
Sonríe ante la primera pregunta para luego responder: “Yo soy un muchachito, un muchachito de 100 años”.
Así dice Sergio Rodríguez Aguilar, un bayamés que el pasado 7 de octubre se convirtió en centenario y celebró el cumpleaños rodeado de buena parte de su parentela, compuesta por seis hijos, 18 nietos, 19 bisnietos y cinco tataranietos.
Creció en el barrio rural de El Chungo, donde trabajó fuerte desde niño, primero en una vaquería y luego en un aserrío, razón por la que apenas pudo llegar hasta el segundo grado de escolaridad.
“Tenía que ayudar a mis padres”, dice, para luego evocar a sus cuatro hermanos y a Gladis Santoya, la mujer con la que se casó y tuvo descendencia. Ella, desdichadamente, no está hace 22 años.
Unos meses antes de la pérdida de su esposa, se había mudado a Micro V, donde vive actualmente, al cuidado de su hija Miriam y muy cerca de otros familiares que lo miman y lo quieren con orgullo.
A su siglo de vida, refiere haber olvidado muchos hechos, aunque nunca borra de su mente que saboreó chicharrones y carné de cerdo asada, ni tampoco que pasó grande privaciones en épocas del “machadato” (el Gobierno de Gerardo Machado).
Sobre su salud comenta que puede “hacer muchas cosas”, como caminar y desyerbar (si hiciera falta), aunque lo golpea la baja audición. “Tengo una sordera que me tiene mal, quiero ir al policlínico a hacerme un lavado de oídos a ver si mejoro”, expresa.
Sergio, curiosamente, es la segunda persona de su cuadra que llega a los 100 años, pues el 22 de enero lo hizo Vicente Cutiño Castillo.
Cuando La Demajagua le habló sobre este hecho replicó que solo “Dios sabe cómo se llega a esta edad” y recomendó a todos los seres humanos a hacer el bien, “que es lo mejor en este mundo”.