Las cocinas, los pepinos… y los demonios

Share Button
Por Sara Sariol Sosa | 26 octubre, 2015 |
0

Volvió a asaltar el escenario, como para prefijar en la mente de muchas personas, esas sensaciones de indefensión e impotencia que parecen no tener fin.

Alguien lo llamó, cierta vez, epidemia silenciosa, un apelativo sui géneris para el fenómeno extendido en Cuba, y practicado por no pocos aprovechados, de acaparar y revender cuanto bien se mueve, más si es de alta demanda.

Sucedió ahora con los módulos de cocina por inducción, una oferta estatal para alegrarle la vida a la gente, y que por culpa de aquellos, ha dejado, al menos en Granma, más sinsabores que satisfacciones.

El suceso ha vuelto a animar la discusión popular sobre  cómo frenar ese anómalo que transita las calles con exagerada impunidad, y se exhibe orondo en kioscos y catres de cuentapropistas..

¿Dónde vamos a parar? ¿Qué podemos hacer para que ese fenómeno no siga complicándonos la vida?, laten en las interrogantes que todos los días se escuchan en los mercados, en las bodegas, en las casas, en las esquinas, en las reuniones de amigos.

La solución, no mágica sino real, se ha planteado de manera tácita en el país: el incremento de la producción de bienes y servicios.

Pero, mientras eso llega, ¿no hay otra cosa que pueda hacerse, para frenar esa plaga que sin escrúpulo alguno, nos hace erogar en unas pocas horas, el menguo salario que nos cuesta todo un mes de esfuerzo?

A muchos todavía nos cuesta asimilar –amén de las razones que movieran su implementación-, la dichosa ley de oferta y demanda, que nos obliga a comprar un pepino por cuatro pesos o tristemente, renunciar a comérnoslo.

Así nos vienen a la mente los ilustres carretilleros, que de todo ofertan, sin haber sudado la camisa, todo porque aquella bendita ley los ampara en el acto de sobre exagerar los precios, y pueden abultar sus bolsillos con facilidad, pues además, pagan por su actividad un impuesto mínimo.

Lo más lamentablemente de todo esto no es solo que no acaba de concretarse ese nivel productivo y fabril necesario, y que muchos cumplimientos y hasta sobrecumplimientos, son perceptibles únicamente en las hojas de informes, sino que en la opinión de muchos, los precios de particulares están hoy influyendo en algunos precios estatales.

En momentos como estos, no queda sino coincidir con la destacada intelectual  Graziella Pogolotti, en que debemos agenciarnos espacios para la indispensable problematización de la realidad, que se reviertan en fuente de rectificación de errores y de estímulo para la búsqueda colectiva de soluciones más renovadoras.