Ninguna crónica bastará para narrar en su justa medida la hazaña de la Unidad Empresarial de Base Fuentes Renovables de Energía de la Empresa Eléctrica de Granma. Ocho hombres se negaron a aceptar lo imposible. Con una fe inquebrantable, se enfrentaron al mayor de los desafíos: resucitar el parque solar Camilo Cienfuegos, anegado por el desborde de los ríos y las intensas lluvias.
La tristeza se apoderó de los corazones de quienes habían trabajado de sol a sol para erigir aquella obra de 21.8 megavatios. Ahora, impotentes, veían cómo el agua y el lodo arrasaban con su esfuerzo. Una foto aérea del parque anegado se hizo viral en las redes sociales, y el desconsuelo se desbordó en las pantallas del pueblo granmense.
Sin embargo, ese silencio de derrota no tenía cabida en la voluntad y el compromiso del equipo que lidera Julio Antonio Zamora Aguilera e integran Enrique González Rodríguez, Yulieski Sánchez Corría, Diover Solano Ramírez, Carlos Vázquez Miniet, Alain Quiñones García, Leuvis Capote Álvarez, y Rolando Ortiz Miranda. Su misión era clara: no se trataba de una simple reparación, sino de un acto de redención técnica y esperanza. Volver a sincronizar el parque era imperativo.
Los trabajos comenzaron sin lamentaciones. Día tras día, diagnosticaron las 98 cajas concentradoras y los siete inversores. El paisaje, tras la inundación, guardaba las huellas de una naturaleza furiosa: la tierra, saturada de agua, y los paneles solares, testigos mudos de la embestida del viento. El diagnóstico fue contundente: era necesario reemplazar 38 cajas concentradoras que no resistieron el embate. El agua y el lodo habían ganado esa batalla, pero no la guerra.
Treinta y ocho cajas dañadas, el cableado de los strings, la limpieza exhaustiva de inversores y contenedores tecnológicos… nada de eso detendría su propósito.
La etapa final de la recuperación incluyó un intenso proceso de energización del transformador de uso de planta, lo que permitió restablecer el sistema de control y el banco de baterías, encargados de la medición, protección y control de la instalación. Luego, se procedió a energizar por secciones todo el parque: desde el lazo y las líneas de media tensión hasta los transformadores, para culminar con la puesta en marcha de los inversores.
Y entonces, en la quietud de la tarde granmense, ocurrió el milagro. Los siete inversores, mudos durante semanas, cobraron vida. Un suave zumbido devolvió la música de la corriente a las líneas. No hubo gritos eufóricos, solo un profundo suspiro de alivio y las sonrisas serenas de ocho hombres que, desde el silencio, habían escrito la más elocuente de las crónicas. No con palabras, sino con la luz que, una vez más, comenzó a fluir. Demostraron así que la más potente de las energías renovables no es solo la del sol, sino la de un espíritu indoblegable que se levanta, una y otra vez, para reconquistar la utopía.
