Ocho mártires

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Por Gislania Tamayo Cedeño | 27 noviembre, 2022 |
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Viernes 24 de noviembre de 1871. Los alumnos del primer año de Medicina en la Universidad de La Habana esperaban en el Anfiteatro Anatómico la llegada de su profesor, doctor Pablo Valencia y García, quien impartiría una clase de Anatomía.

Ante la dilatada llegada, muchos de ellos se dispusieron a asistir a las prácticas de disección que explicaba el doctor Domingo Fernández Cubas. Otros entraron en el cementerio y recorrieron sus patios y uno de ellos arrancó una flor, y algunos al salir del anfiteatro, utilizaron el vehículo donde se conducían los cadáveres a la sala de disección, y pasearon por la plaza que se encontraba delante del cementerio.

El vigilante del cementerio Vicente Cobas, hizo una falsa acusación al gobernador político Dionisio López Roberts, manifestando que los estudiantes habían rayado el cristal que cubría la tumba donde reposaban los restos de Gonzalo Castañón, un agitador político y periodista español.

Después de visitar el cementerio, el gobernador político López Roberts visitó la cátedra del doctor Juan Manuel Sánchez Bustamante y García del Barrio, quien daba una clase de Anatomía descriptiva a los alumnos del segundo año de Medicina incriminando a los estudiantes de una violación que no habían cometido. El intento fue fallido.

Otro segundo momento sucedió cuando López Roberts irrumpió en la clase de Anatomía descriptiva que explicaba el doctor Pablo Valencia García a los alumnos del primer año de Medicina.

En el aula repitió su acusación y esa vez tuvo éxito. El catedrático Valencia tuvo una postura cobarde.

Los que estaban en clases ese día fueron a prisión, excepto un alumno peninsular y militar del cuerpo de sanidad a quien el gobernador político absolvió de culpa por considerar que no había participado en el supuesto delito.

Cuarenta y cinco jóvenes comenzaron a ser juzgados por un consejo de guerra. Algunos inconformes solicitaron un segundo consejo que fuera más severo.

Ocho fueron las víctimas, de las cuales las cinco primeras le fueron fáciles de escoger. El primero fue el joven Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, quien había arrancado una flor del jardín situado delante de las oficinas del cementerio. A él le siguieron Anacleto Bermúdez y Piñera, José de Marcos y Medina, Ángel Laborde y Perera y Juan Pascual Rodríguez y Pérez, por haber jugado con el vehículo de transportar los cadáveres destinados a la clase de disección. Los tres restantes se escogieron al azar. Ellos fueron Carlos de la Torre y Madrigal, Carlos Verdugo y Martínez y Eladio González y Toledo.

El Diario de la Marina, que representaba los intereses españoles, valoraba:

“Con una indignación solo comparable a lo infame del atentado, hemos sabido de la sacrílega profanación que se ha efectuado en el antiguo cementerio: unos miserables han roto los cristales que cubrían las lápidas de los nichos que guardaban los restos de Don Gonzalo de Castañón. Ni valor ni nobleza pueden tener los que profanan las sepulturas, los que no respetan los inanimados restos del que asesinó un plomo traidor del que presentó su pecho al hierro enemigo en el combate (se refiere a que éste muere en duelo con una persona víctima de sus infamias). La justicia tiene el deber de castigar a los culpables. Y un Consejo de Guerra, compuesto del doble número de capitanes, mitad pertenecientes al ejército y mitad a los voluntarios, impondrá la pena que merecen, a los perpetradores del delito. La moral los condena, la historia los llamará asquerosas hienas”.

El sepulcro no fue violado. Solo había sido arrancada una flor en el pequeño jardín y otros cinco jóvenes cometieron la “brutalidad” de jugar con la carretilla que servía para trasladar los cadáveres.

El Cuerpo de Voluntarios de La Habana preparó a su favor un juicio sin prueba alguna, que los condenó a muerte y la iglesia católica le negó sepultura cristiana.

Los estudiantes fueron fusilados a las 4:20 del 27 de noviembre, en la explanada de La Punta, frente al Castillo de los Tres Reyes del Morro, en La Habana.

Los cuerpos fueron a parar en una fosa, sin identificación alguna, para que nadie les rindiera honores, ni mucho menos se les permitió a los familiares la realización de algún homenaje póstumo.

José Martí en su extenso y apasionado poema A mis hermanos muertos el 27 de noviembre, demostró que el asesinato de los ocho estudiantes de medicina en el año 1871 era fuente de inspiración para continuar la lucha contra el régimen español.

En una de sus estrofas, subrayaba: “(…) Cuando se muere / En brazos de la patria agradecida, / La muerte acaba, la prisión se rompe; / ¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!”

Ante el horrendo crimen, el capitán Federico Capdevila, defensor de los ocho estudiantes, declaró: “Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honra de caballero y mi pundonor como oficial es proteger y amparar a los inocentes: lo son mis cuarenta y cinco defendidos”.

Mucho tiempo después Fermín Valdés Domínguez, uno de los alumnos de aquel curso y finalmente condenado a seis meses de prisión, logró que al exhumarse los restos de Gonzalo Castañón, el hijo de éste hiciera una declaración por escrito en la que explicara que en ningún momento el nicho había sido objeto de violación.

Se probaba así que los ocho estudiantes de Medicina, fusilados el 27 de noviembre de 1871, hace hoy 151 años, eran inocentes. El horrendo crimen nunca se olvida. Por eso Cuba rinde tributo cada 27 de noviembre a estos jóvenes honestos.

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