Tengo mocos

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Por Anaisis Hidalgo Rodríguez | 27 octubre, 2023 |
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Los niños siempre tienen una historia que contar al salir de la escuela: si A besó a B; si C y D discutieron, si a T la sacaron del coro, si C y D sobrepasaron los insultos y, por último, se fueron a los puños… en fin…Entre esas historias que se tejen en el día a día, escuché sobre un suceso breve, pero alertador: “Hoy una niña le dijo a la maestra que tenía mocos, y ¿sabes qué le dijo? ¡Cómetelos! Todos los niños se empezaron a reír. A mí no me dio gracia. ¿Cómo le va a decir eso? ¡Vaya maestra que tengo!”

Así de sorprendentes, analíticos y reflexivos pueden ser nuestros pequeños, a pesar de su temprana edad. Son  capaces de percibir ironías, ofensas y maltratos, inclusive con el tono de la voz, y hasta juzgar como buenas o malas las actuaciones de cada quien.

Todos queremos lo mejor para nuestros hijos. Deseamos que crezcan sanos, felices, que sean capaces de adquirir conocimientos, pero también se conviertan en buenas personas, de aquí la necesidad de enseñarles valores, tanto en la casa, como en la escuela.

Instruirlos en las normas de conducta, basada en la ética y el respeto a los demás, para que aprendan a vivir en sociedad, es fundamental si queremos lograr una convivencia armónica, que sepa evitar o solucionar conflictos a partir de la comunicación, sin irse a las manos.

Esta breve pero irrespetuosa respuesta, nos muestra cuán rápido se pueden taladrar las enseñanzas, sea en la escuela o el hogar. Basta una palabra que lleve en sí el peso del cansancio del día, los problemas de la casa, el trabajo, la pareja…empozados todos en una palabra, para derrumbar aquel comportamiento que no esté cimentado en los valores.

No olvidemos: una palabra puede ser pluma, transparencia, almohada, abrazo; pero también espuela, piedra, aguijón, espada.

Todo está en la palabra, como diría el chileno Pablo Neruda: “Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció…”.

Una palabra convirtió a esta niña en el hazmerreír de su clase, cuando podía haberla salvado; una palabra cambió la percepción de una estudiante respecto a su maestra, a sabiendas de que el dolor perdure siempre; una sola palabra, nos dice cuánto cuidado deben poner quienes educan y cuánto falta por moldear en aquellos que dieron riendas sueltas a la carcajada y no pensaron en el impacto de su burla.

En materia de formación de valores, falta mucho por limar de ambas partes. Para algunos, es un sendero trillado, por el que muy pocos transitan y del cual pasan de soslayo, cuidando de no caer en el avispero, cuando debiera ser la vía, la vereda, el callejón, en fin, el único camino para evitar que la falta de valores no se entrone en las nuevas generaciones y no nos pasen factura el día de mañana, porque entonces… sin palabras.