
El 24 de febrero de 1895 estalló la Guerra Necesaria en distintas regiones de Cuba, de acuerdo con las orientaciones de José Martí Pérez, definido por el General en Jefe Máximo Gómez como “el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento”.
En los primeros días de febrero ya estaba en Santo Domingo para trazar la estrategia a seguir con el General Gómez y recalcar su disposición de viajar a Cuba. Sin embargo, la opinión del viejo dominicano y otros era que debía regresar a Nueva York para garantizar el envío de expediciones con hombres y recursos. Nadie como él podía convocar y obtener esa ayuda.
Luego de una larga y difícil discusión, respetó la medida disciplinadamente, con la conciencia de que no podía ser él quien causara el más mínimo daño a la unidad revolucionaria.
Pero un inesperado hecho cambió esta decisión. El 9 de marzo el periódico dominicano Listín Diario, reprodujo la noticia transmitida por su homólogo estadounidense The New York Herald, en el que se afirmaba que Martí ya estaba junto al General Gómez en los campos de Cuba.
Apreciando la repercusión de semejante información, renació con fuerza la necesidad política y moral de su presencia en la manigua insurrecta. Además, replicaba que no podría convencer a nadie en las migraciones sin llevar, al menos, el premio de haber estado en Cuba Libre y participar en un combate. Ningún argumento en contra pudo convencerlo.
AGONÍA Y DEBER
En la ciudad de Montecristi, el 25 de marzo, escribió varios textos eminentes, como la carta al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, la despedida a la madre Leonor Antonia Pérez Cabrera y la proclama que anunciaba al mundo las causas de la guerra, conocido como el Manifiesto de Montecristi.
En la primera, comunicaba al noble amigo: “… escribo, conmovido, en el silencio de un hogar que por el bien de mi patria va a quedar, hoy mismo acaso, abandonado. Lo menos que, en agradecimiento de esa virtud puedo yo hacer, puesto que así más ligo que quebranto deberes, es encarar la muerte, si nos espera en la tierra o en la mar, en compañía del que, por la obra de mis manos, y el respeto de la propia suya, y la pasión del alma común de nuestras tierras, sale de su casa enamorada y feliz a pisar, con una mano de valientes, la patria cuajada de enemigos”.
Los objetivos de su estancia en tierra cubana los precisó de manera indubitable: “Acaso pueda contribuir a la necesidad primaria de dar a nuestra guerra renaciente forma a que lleve en germen visible, sin minuciosidades inútiles, todos los principios indispensables al crédito de la revolución y a la seguridad de la república”.
A Federico Henríquez le confesó que su responsabilidad comenzaba con la lid bélica en vez de acabar y que nunca sería para él la patria triunfo, sino agonía y deber. Y, fiel a su voluntad de estar en Cuba Libre, le subrayaba:
“Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo…”
En varios correos, a sus colaboradores y amigos en el exterior les justificaba el alcance político, moral y público de su presencia en el corazón de la guerra. El 1 de abril decía a Gonzalo de Quesada Aróstegui: “Ya Usted sabe que servir es mi mejor forma de hablar”. En otra misiva a Enrique Collazo Tejeda, le reiteró su disposición al sacrificio último: “He dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura de su amor, cuanto hombre puede dar… Creo que no me falta el valor necesario para morir en su defensa”.
EN TIERRA CUBANA
A fin de cuentas, Martí regresó a Cuba, con el General Gómez y otro puñado de patriotas, el 11 de abril de 1895, después de una ausencia forzosa de 15 años y seis meses. Lo hizo por La Playita, cerca de Cajobabo, en la parte oriental de la isla.
En la manigua, vivió sus últimos 38 días regocijado de cada incidente de la contienda. Aunque había dicho que era una vida en agonía, ahora confesaba que era un gran gozo estar entre hombres en la hora de su grandeza.

Sus impresiones más íntimas iban quedando estampadas en su extraordinario Diario de campaña y algunas cartas familiares. La vida del combatiente, el dirigente revolucionario, quedaban grabadas en circulares de guerra y cartas a los dirigentes de la revolución, dentro y fuera del país.
Los decisivos aportes de Martí a la independencia desde 1868 le merecieron un justo reconocimiento por parte de las fuerzas insurrectas. Al caer la tarde del 15 de abril, los principales jefes insurrectos, tras una propuesta de Máximo Gómez, decidieron nombrarlo Mayor General del Ejército Libertador.
Respecto a cómo recibió él, allá en lo íntimo de sí, aquel nombramiento, declaraba en carta a Gonzalo de Quesada: ¡De un abrazo, igualaban mi pobre vida a la de sus diez años! Me apretaron largamente en sus brazos”.
En el calor de la guerra apreciaba la efervescencia patriótica, sobre todo el masivo apoyo de la población a los revolucionarios. Los veteranos le declaraban que jamás recibieron del país ayuda semejante.
El 25 de abril, desde Filipinas, cerca de Baracoa, Martí y Gómez le escribieron al General Masó: “… nos es especialmente grato, en el primer descanso forzoso y brevísimo para el trabajo de organización saludar a Vd., y en Vd., al patriotismo inflexible…”. Y, a la vez le transmitían: “… y anunciarle que inmediatamente nos ponemos en camino hacia ese territorio, a fin de no perder instante en el cumplimiento del urgentísimo deber de fijar con el mismo brío por Vd. ya demostrado, el carácter irrevocable de la guerra, y tomar todas las medidas necesarias a su eficacia y rápida extensión”.
El plan de marcha hacia la región de Manzanillo quedó claramente delineado: “Esta carta sólo precederá unos cuantos días a nuestra llegada a la comarca donde ha sabido Vd., en corto tiempo, con nuevo lauro para su historia, desenvolver a la vez los dos caracteres que salvarán la guerra y la harán corta: la actividad y la nobleza…”
La formación del Gobierno insurrecto impulsaba a Martí y a Gómez hacia un pronto encuentro con Masó. Al jefe militar de Baracoa, comandante Félix Ruenes Aguirre, le comunicaron al día siguiente: “Invitamos a Ud., pues, formalmente a cumplir este deber supremo, enviando desde ahí enseguida a Manzanillo, donde a la fecha se halle el General Bartolomé Masó, el representante que los cubanos revolucionarios de Baracoa envíen a la Asamblea de Delegados que allí se reunirá…”
El mismo plan se lo transmitía Martí, el 30 de abril, a Gonzalo de Quesada: “Antonio Maceo no sabe cómo darse manos a ordenar sus 6000 hombres. Y nosotros, a caballo, recogiendo y sembrando, a llegar pronto a Masó y más allá damos forma, para mayor autoridad y presteza, y en plena forma de ley, a fijar la unidad, generosidad e incorruptibilidad de la guerra”.
En las circulares para los jefes insurgentes les recordaba los principios sobre los cuales cimentar el levantamiento armado: oponerse a la devastación innecesaria, a la violencia inútil y solo deponer las armas con “el reconocimiento de la independencia del país”.
Luego, el 5 de mayo, en la entrevista de La Mejorana con el General Antonio Maceo, trataron sobre la organización política y militar de la contienda: el General Gómez seguiría en la jefatura del Ejército Libertador; la extensión de la guerra al occidente del país y la formación del Gobierno revolucionario.
El llevar la llama insurrecta hasta Pinar del Río significaba darle a la insurrección un carácter nacional, factor determinante para conquistar la independencia. Martí, apoyado por Gómez, expuso la necesidad de que el país estuviera dignamente representado por un mando civil, en tanto el ramo militar tenía entera libertad para actuar. Con ello buscaba un justo equilibrio entre ambos poderes.
Sin embargo, Maceo proponía como máximo órgano de la revolución una junta de generales con mando, con lo que sobredimensionaba el aspecto castrense.
En cuanto a Martí, debía regresar a los Estados Unidos para organizar el envío de expediciones armadas. Pero el Delegado no quería abandonar la amada tierra sin dejar constituido el Gobierno insurrecto, hijo de una asamblea constituyente.
Poco después, al relatar lo acontecido ese 5 de mayo expresó: “Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno”.
EN TIERRAS DE JIGUANÍ
En busca del General Masó, puntal del proceso revolucionario, Martí y Gómez siguieron hacia el valle del Cauto, pensando localizar al ilustre prócer en la comarca de Manzanillo. El propósito era trabajar todos juntos en la formación del órgano civil y diplomático de la revolución.
El 10 de mayo cruzaron el río Cauto y llegaron a la hacienda La Travesía, en tierras de Jiguaní. Los atendieron el coronel bayamés Juan Francisco Bellito y los hermanos jiguaniseros José Rafael y José Rosalío Pacheco Cintra, hombres de las tropas de Masó. Ya el General Masó estaba cerca, pero pensando que andaban por Hato del Medio, había seguido hacia la zona de San Luis.

La espera de Masó la reflejó Martí en su diario del modo siguiente: “En lluvias, jarros de café, y plática de Holguín, y Jiguaní llega la noche. -Por noticias de Masó esperamos. ¿Habrá ido a la concentración con Maceo?”
Por su parte, el General Gómez anotó en su Diario de campaña: “… nos dirigimos, (siempre rumbo hacia donde nos podamos ver con el General Bartolomé Masó) a la Jatía, pasando por “Dos Ríos” y la “Vuelta Grande”. De aquí comisión para averiguar el paradero del General Masó”.
Los días pasaban en la escritura de circulares y cartas para activar la guerra y evitar que el enemigo cuente con recursos alimentarios. En consecuencia, prohibieron el traslado de ganado a ciudades y pueblos.
Las jornadas transcurrían para Martí con el baño en el río Contramaestre, curarse unos nacidos (golondrinos) y rescatar cartas a los dirigentes independentistas en Camagüey y Las Villas.
El 17 de mayo, Gómez salió a sorprender un convoy español que andaba por Venta de Casanova, unos 20 kilómetros al oeste. En tanto, Martí quedó en Dos Ríos, con una escolta de 12 hombres, a cargo del teniente Chacón. Faltaban tres días para la hecatombe.
PARTE II
El sábado 18 de mayo de 1895, en Dos Ríos, comarca de Jiguaní, el Mayor General José Martí, empezó a escribir una carta a su gran amigo y confidente, el abogado mexicano Manuel Mercado y de la Paz: “… ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Pero ese ideal encarnaba una consagración de años y cuidadosos pasos estratégico-políticos con el propósito de preparar a los pueblos latinoamericanos para la verdadera vida republicana y democrática.
Por eso, le completaba en esa misiva su gran misión: … “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin…”. Y, en una misión profunda y exacta le contaba: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: y mi honda es la de David”.
Esta carta quedó inconclusa, y adquirió carácter de testamento político. Tuvo que suspender la redacción en las primeras horas de la noche por la llegada del General Bartolomé Masó Márquez al campamento, con cerca de 350 hombres, entre ellos, los coroneles Joaquín Estrada, Esteban Tamayo y Juan Masó Parra, y el teniente coronel Amador Guerra.
El batallador combatiente y Martí se fundieron en un abrazo. Ambos tuvieron la infinita satisfacción de conocerse personalmente. Las cartas que Martí le venía dirigiendo mostraban, de manera irrebatible, la profunda admiración por aquel otro hombre de La Demajagua, el héroe de Bayate, iniciador de dos guerras por la libertad. De igual modo, saludó a los jefes y oficiales que le acompañaban.
En medio del rancho, bajo la luz de unas velas, ambos próceres conversaron de los urgentes temas de la contienda, sobre todo la organización del gobierno insurrecto y la elección de los delegados a la asamblea constituyente.
El integrante del Estado Mayor de Masó, el joven teniente Manuel Piedra Martel, recordando el arribo de la tropa a La Bija y el encuentro con Martí, atestiguaba: “… Martí y Masó apenas reunidos se habían apartado un tanto del resto del grupo, y acomodados en sendos taburetes de cuero, hablaban entre sí. A la distancia que los demás nos encontrábamos de ambos personajes, sus palabras se hacían ininteligibles y únicamente percibíamos el timbre de la voz de Martí… hablaba mucho y de prisa, como quien necesita expresar muchas ideas en corto tiempo”.
El General Masó quería acudir en auxilio de las operaciones que realizaba Gómez por Venta de Casanova, pero se razonó que podrían confundirse en las idas y venidas, en vez de serle útil. Por tanto, decidió acampar en la Vuelta Grande, donde la caballería de Bayamo y Manzanillo podría contar con abundantes pastos.
A las 10:00 de la noche, se despidieron con la esperanza de verse todos en el nuevo campamento al otro día, en horas tempranas.
LA VUELTA GRANDE Y EL ÚLTIMO DISCURSO
En la madrugada del domingo, Martí escribió unas notas a Gómez dándole noticias de la llegada de Masó con sus fuerzas la noche anterior y su salida para la Vuelta Grande. Ese parte de guerra vino a ser, realmente, su último escrito.
En la Vuelta Grande pudo saludar nuevamente a Masó y seguir la conversación de los aspectos principales de la estrategia política y militar de la contienda liberadora.
A las 11:00 de la mañana llegó el general Gómez, cuya presencia produjo un intenso júbilo entre las tropas. Los cornetas tocaron a formación con el objetivo de tributar honores militares al Generalísimo. Los combatientes prorrumpieron en entusiastas vítores a Gómez, Martí, Masó, Maceo y a la independencia de Cuba.
Una vez establecido el silencio, Gómez pronunció una encendida arenga, llamando a los soldados de la patria al cumplimiento del deber y secundar los planes estratégicos de extender la guerra hasta los confines de Occidente. De seguido, el General Masó exhortó a todos a continuar en la demanda hasta alcanzar el sueño dorado de la libertad.
El último en hablar fue Martí, quien comenzó encomiando al benemérito patriota Bartolomé Masó, al General Guillermo Moncada y a otros jefes orientales por haber sostenido viva, en difíciles circunstancias, la llama liberadora. Señaló que, gracias al patriotismo y a la entereza de ellos la lucha se mantenía en pie y que con la Revolución llegaría el triunfo de la verdadera República y el decoro del hombre.
A tono con estas ideas, en rápido bosquejo, expresó: “La Revolución triunfará por la abnegación y el valor de Cuba, por su capacidad de sacrificio y decoro de modo que el sacrificio no parezca inútil, ni el decoro de un solo cubano quede lastimado. La Revolución trabaja para la República fraternal del porvenir. Sobre las filas heroicas la bandera de Cuba abatirá al opresor…”.
Aquellas palabras dichas con emoción, arrancaron aplausos continuos. En un rapto de profundo patriotismo, profirió: “Por la causa de Cuba, dejaré que me claven en la cruz”.
Los gritos de viva la independencia de Cuba y vivas a los tres distinguidos generales, sellaron el compromiso de luchar por la independencia absoluta. El General Gómez anotó en su diario: “Pasamos un momento de verdadero entusiasmo… Se arengó a la tropa y Martí habló con verdadero ardor y espíritu guerrero…”.
LA MARCHA A DOS RÍOS
Después del almuerzo, sobre las 12:00, llegó el teniente Ramón Álvarez, a toda carrera, con la noticia de que escuchó disparos en dirección a Dos Ríos. Poco después, el capitán Víctor Ramos confirmó que había una columna española en esa zona. Se conjeturó que los colonialistas venían sobre el rastro del General Gómez, desde Ventas de Casanova.
Era una media brigada dirigida por el coronel Ximénez de Sandoval y Bellange, compuesta de unos 800 hombres de las tres armas. Pero todavía se hallaba en la orilla derecha del Contramaestre, extendida desde Dos Ríos hasta La Bija.
El General Gómez decidió partir para frenar el avance enemigo por esa zona de campamentos y tránsitos de los mambises. Ordenó al General Masó que le siguiera con sus fuerzas a retaguardia. Por eso, siguieron al General Gómez unos 400 efectivos.
El insurrecto Manuel Piedra Martel, precisaba bien la manera en que se salió de la Vuelta Grande: “En el orden de marcha que traíamos, el General Gómez estaba en el centro con Martí, los generales Masó y Paquito Borrero, y la mayor parte de los demás jefes, formando un grupo de 50 a 60 entre todos”.
Encontraron el río Contramaestre crecido, a causa de las recientes lluvias, pero el General Gómez cruzó por el vado de Santa Úrsula, seguido de Masó, Borrero y Martí. Otros grupos atravesaron las aguas por otros puntos, por lo que las tropas quedaron un tanto desorganizadas.
No obstante, a las voces de Gómez y sus ayudantes, avanzaron compactas contra la vanguardia española, formada por unos 40 hombres de la caballería de Hernán Cortés, mandada por el capitán Ubaldo Capar. En pocos minutos, una parte quedó destrozada a tiros y tajos de machetes y otros clamaron rendición.
La agresividad mambisa fue detenida por las descargas cerradas de otra compañía formada en línea, cuyo flanco izquierdo llegaba hasta cerca del río Contramaestre.
Antes de arremeter nuevamente contra los adversarios, Gómez reunió las fuerzas e instruyó sobre el ataque por los dos flancos. Le señaló a Masó que con sus ayudantes se sostuviera en la retaguardia, detrás de una cerca; y ordenó a Martí que también se mantuviera a la zaga, por no ser aquel su puesto.
LA HECATOMBE DE DOS RÍOS
La decisión de Martí de entrar directamente en el corazón del combate de Dos Ríos ha sido uno de los temas más controvertibles en la historiografía cubana. Generaciones de historiadores han narrado e interpretado de diversas maneras el qué, el cómo y por qué ocurrió la sensible caída del Apóstol de la independencia.
La mayor parte de esos análisis surgen del poco cuidado que Gómez y Masó, sobre todo el primero, tuvieron con el Delegado. Otros, más acertados, buscan las raíces en las cualidades martianas: decisión, valor e ímpetu. Sin el abordaje de ese estudio previo, todo acercamiento a la esencia de este debate será fallido.
El General Gómez, sencillamente, le ordenó quedarse atrás. Era una orden. Pero quien había convocado a los hombres a la guerra, quien había sido acusado injustamente, de incapaz de batirse en la manigua cubana, quien acababa de invocar la muerte y su disposición al sacrificio por la patria, no podía quedarse a la zaga, protegiendo su vida, mientras otros libertadores se batían como leones.
Por eso, después de estar unos momentos al lado de los hermanos Dominador y Ángel de la Guardia, ayudantes de Masó, invitó al último a seguirlo. A galope se lanzaron hacia donde sonaban los disparos. Martí llevaba un revólver Colt en ristre y Ángel un Winchester. El humo de los fusiles impidió a los demás descubrir su movimiento.
Pero se desviaron demasiado a la derecha del grueso de los combatientes, casi paralelamente al barranco del río Contramaestre. No se percataron que entre las altas hierbas estaba oculta la quinta compañía del Segundo batallón peninsular, la cual abrió fuego sobre los dos jinetes.
Martí fue alcanzado por tres disparos que pusieron fin a su vida. Cayó sobre la tierra sagrada de la patria, “de cara al sol”, como él auguró en sus versos. Había ocurrido la hecatombe de Dos Ríos.
El alférez Ángel de la Guardia trató de cargarlo, pero no pudo por los muchos disparos a su alrededor. Logró salvar la vida protegido detrás de su caballo y la ayuda de su hermano, el teniente Dominador.
El General Gómez, desesperado por la infausta noticia, se lanzó, acompañado de una pequeña fuerza, al lugar del suceso, a fin de recobrar a Martí vivo o muerto. Pero las descargas cerradas frenaron todo avance.
Una vez reconocido Martí por los españoles, por sus pertenencias y los testimonios del capitán Enrique Satué Carbonell, quien lo había conocido en Santo Domingo, y del práctico y traidor Carlos Chacón, el coronel Ximénez de Sandoval ordenó marchar rápidamente hacia el fuerte de Remanganaguas, situado al noroeste.
Sean estas tierras de la provincia de Granma, desde 1895 hasta hoy, la mejor prueba de la más pura y luminosa vida de campaña de un hombre íntegro y esencial de la patria, uno de los hombres más grandes de América. Su obra ha sido de mucho beneficio para la Humanidad.
FUENTES: Antonio Serra Orts: Recuerdos de las guerras de Cuba 1868 a1898 (1906); Gerardo Castellanos: Los últimos días de Martí (1937); Máximo Gómez: Diario de campaña (1941); Enrique Loynaz del Castillo: Memorias de la Guerra (1989); Rolando Rodríguez García: Dos Ríos: a caballo y con el sol en la frente (2001) y Martí: Los documentos de Dos Ríos (2001); e Ibrahím Hidalgo Paz: José Martí 1953-1895. Cronología (2003).