semillas y dejar crías en los territorios habituales de sus rutas, para asegurar alimentos en el futuro. Imagino que esa reiterada acción estimuló la renombrada frase: “guarda pan pa’ mayo y maloja pa’ tu caballo”.
Así de sencillo llegó el “chancho” a nuestro país y no a través de los revendedores o carretilleros habituales.
A veces preguntamos, ¿por qué el cerdo camina con la cabeza agachada? En honor a la verdad, debe ser por vergüenza, sobre todo al conocer el elevado precio que la mayoría de esos negociantes imponen cada día a sus carnes. Afortunados quienes logran desarrollar tales habilidades…
Contradictoriamente digo esto porque en cierta ocasión, al ponerse en boga los DVD, pensé en comprar uno, pero como el dinero no me alcanzaba, (como siempre), invertí en un ejemplar lo poco que tenía, para duplicar así la economía.
Pasé varios meses alimentando como pude a “Servilio” y en pocos meses lo llevé a un mercado agropecuario para venderlo, pues la mayoría de los vecinos coincidían en que aquel “bicho”, parecía un sijú platanero: viejo, feo, anunciador de mala suerte y de
bajos ingresos personales.
El dinero llegó rápido a mis manos, con una salvedad: acababa de perder sesenta y seis pesos en el pesaje, se me cortó la respiración y juré, bajo férrea sentencia, no criar más.
Conozco a muchas personas que se las ingenian para tener siempre a mano un cabizbajo en venta, especie de escapada perfecta, recreada a través de la picaresca nacional:
Cuenta mi amigo “El Cheque” que un inspector de Higiene y Epidemiología llegó a su casa tras conocer su dedicación como criador de “machos” y con toda intención le preguntó:
-Compañero ¿cómo mantiene a esos sementales?
-Con las sobras de la comida -contestó el productor.
-Mal hecho, la Sociedad Internacional Protectora de Animales prohíbe esa acción, usted deberá pagar una multa de quinientos pesos por mal alimentar a sus cerdos -sentenció el inspector.
Al cabo de dos meses el fiscalizador se personó nuevamente al lugar de los hechos con similar interrogante:
-¿Actualmente qué le da de comer a sus cerdos?
Y el “Cheque”, pensando en la multa anterior le dijo:
-Bueno, primero le suelto un plato de potajes colorados bien calenticos… luego un entremés de jamón y queso, y de postre, un flan de leche.
-¡Sigue usted con las mismas barbaridades! -exclamó insultado el verificador-. Mire, ahora la multa asciende a seiscientos pesos, sus cerdos están mejor alimentados que cualquier ser humano.
Pasados tres meses de aquel incidente, volvió el inspector con la misma cantaleta.
-Por favor, camarada, ¿cómo marcha la alimentación de sus crías?
Y mi amigo, pensando en el excesivo recargo monetario, precisó:
-De lo mejor, por las mañanas les doy cinco pesos a cada uno y ellos se compran lo que les da la gana.
Moraleja: Cualquier coincidencia es pura semejanza, o viceversa.