Hay edades en las cuales todo duele, en mañanas frías o calurosas, en tardes nubladas o soleadas, o sea siempre, levantarse al romper el alba o de una siesta resulta un acto heroico.
Esto tiene como agravantes ciertos “golpes” que pueden lesionar cuerpo y espíritu, como le sucedió a una antigua colega de nuestro paso por la docencia universitaria.
La profesora sostiene una lucha tenaz contra la artrosis de las rodillas y la espina dorsal, junto a otras dolencias, por lo que se vio obligada a buscar un bastón como apoyo ortopédico, pero ella afronta la vida con una actitud jocosa: “Me duele, pero hay que seguir viviendo”, suele afirmar sonriendo.
Hace poco, mientras compraba huevos en uno de los mercados bayameses y su afán era regresar sin “bajas por roturas”, una persona desalmada, le hurtó el bastón (o una serie de sinónimos que van desde robó hasta afanó, si tenemos en cuenta la catadura del ladrón) y “la dejó en eso”, como ahora dicen.
¿Qué angustia! Si censurable es la actitud de la persona comisora del acto delictivo, también lo son quienes estaban al lado y no vieron o fingieron no percibir al agresor, porque es ese su nombre y no otro: la señora tuvo que volver a casa con la delicada carga y sin su puntal y sobre todo frustrada porque hay personas que merecen palos.
A juicio de este comentarista en la cola hubo complicidad, ceguera de la peor o una indolencia que asusta y ahí voy a la primera parte de esta historia con el neologismo precuela como se dice en lenguaje cinematográfico a la obra antecedente de la central.
En la última feria de la avenida Felino Figueredo, en la parte del pescado escuchamos a una “dama” decir: “Ahí viene la vieja ´e porra esa haciéndose con su bastón”; era Sol, nuestra amiga la escuchó y ripostó enérgica pero educadamente:“ Si no tuviera problemas, jamás me acogería a ese beneficio dado por el Estado y las instituciones para personas con discapacidad”.
Nuestra ex camarada no es de esos descarados que se escudan en un carné de impedido para hacer de las suyas, hecho que las direcciones de esas instituciones llevan a punta de lápiz y toman medidas, nos consta.
En la historia principal faltó asimismo alguien con ese sentido justiciero característico del cubano desde los albores de nuestra nacionalidad: “¿Adónde Usted va con eso, es suyo? devuélvalo”, hubiera sido solución, pero ¡Nada!
El ladrón pasó por la escuela, pero las enseñanzas de sus maestros sobre honestidad, solidaridad, respeto… le resbalaron por encima, igual que a algunos de los consumidores
Por suerte, estos seres son ínfimos ante la multitud defensora de esos y otros valores humanos, por lo pronto ya nuestra amiga se apoya en un bastón prestado.