Apresurada por la cercanía de la hora de cierre, entré, otro día de esta semana, a la bayamesa panadería La Montaña, ubicada en la calle Capote, y cuyo deteriorado piso del vestíbulo, había motivado recientemente un comentario en esta página.
Mi prisa se desvaneció de golpe, ya ni era tan importante si perdía el pan de la jornada, pues el mejor alimento, a los ojos y al espíritu, estaba en el piso, ahora completamente renovado.
Recordé lo que muchas veces nos ha repetido el director de este medio de prensa: no importa que a veces no se responda a nuestras publicaciones, pero nosotros no podemos desistir, por ningún concepto, de apegarnos al compromiso que nos asiste con la ética y la verdad, con la voluntad de contribuir a las transformaciones necesarias para el país y el territorio, y, sobre todo, a la alerta continua de que hay incontables mejoras posibles, aun en medio de esta crisis económica.
Se puede hacer, innovar, buscar alternativas, avanzar en medio de las tempestades, claro está, si esa voluntad y el compromiso nos acompañan como principios.
En múltiples debates formales e informales, con colegas, amistades y vecinos, hemos coincidido en que vivimos situaciones más complejas, porque la abulia no pocas veces nos domina, y esa actitud, de persistir, nadie lo dude, nos traerá nefastas consecuencias.
Llegará el momento en que tendremos frente a nosotros, una montaña de problemas a punto de írsenos encima, y en medio de tantas carencias materiales, será más difícil resolverlos.
Vale traer a colación aquellas sugerencias del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, cuando convocó a quitarle todos los días un pedazo a cada dificultad, cuando no sea posible solucionarlo por completo y de golpe.
Nadie de afuera vendrá a hacer lo que nos toca, ni a resolver nada, de todos aquí dependerá transformar progresivamente el país, devolverle su dinámica, mejorarlo en cuerpo y alma, por el bien de las generaciones que hoy lo habitan y de las venideras.
Si solo una hora del día nos concentramos en definir qué más podemos hacer por el bien del pueblo, todos se contagiarán, e irán fluyendo ideas, unas novedosas, otras desempolvadas entre esos cientos de inventivas y alternativas de varios sectores, y de las cuales oímos hablar únicamente en el momento de su nacimiento, porque luego (y no son pocas) fueron a dormir el sueño eterno.
¡Qué bueno, el pan de La Montaña esta vez nos supo a gloria!