El niño de la cadena, breve relato familar

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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 18 enero, 2022 |
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IMAGEN ILUSTRATIVA

Corrían los tiempos difíciles de los años treinta, cuando en la Curva del muerto, desolado paraje cercano a Bayamo, las familias López y Matamoros decidieron juntar sus vidas en singular acto matrimonial.

Pronto nació el primer hijo al que nombraron Yoyi  y como era tan avispado lo colmaron de bondades, entre ellas una cadenita de fantasía, encontrada en el nacimiento del río, cuando la madre lavaba la ropa de la semana.

Como la casa estaba incompleta, el viejo  cavó un hoyo detrás de su bohío y  entre una mata de Moringa y otra de aguacate, construyó un excusado con tablas de palmas reales, a bajo costo, que luego pintó  con lechada de cal, hasta dejarlo “de agencia”.

La situación económica empeoraba en todo el país, pero los padres del niño  atesoraban  la idea de tener en la familia a un profesional de prestigio y hurgando en las posibles variantes  para que entrara en contacto con mejor desarrollo social, recordaron que en Santiago    de Cuba, ambos, tenían familias allegadas.

Establecieron los contactos reglamentarios, le arreglaron la ropa como pudieron y..:

-Quince días  en casa de los matamoros, residentes en Versalles y el resto del mes, para Puerto Boniato, donde vive mi familia.- fue la decisión del viejo.- y sorteando las inclemencias del tiempo, llegaron a “Chago”

Esa mañana de mayo, una de  las tías lo recibió con espléndida sonrisa y una tanda de mangos bizcochuelos, comió tantos que pronto el pequeño sintió deseos de acudir al baño, solicitó el permiso  y salió al patio en busca del espacio para saciar el urgente deseo.

-Jorgito, el baño está dentro de la casa-aclaró la tía más vieja, indicándole el camino.

-¡Ah!, cuando termines, hala la cadena-precisó.

Asombrado, el muchacho penetró en el lugar sanitario, desconocido por él hasta ese momento, tomó asiento en el “blanquísimo trono” y en breve tiempo desocupó el estómago, pero ocupó la mente en pensar como descargarlo.

Luego de varios intentos fallidos por encontrar la solución,  nuevamente la tía le aclaraba desde el comedor:

-Jorgito, para descargar el baño, hala la cadena-precisó con tono dictatorial al apreciar la demora.

Y el muchacho, obediente al fin, tomó la cadena de fantasía que ataba a su cuello y de un tirón la partió en dos, pero el aliviadero seguía intacto.

Comprendió que no era esa la cadena, hasta que  encontró otra pegada al tanque del agua.

-Debe ser esta-Y tiró de ella.

Un fuerte chorro de agua se remolinó bruscamente en el interior de la taza, el corazón del niño latía aceleradamente, los ojos parecían salir de sus órbitas, pensó que al desbordarse aquella agua , correría por toda la casa. Entre el alivio y la angustia pensó:

-¡Mi madre, rompí este aparato!.

De repente el agua volvió a la normalidad, respiró profundamente, secó el sudor de la frente con el canto del pullover y proyectando su voz  entre cortada dijo:

-Tía… ¡ya acabé!

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