María de la Cruz Silega, una Makarenko enamorada de la enseñanza

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Por Orlando Naranjo Escalona | 27 agosto, 2025 |
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FOTO/ Orlando Naranjo

Con apenas ocho años al triunfo de la Revolución Cubana, la vida de María de la Cruz Silega Despaigne, de piel negra y ascendencia social muy humilde, estaba destinada a cambiar para siempre como parte de una generación formada por y para el proyecto socialista.

Oriunda de la comunidad rural de Dos Palmas, actual municipio de Palma Soriano en Santiago de Cuba, recibe sus primeras letras en el colegio Patricio Lumumba de su localidad, donde cursa hasta el quinto grado antes de trasladarse al seminternado de montaña de Los Hornos de Guisa. Su potencial es pronto detectado para integrarse a la cantera de nuevos educadores que demandaba el país en sus ambiciosos programas educacionales.

“Me inicio en la emblemática escuela formadora de Minas del Frío, en la Sierra Maestra y así me convierto en una de las “Makarenko”, nombre que recibimos con orgullo aquellos jóvenes que nos formamos bajo el riguroso y dedicado plan inspirado en el pedagogo soviético de igual apellido, esa fue la semilla de mi amor por la enseñanza”.

Su formación se extendió por cinco años, un año en Minas del Frío, dos en Topes de Collantes y otro en Tarará, hasta realizar sus prácticas docentes en Guantánamo y graduarse, en julio de 1970, oficialmente como maestra.

“Cada etapa fue fundamental: en Minas, aprendí no solo las técnicas pedagógicas, sino también a adaptarme ante cualquier circunstancia. Mis años en Topes y Tarará fueron igualmente enriquecedores en mi dedicación y compromiso con los estudiantes, en tanto realizar mis prácticas en Guantánamo me permitió ver de cerca las realidades educativas del país y me motivó a dar lo mejor de mí en cada aula”.

Su primer y más duradero reto lo asumió de inmediato, fue seleccionada para prestar servicios en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en el actual municipio granmense de Bartolomé Masó, en un compromiso inicial de tres años que, debido a su excepcional desempeño y amor por este terruño, se extendió por el resto de sus días.

“Fue un período de gran crecimiento personal y profesional, trabajar en un ambiente donde se valoraba tanto la educación me llenó de orgullo y responsabilidad. Al principio, albergaba mis sueños en las aulas y en cuartos para profesores, pero en la medida que mi familia crecía – con el nacimiento de un varón y dos hembras, que son mi mayor orgullo–, me fueron asignando apartamentos más espaciosos y confortables.

Silega, quien en 1982 se tituló como licenciada en Historia, Español y Lenguas Extranjeras, en el Instituto Superior Pedagógico Blas Roca, de la ciudad del golfo del Guacanayabo, a menudo se pregunta, qué hubiese sido de ella en otra sociedad sin las oportunidades y derechos que, en la Cuba revolucionaria de Fidel, le han servido para forjarse una rica trayectoria y una fuerte vocación de servicio que ha trascendido las aulas.

“Como docente obtuve la condición de Vanguardia Nacional y el Premio Especial del Ministro de Educación entre otros tantos galardones; me mantuve por 16 años como dirigente sindical de base llegando a ser miembro del Comité Provincial de la Central de Trabajadores de Cuba entre 1990 y 1992; he sido delegada de circunscripción y presidenta del Consejo Popular de El Caney de Las Mercedes en uno de mis dos mandatos, en estos roles, tuve la dicha de ayudar a muchas personas a encontrar sus rumbos y mejorar sus días”.

Su militancia política es igualmente destacada. Tras ocho años en la Unión de Jóvenes Comunistas, en 1979 ingresó al Partido Comunista de Cuba, organización a la que aspira a pertenecer hasta sus últimos suspiros.

“Mi compromiso con el Partido ha sido parte integral de mi vida. He sido miembro de sus Comités Municipal (en Bartolomé Masó) y Provincial (en Granma) y delegada al Quinto Congreso desarrollado en octubre de 1997 y hoy, con 74 años de edad, me desempeño como Secretaria General del Núcleo partidista de la Zona 60, labor que asumiré hasta que mis militantes lo decidan”.

Reconocida por su cubanía, jovialidad y carisma, rara vez se le ve molesta, su incondicionalidad sin límites a la Revolución también le ha granjeado un prestigio y un respeto en el barrio donde es miembro activa de la Federación de Mujeres Cubanas y los Comités de Defensa de la Revolución.

“Mi amor por mi comunidad y por mi Revolución me impulsan a seguir trabajando para ellas hasta el último de mis días. A las nuevas generaciones siempre les digo que cada uno tiene un papel que desempeñar, que luchen por sus sueños y por Cuba, que mantengan viva la llama del amor a la patria y que nunca olviden que el verdadero cambio comienza desde adentro, desde uno mismo”.

El tránsito feliz desde la tierra de Maceo a la de Céspedes es el viaje de una maestra que encarna la obra de la revolución cubana y que, fiel a su estirpe mambisa, no ha dejado de pelear y poner a prueba el amor por la profesión a la que ha dedicado gran parte de su vida.

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