Aún existen esperanzas

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Por Yelandi Milanés Guardia | 1 agosto, 2024 |
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A veces necesitamos ver buenas acciones para que el desaliento provenientes de las malas, no nos robe  la esperanza de un futuro mejor.

Por suerte para mi optimismo, en días recientes fui destinatario de un bello gesto. Un niño que con frecuencia veo cuando me dirijo en las tardes al gimnasio, me brindó unos mamoncillos, y ante mi negativa de aceptarlos me insistió diciendo: “Pruébelos, señor, que están ricos”.

Entonces no me quedó más alternativa que aceptarlos, y mi gratificación fue secundada por un abrazo y una bendición para aquel pequeño, que aunque solo lo conocía de vista, me reafirmaba que cuando creemos que el mundo está patas arriba, por tantas cosas feas que vemos a diario, siempre hay acciones que nos llenan de aliento y nos inducen a creer que no todo está perdido.

Quizás para algunos no tenga trascendencia el actuar de aquel niño de alrededor de cuatro años, pero -en mi caso-  si lo tiene porque evidencia que en los hombres y mujeres del mañana existen atisbos de gentileza.

Y eso indudablemente produce alegría en un presente donde a veces prevalecen los egoísmos y los intereses personales, por encima de la solidaridad y los intereses colectivos.

Si educamos bien a las nuevas generaciones garantizaremos que cuando lleguemos a la vejez, seamos tratados con respeto y consideración, que solo pueden derivarse del cultivo, en los más pequeños, de valores que los conduzcan por el camino de las personas de bien.

Y gran parte de esas costumbres positivas suelen provenir del ejemplo que seamos capaces de dar los mayores a los menores, pues como dice una frase: “La palabra impulsa, pero el ejemplo arrastra”.

Espero y deseo que acciones cómo estás se repitan con más frecuencia, y que otros tengan la dicha como yo de ser beneficiarios de gestos altruistas, porque indudablemente son pequeños detalles que le alegran la vida y el día a cualquier persona.

Evidentemente recogí el buen fruto que algún familiar o persona cercana sembró en aquel infante, y ello me recordó que de igual manera debemos hacerlo en los niños con los que vivimos o nos relacionamos, nos favorezca o no la repercusión de una correcta educación, pues al final un trato afable siempre debe ser bienvenido aunque no nos beneficie directamente.

Dar por el placer de dar, ha sido una filosofía común en varias culturas muy espiritualizadas. No obstante, creo que debería ser un pensamiento de cualquier nación que aspire a un mundo mejor y más solidario, donde no existan segundas intenciones detrás de cualquier accionar.

No importa la grandeza del acto, lo que realmente interesa es todo el bien que se derive del mismo, pues pequeñas cosas conforman las grandes, y algunos gestos altruistas y nobles, aunque se den aislados, pueden hacer la diferencia y reanimar el optimismo que aunque a veces ande alicaído, necesita saber que aún existen esperanzas.