La violencia se ha convertido en una forma de resolver los conflictos humanos, quizás por eso resulta tan frecuente que ante cualquier situación o lugar, las personas reaccionen impetuosamente.
Ante actos de esa naturaleza siempre surgen varias interrogantes para quienes somos espectadores o estamos, de acuerdo con el argot popular, “fuera del agua”, como por ejemplo ¿qué los provoca?
Investigar sobre el asunto arrojó que las causas de tales reacciones en los seres humanos van desde factores biológicos internos, como los genéticos y constitucionales hereditarios; los psicológicos, como el temperamento, el carácter y la personalidad; hasta componentes externos relacionados con las situaciones de estrés del medioambiente. También influyen elementos pre disponentes como el alcoholismo, la drogadicción, las enfermedades mentales, y los trastornos de personalidad en el control de los impulsos.
Hay muchos tipos de violencia, la familiar, intrafamiliar o parental, y es mayor la cifra de los subtipos, en la pareja o conyugal, de género, más frecuente en el sexo femenino; maltrato infantil, a ancianos, o a personas en situación de discapacidad.
Cualquier acto o manipulación sobre una persona o un grupo para impedir que satisfagan sus necesidades, es violencia, y desde mi óptica, nada la justifica, menos si se trata de un niño.
Hace poco presencié cómo un hombre joven le propinó prácticamente una golpiza a una niña que no parecía exceder los siete años de edad, en plena vía pública, cuando esta le pidió con exigencia un barquillo de helado. Mientras, la mujer que iba cogida de las manos con ellos intentó interceder y recibió un empujón.
Cosas como estas nos hacen sentir impotentes e irritados y aunque traté de mediar, me increparon “no se meta, no le importa, es algo familiar, cada cual cría a sus hijos como le da la gana”.
¿Qué sintió la pequeña?, ¿con qué frecuencia sucede?, ¿qué secuela dejarán esos eventos en su personalidad? También me pregunto, ¿olvidó ese individuo que en Cuba se aprobó un Código de las Familias que se sustenta en la dignidad humana en toda su amplitud?
La Carta Magna vigente en nuestro país presta especial atención a la prevención y cuidado frente a manifestaciones de violencia, no solo en el espacio familiar, pues lo extiende a la mirada de género y a los mecanismos estatales para que sea efectivo el enfrentamiento a esas manifestaciones, como acredita el artículo 43, y además, a la no violencia hacia los niños y adolescentes, artículos 84 y 86.
Los menores que se crían en ambientes violentos, con relaciones agresivas entre sus padres o parientes, pueden en el futuro remedar en la sociedad esas conductas, como víctimas o victimarios.
A este Código, que se centra en los afectos, el amor y la búsqueda de la felicidad, lo distingue que sus proyecciones y esencias no se quedan en el debe ser, porque trascienden, es decir, se derivan ante supuestos actos de violencia, consecuencias jurídicas, y su motivación es alejar a las personas agresoras del ámbito familiar y proteger a quienes son vulnerables ante este tipo de situaciones.
Nuestra realidad actual respecto a la violencia difiere mucho de la de otras naciones del orbe, pero ello no significa que todo está solucionado, porque tal estigma tiene varios rostros y conductas, y las más silenciosas, incluso a veces inadvertidas para la sociedad, suceden puertas adentro, en el espacio familiar, heredándose entonces profundas cicatrices.