De todas sus escenas, hay una que estremece demasiado: el joven atlético y robusto se había convertido en una persona demacrada por convicción propia. Sí, Julio Antonio Mella Mcpartlant había protagonizado una huelga de hambre que pudo costarle la vida porque duró 18 días.
Tenía entonces apenas 22 años –noviembre de 1925- y no fue un arrebato juvenil porque Mella era de los que maduró antes de tiempo; de los que creó movimientos, tribunas, letras y estuvo en la lucha sin cuartel contra la dictadura de Gerardo Machado.
Atlético y enamorado, retador del reloj, defensor de los estudiantes, amigo de los obreros, antimperialista grande, cubano digno. Ese es un retrato del revolucionario asesinado aquella noche del 10 de enero de 1929 en Ciudad de México.
Todavía parece llegar su voz arengando a los alumnos de la Federación Estudiantil Universitaria, la organización que creó y que debe profundizar más en su legado y su historia.
Aún parece que vemos su apretón de manos a Carlos Baliño en la fundación de un partido que se atrevió a llevar el nombre de comunista en tiempos de cacerías de brujas y de estigmas contra la izquierda mundial.
Aquel que quiera conocer de sus pasiones lea sus artículos en las revistas Alma Mater o Juventud. En esas publicaciones late el deseo de armar la revolución social y progresista.
Quién podrá negar que Mella es un referente de la primera mitad del siglo XX. Por su batalla en la Universidad Popular José Martí, nacida de su pensamiento; por su entrega en la Liga Antimperialista o en Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos –fundada en México, su nombre jamás podrá ser borrado de la historia.
Aquello de que fue el cubano que “más hizo en menos tiempo” no es una frase de cumplido porque él parecía estar en todas partes.
Su asesinato, que muchos adjudican al dictador Gerardo Machado, lo eliminó físicamente, pero no borró su huella. Mella está hoy en el emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas, en los combates contra la deshonra, en los deseos de Cuba de empinarse.