Samsung Pérez Motorola, es un nativo digital: Inquieto por naturaleza y preguntón como otros de su estirpe, que pasaba interminables horas aferrado a su móvil, regalo de la tía Gertrudis asumido por el niño como una dependencia de su cuerpo.
Desde muy pequeño las conversaciones del chico siempre giraron sobre las tendencias del WhatsApp, el historial registrado por el Messenger, Instagram, las redes sociales y lo último en política de privacidad, para que ningún intruso le pirateara los datos que celosamente protegía.
Al hablar delataba el dominio alcanzado en la virtualidad de su mundo y el olvido de aquellos juegos tradicionales cubanos, que ahora casi nadie recuerda. Le resultaban extrañas las competencias de sacos, la pelota de trapo, el escondido, empinar papalotes, montar chivichanas, jugar al cuatro esquinas, al “cogío ”, el trompo, las bolas, los palitos chinos, ponerle el rabo al burrito, la gallinita ciega, bailar la suiza…
En su multiplataforma solo había espacio para Far Cry 3 Blood Dragon, Castle Crashers, Minecraft, Plant vs Zombies y otros extranjerizantes videojuegos que intercambiaba en su red de amigos.
Era tal su adición por los juegos digitales de acción que tampoco le alcanzó el tiempo para recrear la fantasía infantil mediante la lectura de aquellos cuentos con los que muchos crecimos: El mago de Oz. Había una vez, La Edad de Oro, Cenicienta…
En cierta ocasión, agotado de navegar en las redes sociales y con los ojos irritador por la cercanía a la pantalla de su teléfono inteligente, lo echó a una lado y acercándose a su padre se interesó por lo que un día contaron los abuelos sobre la cigüeña María y su peculiar forma de llevar los bebés a los hogares.
-Mira Samsungito, no pienso narrarte la historia original porque como siempre andas por el camino de la informatización, asociaré las ideas para que captes mejor la esencia del asunto. El pequeño tomó asiento junto al padre, cruzó las piernas y se dispuso a escucharlo:
-Una noche tu mamá y yo nos conectamos por Facebook y fuimos amigos. Le mandé un e-mail para vernos en el restaurante La Sevillana .Descubrimos mucho detalles en común y nos entendíamos muy bien.
Cuando no estábamos frente a la computadora, chateábamos por el móvil, desde el parque o de regreso a casa, y poco a poco nos fuimos enamorando hasta que un día decidimos compartir nuestros archivos.
Nos metimos disimuladamente en el Windons y le introduje mi dispositivo en su puerto USB. Pasaron los primeros minutos y cuando empezaron a descargarse los archivos, nos dimos cuenta que habíamos olvidado el software de seguridad.
Ya era muy tarde para cancelar la descarga e imposible borrar las huellas de lo realizado. Por esa razón a los nueve meses… ¡Apareció el virus!. ¿Entendiste?