
Manuel Ángel Ramírez Peraza es el típico liniero: mide un metro y 85 centímetros, es delgado, habilidoso y no le intimida la corriente, aunque, en honor a la verdad, este fue un temor que superó durante el aprendizaje del oficio de electricista.
“Confieso que le tenía miedo a la corriente, cuando veía un cortocircuito levantaba los pies, porque creía que la corriente también cogía la tierra.
“Fue después del Servicio Militar que, animado por Pedro Saborit, un amigo del barrio, fuimos a la Dirección municipal de Trabajo a ver qué nos ofertaban. Nos propusieron pasar un curso en la Empresa Eléctrica. Yo me eché para atrás, pero Pedro me dijo: ‘Compadre, ahí es donde pagan un poquitico más’, y asumí el desafío”.
El muchacho que apenas lidiaba con el temor, resultó el segundo expediente de la escuela, uno de los más de 200 linieros graduados en el país aquel año y uno de los ocho bayameses que lograron titularse.
Mucho ha llovido desde entonces. Participó en la zafra azucarera y cumplió misión internacionalista en Angola. Allí, según relata, sacó tantas minas como pelos tiene en la cabeza, mas contó con la dicha de que ninguna le privara de la vida.
Después de esta vivencia, se consolidó como instructor internacional de todos los voltajes. La experiencia acumulada durante cinco décadas de trabajo como liniero y jefe de brigada, maniobrando líneas de 110 mil y 33 mil Volt, avalan su inclusión como miembro de la comisión evaluadora de las provincias orientales.
Acostumbrado al dinamismo de este oficio, Ramírez Peraza no se quedó de brazos cruzados tras la jubilación; al contrario, apostó por entregar su sapiencia a los futuros linieros que se forman en la escuela de capacitación de la Empresa Eléctrica de Granma.
Desde 2014, lo vemos desandar los angostos y pulcros pasillos; en el terreno, asesorando las prácticas en caliente que ejecutan los estudiantes; insistiendo en la seguridad del trabajo y la certificación de los instrumentos, dígase gomas, guantes, mantas…
“Mi mundo ha sido la Empresa Eléctrica. Esta ha sido para mí toda mi vida, desde los 17 años estoy sirviendo en el sector, ya tengo 69”.
El calibre de este liniero se puso a prueba en disímiles trabajos en caliente, ejecutándolos o liderando con buen tino las brigadas, sin la ocurrencia de accidentes, algo que lo enorgullece; también ha participado en numerosos contingentes encargados de restablecer el servicio eléctrico en alguna demarcación afectada por los huracanes.
Todavía se conmueve al recordar el panorama desolador que dejó el Dennis por territorio granmense.
“Reinstalamos las líneas y los postes, pusimos todo nuevo. En La Habana, mientras me superaba en un curso, también fui movilizado para formar parte en la recuperación del servicio en varios territorios damnificados”, asevera.
Por estos tiempos en que el peso de los años conmina a la calma, Ramírez Peraza rememora con añoranza aquellos días en que asumía estos y otros desafíos, como la instalación del servicio eléctrico en las escuelas de Casibacoa, municipio de Bayamo.
“Trabajábamos hasta las 12 de la noche, las cuatro de la madrugada. En mis tiempos no teníamos hora para llegar a casa. A veces nos quitábamos la ropa y con la misma teníamos que salir a solucionar alguna interrupción”.
Ya reincorporado, ha descubierto en la pedagogía una nueva vocación, a la cual concatena conocimientos y lecciones de vida para que sus hijos adoptivos lleguen a ser personas de bien.
Ramírez Peraza detesta la inactividad. Es como si la continua faena con la energía eléctrica le hubiera trasferido vigor y dinamismo. Por eso no es de extrañar que a sus 69 años desafíe, machete en mano, a los más bisoños chapeando las áreas de prácticas, que recorra largas distancias en bici para llegar a su trabajo, o lo encontremos podando árboles…faenas típicas de un liniero de alto voltaje.