
A lo lejos veo a un hombre de escasos cabellos blancos, nacidos de la madurez creativa y años de decoroso trabajo. Espera sentado en el portal de su casa, su cara refleja alegría, pues es de esas personas que contagian con su carácter jovial.
Me mira como quien rememora su juventud: “Aún sueño que estoy trabajando, busco las noticias y me vinculo con mis compañeros”.
El señor que tengo en frente es uno de los fundadores de La Demajagua, de los primeros en hacerle una foto al Che en los trabajos voluntarios, de los que su nombre es sinónimo de noticia, Ramón Sánchez Parra, a quien cariñosamente llaman Nené.
Confiesa ser atrevido, y gracias a esa cualidad llegó al mundo reporteril de la forma menos esperada: “Era distribuidor de los periódicos Prensa Libre y Orientación, cuya labor me permitió alcanzar el quinto grado, porque el sexto lo obtuve después del triunfo de la Revolución”.
La vorágine de la imprenta avivo el sueño de Nené, siempre sediento de saber. Se convirtió en el tipógrafo del diario donde conoció a varios intelectuales de la época: “Recuerdo a mis compañeros y los tiempos en que me inicié como tipógrafo de la primera y última plana del periódico Prensa Libre, dirigido por Hipólito Portal, sitio en el que conocí a Manuel Navarro Luna, Juan Francisco Sariol y el historiador Wilfredo Naranjo Gautier”.
La dimensión de las palabras que salieron del papel se adhirieron a él con tal fuerza, que nació el Sánchez Parra devorador de libros y reportero capaz de crecer por su naturaleza autodidacta: “Fui corresponsal del periódico Sierra Maestra, de Santiago de Cuba, y del Granma. En octubre de 1977 fundamos La Demajagua, que luego sería el órgano de prensa donde eche raíces”.
Incontables son los sucesos acaecidos en las más de cinco décadas de trabajo y desvelo para llevarle al pueblo la noticia y valoración de un suceso: “En los inicios del periódico La Demajagua, muchos estábamos albergados en Bayamo, en varias ocasiones nos llamaban a deshoras para solucionar cualquier problema. Había mucha dinámica, recorríamos los municipios en busca de noticias. Todo lo que sucedía en Granma, nosotros lo sabíamos y estábamos allí para informarlo”.
“El periodismo que hacíamos en aquel momento, era un trabajo bastante arduo y difícil, no crea nadie que es tan sencillo como ahora. Teníamos que investigar, buscar y trabajar mucho. La Demajagua fue -sin dudas- una academia para crecer”.
“Para mí ha sido un orgullo ser periodista y tributar informaciones a diferentes medios de comunicación. Me siento complacido por cumplir con parte de lo que me corresponde como ciudadano: aportar y ser útil a mi país”.
En un momento de nuestra entrevista hace una valoración del periodismo: “Tiene el poder de entrar por donde quiera y en el momento que quiera. La acción, esa es la magia que enamora al periodista y a la vez lo obliga a superarse, a buscar información veraz, hábito que no pierdo a pesar de tener más de 25 años de jubilado”.
Indudablemente, uno de los momentos que guarda en su mente con especial significación, fue cuando le otorgaron el Premio por la Obra de la Vida Rubén Castillo Ramos: “Es un motivo de felicidad, aunque nunca trabajé para ello, pero no puedo evitar rememorar la labor incansable y todo el esfuerzo realizado en mis años como periodista. No quisiera decir que llegó mi fin, porque aún guardo en mi memoria a mis compañeros y a muchos amigos que estuvieron en mi carrera. Soy dichoso porque nunca se olvidan de mi como yo tampoco de ellos”.
Seguidor de las ideas del más universal de los cubanos, este hombre de 85 años se propuso en su vida laboral, ser fiel al pensamiento martiano de que el trabajo es cantar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer admirar todo lo grande.