
Quienes imaginaron que la selección de Cuba caminaría mucho más en el Campeonato mundial de voleibol (m), con sede en varias ciudades de Eslovenia y Polonia, quedaron con las ganas, pero con la sensación de que el regreso a la élite es una meta posible.
La eliminación de este sábado a manos de Italia (3×1), en octavos de final, volvió a ratificar que no se está lejos de ese primer nivel, aunque para alcanzarlo los cubanos necesitan dejar menos brechas frente a los rivales.
De hecho, fueron demasiados los 44 errores no forzados que cometieron ante los italianos, al igual que la inestabilidad en el juego, en gran medida, por la desconcentración que muestran a ratos y, a esta altura, resulta imperdonable.
Asimismo, llama la atención el discreto accionar de los acomodadores, una de las asignaturas pendientes que hace tiempo arrastra nuestro voleibol, tanto en uno como en otro sexo.
El pase es y seguirá siendo el corazón del juego, sin armadores exactos y habilidosos jamás se podrá llegar a los lugares que décadas atrás exhibimos. Y aunque haya talento, hay que terminar de pulirlo, para -de una vez y por todas- codearnos con lo más excelso de la malla alta varonil en el mundo.
De todas formas, el tránsito del equipo por la Arena Stožice, en la ciudad eslovena de Liubliana, ofreció señales alentadoras, como la condición de líder indiscutible del central Robertlandy Simón y el crecimiento del opuesto Jesús Herrera, máximo anotador del conjunto (83 unidades) y convertido en principal referente ofensivo, porque el auxiliar Miguel Ángel López se mostraba lejos de lo esperado.
La incursión mundialista también dejó más de una enseñanza y la certeza de que aún queda trabajo por hacer, si se pretende retornar a los lugares de privilegio. Mientras tanto, en el horizonte se asoma la Liga de naciones 2023, otra oportunidad que Nicolás Vives y sus alumnos deberán aprovechar al máximo.