Noelia Sosa Rodríguez, única pescadora del poblado de Ceiba Hueca, en Campechuela, es ejemplo de que las mujeres son capaces de asumir cualquier trabajo o profesión, y ella escogió como vía de sustento familiar la pesca en mar abierto.
Desde muy pequeña es atraída por las verdes aguas, y a la altura de sus 75 años sigue enamorada de esa gran masa líquida que le da el sustento diario.
Claro si usted pregunta por Noelia Sosa Rodríguez las caras muestran incertidumbre ante lo desconocido, pero si dice que busca a Nela la pescadora, todos saben quién es.
Su hogar se encuentra en la parte baja del Haitial, muy cerca de la orilla del mar colindando con los barrios La Avispa y el Estado Mayor, en lo que se conoce por El Campismo, donde convive con su esposo y un hermano, y al lado reside el varón de sus hijos, la hembra optó por las provincias occidentales.
Sin el mar no podría vivir.
Mi padre fue una persona muy conocida y querida en el barrio, cariñosamente se le decía Belele y como pescador nadie le ponía un pie delante. En tiempos de zafra, trabajaba en el central Enidio Díaz Machado.
No recuerdo bien, pero bien pequeña le dije que quería ir a pescar con él, y me contestó que lo haría. Nela pone cara de pensativa.
Un día me dice vamos… y rápido subí al bote. Ya en alta mar, prepara el anzuelo, lo tira al agua y me pone el cordel en las manos. Al rato se pega un bicho, le grito que algo picó y me responde que me haga cargo pues yo quería pescar… a pura lucha saqué aquel pescado, era una sierra como de seis libras…
Después, casi todos los días me iba con él para el mar. Un día me pregunta que qué sentía por la pesca y le digo que me atrae, me gusta mucho. Me mira y me dice que el mar es peligroso pero generoso a la vez: de él se vive.
Ese fue el inicio. Comencé a pescar por la atracción que el mar ejerce en mí, y luego para sobrevivir y alimentar mi familia. Hoy sin el mar no podría vivir.
Una sierra para ir al circo.
Siempre habrá una anécdota por contar, dice Nela y sus ojos brillan por los recuerdos. Una vez vino el circo de Santos y Artigas al poblado de Ceiba Hueca, pero mi papá nos dijo que no había dinero para ir porque no había cobrado todavía.
Como éramos tantos hermanos, la cosa era más fea aún. Salté y le dije… ahorita tendremos dinero. Cogí la taralla y saqué unas licetas y me abro hacia fuera (mar adentro).
Al llegar donde estaba un primo mío me dice que hay sierras. Lanzo y se pega una grande… forcejeo y me paso un gran rato batallando con ella hasta que logro darle la vuelta que es el giro para subirla al bote. Estaba tan pesada que tuve que cogerla por la cola para levantarla.
Ya tengo las entradas para el circo, me dije, y comienzo a ladear la embarcación hacia la orilla y se pega otra. Pensé esta será la de la casa.
Cuando llegué a la orilla se me acerca una vecina y alega que quiere la sierra. La pesamos y tenía nueve libras y media, así que me pagó cuatro pesos ochenta centavos y con eso fuimos al circo y nos sobró dinero.
La vida de un pescador es dura
Nos levantamos a las tres de la madrugada, buscamos con luces las carnadas y nos vamos dando remos hacia los bajos… al regresar por las mañanas, salimos entonces a vender los pescados… es dura la vida de un pescador…
Después que fallece su padre, Nela sigue pescando sola y con botes prestados de vecinos.
Siempre lo recuerdo cuando estoy en el mar. Sus consejos y enseñanzas. Hago lo que aprendí con él, dice con orgullo de hija como prueba de una relación salpicada siempre del salitre del mar.

En esa inmensidad de agua una se olvida de los problemas del día a día, acota y sus ojos relampaguean, pero eso sí, casi siempre traigo la comida de mi familia.
Unas veces son jureles, sierras, pargos u otro pescado. Lo importante es tener que poner a la mesa.
La pesca me ha permitido alimentar a mi familia y ayudar a vecinos necesitados. Las cosas están bien difíciles, pero se sobrevive… lo esencial es no rendirse.
Los tiempos han cambiado mucho. Los peces buscan aguas más profundas, pero siempre se coge alguno.
Como representante de esta comunidad campechuelense, años atrás, Nela participa en una competencia de pesca, en Niquero, desde el muelle, y obtiene el cetro con la mayor cantidad de captura en una hora. Cordel en mano demuestra cuanto de diestra es.
Nela también canta.
Mire usted, sonríe, mi otra atracción es cantar. A la playa de Barandica vino una vez, en meses de verano, el programa Ecos del carnaval, de Radio Granma, y me atreví a subir al escenario para cantar y me gané el premio.
Mueve el bote con maestría, mientras tararea bajo una canción ranchera. No parece ser una mujer de 75 años, aunque lleva las marcas del sol y el salitre. Su voz se escucha melodiosa, un poco de niña, la niña grande que sigue enamorada del mar.
Oiga, y que conste, salgo a pescar todos los días.