Militar desde las suelas hasta el sombrero, el dominicano-cubano Máximo Gómez Báez (1836-1905) fue, al mismo tiempo, sencillo, sensible, sincero y de buenos sentimientos.
Así lo muestra un relato incluido en su Diario de Campaña, en septiembre de 1884, cuando trabajaba en el llamado Plan Gómez-Maceo, que aspiraba a reiniciar la pelea por la independencia de la mayor de las Antillas.
Textualmente dice: “… en éste lugar me encontré varias familias, a las cuales pertenecía una niña llamada Bernarda Figueredo. Su vista me causó tal impresión, que vacilé dos días para continuar mi marcha; por fin, obedeciendo a la voz del deber pude arrancarme de aquel lugar donde dejaba a la mujer que por primera vez había despertado en mi una pasión tan ardiente, que yo sentía devorarme. Yo no dije ni una palabra a la niña, pero ni siquiera una mirada que le diese a comprender cuanto sentía por ella.
“Salí pues de aquel lugar con el alma llena de tristeza y sin esperanzas z–pasaba el tiempo i la imagen de aquella mujer me perseguía por doquiera, i siempre hasta en medio de los combates la recordé muchas veces.
“Algún tiempo después, supe que las familias se habían refugiado en las filas enemigas; única manera de salvarse de la barbaridad española.
“Perdí entonces toda esperanza de verla otra vez.
“Después, el nombre de Bernarda, que lleva otra mujer, hizo eco en mi corazón, y como la encontré digna de mí la elejí por mi compañera –un secreto de mi corazón sin que ella pudiera saberlo; por coincidencia de nombre y algún parecido en el carácter, y de genio, con la primera que me inspiró tanto amor; necesariamente mucho influyó, debía inclinarme hacia ella. Yo en aquella época me encontraba en la edad de 26 años, en la de las fuertes impresiones; i no podía suceder otra cosa.
“Nunca me he podido olvidar de Manana Figueredo, y cuando supe que se había casado, mi primer pregunta fue que si había sido con un español; –no, me dijeron: con un cubano. Me sentí alegre porque pensé que sería feliz.
“A esa mujer, la he encontrado aquí después de tantos años, en Cayo Hueso al lado de un buen esposo que amo tanto como ella porque creo que la hace feliz –porque lo que siento ahora por Manana Figueredo, es un afecto tan dulce y delicado que me complace, y hace sentirme tan bien cuando pienso que ella y él son felices; yo me constituiría –como una fortuna para mí– en celoso guardian de su felicidad, del mismo modo que lo hago con mi esposa i mis hijos.
“Ojalá pueda yo ayudar eficazmente la independencia de su patria, juramento que a solas me repeti en día dichoso que la conocí en San Luis de Bayamo; y que ahora, después de algunos años i a través de tantas peripecias en la vida de cada cubano, en la mía misma; he vuelto a verla. Y repetirlo.
“A ella le debo sin duda, la mujer a quién he dado mi nombre, i sin duda será por eso que amo tanto a Manana Toro. Hay también un lugar distinguido en mi corazón para Manana Figueredo al lado del dulce recuerdo de mi madre”.
Los biógrafos del héroe han escogido el 18 de noviembre de 1836 como fecha del nacimiento, ocurrido en Baní, capital de la provincia dominicana de Peravia; pero, según el relato transcrito, en febrero de 1869 tenía 26 años, es decir, habría visto la luz en 1842.
Se cuenta que recibió enseñanza primaria impartida por el cura del pueblo, a los 16 años comenzó la trayectoria militar, para ganar al grado de comandante de las reservas locales del ejército español, derrotado en la guerra por reconquistar la República Dominicana.
Ese fracaso propició que Gómez y varios coterráneos, junto a las familias, fueran reubicados en Cuba, donde, asqueado de la corrupción de los gobernantes hispanos y sensibilizado por la esclavitud, renunció al vínculo militar y se sumó a la conspiración independentista.
Dominicanos con experiencia bélica, entre ellos los banilejos Máximo Gómez, Modesto Díaz Álvarez (1826-1892) y hermanos Marcano Álvarez: Luis Gerónimo (1831-1870), Francisco de Asís (1833-1868) y Félix María (1836-1915), fueron maestros de titanes como los Maceo Grajales, Calixto García, Guillermón Moncada, Flor Crombet y otros de los principales guerreros cubanos de la centuria.
Una de sus enseñanzas, tal vez la más recordada fue el empleo del machete de trabajo como arma, para marcar la época con las escalofriantes cargas de la caballería mambisa.
El más brillante de aquellos educadores, cuyo método descansaba en el ejemplo personal, o sea, la dirección protagónica y la exposición continua de la vida, fue Máximo Gómez, nombre inseparable, junto al de Antonio Maceo, de la Invasión de Oriente a Occidente, considerada por experto la mayor hazaña del siglo en el planeta, estudiada en academias y determinante para la derrota final del colonialismo español en América.
Rubricó otras gestas gloriosas, incluidas la invasión a Guantánamo, las campañas Circular, de la Lanzadera y de La Reforma, y las batallas de La Sacra, Palo Seco, Las Guásimas y Mal Tiempo.
Dedicó 30 años al esfuerzo armado por emancipar a su segunda patria; comenzó en 1868, en El Dátil, Bayamo, donde el poeta José Joaquín Palma lo nombró sargento; después fue el único Generalísimo (general de generales) y cerró el ciclo en 1898, con el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba.
La historia lo nombra Maestro de estrategas, El Napoleón de las guerrillas, El General del pueblo, El Viejo, El Primer guerrillero de América y el último de los grandes libertadores del continente.
EL SER HUMANO
Gómez vivió tocado por el amor a los humanos y las bajas pasiones de no pocos compañeros de viaje, fidelidad y traición, valor y cobardía, altruismo y ambiciones, sinceridad y doblez, las luces y las sombras, más frecuentes en tiempos de crisis.
El odio de enemigos, la sangre derramada día y noche, el castigo a violadores de la disciplina, las injusticias, las cargas al machete y las carreras imprevistas, detrás o delante de las balas, no secaron el manantial de humanismo que nació en el pecho de este guerrero.
Baste leer su Diario de Campaña, redactado a saltos y sin tiempo, para ver, a cada rato, frases poéticas, sentencias filosóficas, narraciones singulares, elogios o recriminaciones hacia ciertas conductas, siempre con decencia, caballerosidad y respeto.
El 19 de febrero de 1878, tras informar al General Antonio acerca del Pacto del Zanjón, quiso despedirse de la familia del Titán de Bronce y, al respecto anotó: “Fue una de esa noches tristes para mí metido entre todas aquellas mujeres tan patriotas, compañeras de nosotros en las montañas durante esa terrible lucha de diez años –en donde tanto habíamos sufrido.
“Allí no se durmió esa noche, la pasamos en tristes comentarios…”
Mientras viaja en un vapor, de Boston a Jamaica, el 11 de abril de 1885, ve a sus dos patrias y escribe: “… a las 4 de la tarde hemos dado vista a las 2 Antillas; Santo Domingo i Cuba, los dos pedazos de tierra de mis ensueños. En la primera dejé mi cuna i quién sabe si en la segunda tendré mi sepultura. –En la primera recibí el primer beso del amor más puro. –En la segunda recibí el último. –Allí enterré a mi madre”.
Recibe el 1886 en la capital dominicana, por gestiones del Plan Gómez-Maceo y el día primero está en la casa de su hija mayor, Ignacia, la que había dejado de ver a los ocho meses y ahora tiene 21 años.
El dos de enero, sin saber las razones, está preso y, en medio de profundas reflexiones, precisa: “Yo ayer alegre en el banquete de la familia, en las fiestas del amor; bajo el techo que cobija al honor y la virtud, donde todo es respeto y consideración para mí –y hoy en la cárcel, triste, bajo el techo que ha cobijado tantos crímenes; donde Colón el infortunado, también estuvo preso –yo sin más amigos que mi propio carcelero y mi conciencia tranquila y serena”.
Las expresiones literarias que adornan al Diario de Campaña, las cartas, órdenes, arengas y proclamas, debieran bastar para que Gómez apareciera en el Diccionario de la Literatura Cubana, entre los exponentes de la literatura de campaña, vigorosa rama que creció, a partir del 10 de octubre de 1868, y tan importantes aportes hizo al conocimiento de las guerras por dentro y al reflejo del alma de un pueblo.
Pero antes de su deceso, ocurrido en La Habana, el 17 de junio de 1905, El Napoleón de las guerrillas legó a la posteridad varios relatos y reseñas de carácter histórico, como Recuerdos a mis hijos, Convenio del Zanjón, Francisco Gómez Toro, La Fama y el olvido (diálogo histórico), El Sueño del guerrero, El Viejo Eduá o Mi último asistente y Mi escolta.
El Sueño del guerrero narra el premonitorio encuentro con cierto “fantasma”, mientras dormía, una noche de junio de 1898, cuando estaba llegando a su final la denominada Guerra de independencia.
Termina así: “Recogieron los hijos de los nuevos pobladores la desgraciada herencia de tormentos y martirios que les legó la raza desaparecida al furor de los conquistadores bárbaros y estúpidos. Y tú, insigne, ilustre guerrero que ya estás en vísperas de terminar la gran obra de la redención de esta tierra, por mí descubierta vengo aquí postrado –a sus pies—a suplicarte me consigas el perdón de todos los tuyos y quede cumplida la Eterna Sentencia… Soy Colón –dijo y calló…
“Un sonido estridente me sacó de aquel estado; el corneta tocó diana. Era un sueño”.
HIJO DE BAYAMO
Bayamo, la más cubana de las ciudades, incluye en su abultada cifra de laureles patrióticos el de madre adoptiva del Héroe de Palo Seco. En esta tierra de hombres y mujeres valientes hasta la temeridad, modestos e indoblegables, Gómez entró en contacto con los conspiradores y empezó a pelear por la libertad de la mayor de las Antillas.
Residía en El Dátil y estaba reciente la siembra de los restos de la madre, en la iglesia del poblado, cuando se incorporó a la Guerra Grande (1868-1878).
Así comenzó la segunda y más brillante etapa en la vida del General de generales, quien, el 15 de agosto de 1901, fue declarado Hijo Adoptivo de Bayamo, por acuerdo unánime del Ayuntamiento local.
El 14 de marzo de 1942, a propuesta de la Delegación de Veteranos, el Gobierno municipal confirió el título mencionado a los banilejos Máximo Gómez y Luis Marcano, este último participante protagónico en la liberación de la actual capital granmense.
Con admiración y profundidad escribiría Gómez acerca de la primera ciudad cubana que sería proclamada Monumento Nacional (aunque no le asignaron lo necesario para curar las heridas materiales del incendio sublime):
“A Bayamo seguramente reservará la historia una página tan honorable como gloriosa. Aquel pueblo no se reservó nada: todo, absolutamente todo lo ofrendó a la Revolución. Sin distinciones de clases ni categorías, la población en masa, sin quejas y sin esfuerzos, más bien con altanero orgullo y satisfacción extraña y digna a la vez, abandona el campo al enemigo poniendo fuego a sus hogares”.