La bondad es una virtud que siempre ha sido bien valorada, y aunque escasa en algunos momentos de la historia de la humanidad, es muy gratificante estar rodeado o conocer personas de buen corazón.
En estos tiempos en que a veces nos parece con tantas guerras, egoísmos y marcados individualismos que del mundo ha sido desterrado el bien, nada puede recibirse con mayor alegría que ver a varias personas actuando correcta y amorosamente.
Sabemos por nuestras propias experiencias que es más fácil hacer el mal que el bien, porque este último implica amar a nuestros semejantes, perdonar, desterrar el odio, la envidia y la malevolencia.
Hacer del mundo un lugar mejor, es una de las premisas con las que contribuyen, sin quizás proponérselo, la personas de buen proceder, las cuales son muy valoradas sobre todo en momentos en que es necesario brindar un poco de luz, cuando prevalece la más nefasta oscuridad sentimental.
Y aunque la vida y varias filosofías enseñan que los opuestos se complementan, porque no puede existir un elemento sin su contrario, cuando se desnivela el balance entre el bien y el mal, las repercusiones son tan funestas que nos parece la existencia un infierno perpetuo, en el que buscamos anhelantes un poco de sosiego, amor y felicidad.
Para que el mal triunfe solo tiene que suceder que los buenos no hagan nada, y se mantengan de brazos cruzados ante los desafueros de quienes odian y destruyen, por eso es tan vital educar a las nuevas generaciones en las buenas costumbres y valores humanistas.
Llegaremos a ser verdaderos seres humanos, el día en que nos conduzcamos en correspondencia a nuestra condición de especie reinante, y sobrepongamos nuestra naturaleza humana a los instintos más salvajes que nos bestializan.
Aunque a veces no seamos conscientes de ello, nuestro actuar no solo impacta en las respectivas sociedades donde vivimos, sino en toda la naturaleza, de ahí que cuando el hombre ha hecho buen uso de su condición de eslabón más alto del reino animal, todo en la tierra ha marchado correctamente, pero cuando ha empleado erróneamente el privilegio concedido por la evolución, no solo nuestra vida, sino la naturaleza entera, ha sufrido las consecuencias de nuestra negligencia. Luego, sus efectos devastadores los hemos vistos volcados, cual efecto bumerán, hacia nosotros.
En educar a nuestros hijos en los mejores valores cívicos, además de la práctica del amor y el bien al prójimo, más allá de ideologías y credos religiosos, es lo mejor que podemos hacer para que prevalezca la bondad, y todo lo positivo que de ella se deriva.
Muy útil en ese afán pueden ser los versos del poeta mexicano Juan de Dios Peza, inspiradores de este comentario, y que regalaría a sus descendientes en un hermoso poema llamado A mis hijas, los cuales son muy ilustrativos de su anhelo de que emanara de ellas lo mejor del género humano: “Sea vuestro pecho de bondades nido/no ambicionéis lo que ninguno alcanza/ coronad el perdón con el olvido/y la austera virtud con la esperanza”.