Cuenta la leyenda que el martes o viernes13 son días aciagos, de mala suerte, aunque en honor a la verdad las connotaciones negativas que les atribuyen, carecen de fundamentos científicos.
Una de las teorías sobre la superstición del numeral refiere a los apóstoles que asistieron a la Última Cena, en la que Judas Iscariote, uno de los apóstoles más misteriosos de la Biblia, considerado el número 13, traicionó a Jesús y lo entregó a los romanos a cambio de 30 monedas de plata.
Respecto al tema no hay una anécdota estrictamente cierta, todo depende de las creencias que cada persona tenga, por eso contaré el asunto a mi manera, considerando algunos pasajes reales, con alguna pinceladas de ficción, para seguir en el rango.
El caso es que Arquímedes, un transportista jubilado y vecino cercano, no hay quien lo obligue a pronunciar el 13. Para él ese digito no existe desde que llamaba a los pasajeros para abordar el ómnibus en la terminal. Todo fluía de maravillas hasta el 12.
-El que le sigue-decía luego de una pausa intencionada:
-¿Qué número? – peguntábamos intencionadamente los de entonces.
– Chico, ¿Tú no sabes contar? El que le sigue-Y saltaba al 14, para evitar el cubanísimo ¡Tócate! o Mientras más al norte más ingleses.
Refieren ciertos filósofos que la relación del numerito con la desgracia, tiene su origen en la divinidad romana que da nombre a Marte, el señor de la guerra, y si los romanos se tomaron en serio la influencia de los dioses en su vida cotidiana, hago lo mismo con la estampa de hoy.
No pretendo polemizar, me sumo a sus tendencias, porque lo sucedido a Vilma, la correctora de prensa, este martes 13 de mayo, único reflejado así en el calendario de 2025, es para creer en el maleficio de la fecha.
Nuestra compañera apuraba el paso matinal para llegar al periódico, cuando inesperadamente resbaló con un desecho estomacal de algún ser vivo:
-¡Qué maravilla!, dicen que esto trae buena suerte ¡Ojalá me escuchen los dioses del Olimpo!
Se limpió las zapatillas como pudo, cumplió las tareas laborales y,de regreso a casa, prendió su fogón de leña, sin percatarse que de la hornilla sobresalía un madero seco que enredó su bata de casa: rodó por el patio la olla de tres válvulas, el mango quedó roto y el reguero de madera carbonizada repartió el calor por todas partes.
Frente a la inesperada desgracia, las lágrimas brotaron a punto de un diluvio particular y cuando estaban a punto de estallar una llamarada de improperios, llegó el fluido eléctrico.
Vilma respiró a sus anchas, la alegría en el rostro, el estrés casi desaparecía:
-¡Qué buenoooo! Déjame terminar la comida en el otro fogón-Dijo y al encender la hornilla de inducción , retornó el apagón, sin previo aviso.
-¿Cómo es posible que me suceda esto hoy, justamente el día que pisé la buena suerte?
Confieso que ese martes 13 no pude aguantar la carcajada por lo narrado. En lo personal tuve una jornada diferente, positiva. Temprano en la mañana llegué a la bodega a comprar el café correspondiente a diciembre, del año precedente y de paso los cigarros del quinto mes del actual año.
No obstante, los del barrio estábamos preocupados: el apagón resultó menos agresivo, llegó el agua en el horario previsto y el pan de la libreta estuvo a tiempo, aunque muchos vendedores ambulantes, comercializaban el suyo a 35 pesos, para no olvidar el poder que tienen los símbolos en nuestras culturas.
Aunque Arquímedes y Vilma protagonizaron hechos reales, relacionados con la fobia que genera la efemérides, todavía existen frases y temores que permanecerán ocultas durante muchísimos años.