
Camino a este periódico esta mañana, me estremeció por completo la música y las voces de alegría en centros educacionales, donde fundamentalmente radican jóvenes y pioneros que hoy están de aniversario.
No pude impedir que esa hermosa energía me inundara por completo, comprobando que aunque el almanaque diga lo contrario, la juventud se lleva en el alma.
Experimenté felicidad, porque no hay nada más grato que a ver a otros felices; a la vez, me sentí orgulloso de esos noveles que están de fiesta en un país, en el cual las adversidades no les han robado la alegría, que es una de las características que nos distinguen, pues a los momentos difíciles sabemos sacarles la más ingeniosa de las bromas, y luego, la carcajada más estridente del universo.
Como no sentir mi pecho hinchado por esos jóvenes que, mientras otros, en diversas latitudes, viven en la violencia, la discriminación, la pobreza, la delincuencia, la prostitución y la drogadicción, están completamente inmersos en su día de fiesta, lejos de esos males que aquejan a sus similares en otras naciones.
Es imposible evitar pensar en todas las batallas que han librado nuestros noveles, distintas a las de otros tiempos en que sus predecesores y paradigmas empuñaron las armas, pero que no los exonera del combate cotidiano donde se pone a prueba su capacidad de resistencia y su creatividad.
Siento orgullo por esos que durante la Covid-19 corrieron presurosos a brindar su apoyo en los centros de aislamiento, por los que forman parte del contingente de médicos Henry Reeve, los cuales ante cualquier desastre que ocurre en el mundo, hacen acto de presencia en el país afectado para llevar salud y consuelo, allí donde clama el dolor.
Me llena de satisfacción verlos levantar la Bandera cubana, cuando ganan una competencia deportiva o cuando también la alzan en medio de una marcha, dando un sí por la Revolución y exigiendo el levantamiento del bloqueo económico, para que podamos hacer realidad la Cuba próspera y sostenible que deseamos.
Se me acelera el corazón cuando los veo en el campo contribuyendo a producir más alimentos para el pueblo, cuando desde sus universidades y profesiones realizan innovaciones y aportes para el imprescindible desarrollo de esta nación, que necesita cada vez más del aporte de sus hijos.
Me impresiono cuando los escucho reflexionar en sus escuelas, centros de trabajo y barrios sobre los problemas actuales de Cuba y cómo resolverlos. Y más cuando ocupan cargos de relevancia que los retan cada día a ser mejores y a contribuir a que la obra de la Revolución sea eterna, aunque haya transformaciones que hacer, sin perder las esencias.
Disfruté verlos votando el pasado 26 de marzo, trabajando en los colegios y mesas electorales, cuyas urnas estaban custodiadas por pioneros que demuestran que el futuro está seguro. Todos evidenciaban que el Socialismo sigue siendo para la mayoría de los cubanos la mejor opción como sistema político, a pesar de sus imperfecciones, pero que como toda obra humana sabemos que es perfectible.
Serían necesarias muchas líneas para seguir hablando de las heroicidades cotidianas de nuestros jóvenes, herederos de los noveles mambises, de los que combatieron a los tiranos en la seudorepública, de los que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y de los que bajaron de la Sierra Maestra para coronar en enero de 1959 el anhelo libertario de los cubanos.
En los jóvenes hay que creer aunque sean diferentes, característica que es lógica porque ellos se parecen más a su tiempo que a sus padres, y de no ser así la vida sería muy monótona, pues no primaría la maravillosa diversidad y el empuje que a cada tarea ellos le imprimen.
A esos que siguen ayudando a construir un país mejor, y que no han dejado caer la espada con que cada día nos enfrentamos a nuestra realidad económica, los felicito y les digo, que no hay mayor orgullo que ver a las nuevas generaciones dando muestras que la estirpe de los luchadores y triunfadores no se ha extinguido, sino cambiado- para suerte nuestra- de protagonistas.