Hace 155 años a modo de burla, un jefe español le ofreció a Perucho Figueredo un burro que lo llevaría de la Real Cárcel de Santiago de Cuba hasta el pelotón de fusilamiento, el 17 de agosto de 1870.
Ante tal propuesta Perucho le contestó…“No seré el primer redentor que cabalgue sobre un asno”, en alusión al Cristo al cual se encomendó en la prisión, desde donde en carta a su esposa, un día antes de morir, le dijo: “en el cielo nos veremos y mientras tanto, no olvides en tus oraciones a tu esposo que te ama”.
Perucho Figueredo, es considerado una de las figuras más brillantes de las guerras independentistas cubanas.
Hijo de una acaudalada e ilustre familia, cursó sus primeros estudios en su ciudad natal, Bayamo, luego viaja a La Habana e ingresa en el Colegio de San Cristóbal donde tuvo por maestro al revolucionario cubano José Antonio Saco.
En 1840 se gradúa de bachiller en Derecho y luego termina estos estudios en la Universidad de Barcelona, España en 1843, en ese mismo año regresa a Bayamo y ubica un bufete para trabajar, al mismo tiempo contrae matrimonio con la criolla Isabel Vázquez Moreno.
El amor a su patria y el deseo ardiente de libertad lo lleva a abandonar su hogar. En La Habana encuentra amparo en El Correo de la tarde, periódico político, literario, económico y mercantil, donde pone su pluma en favor de la independencia.
En Bayamo formó parte, junto a Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio, del Comité Revolucionario que apoyó el levantamiento de 1868, y por sus méritos llegó a ser Jefe del Estado Mayor y Subsecretario de Guerra de la República en Armas.
El 17 de octubre de 1868 se unió con sus hombres a la tropa del Padre de la Patria, bajo las órdenes del también teniente general Luis Marcano. Junto con ellos participó en la toma de Bayamo.
Cuando el pueblo de Bayamo decide incendiar la ciudad para evitar que caiga en manos de los españoles huye y se refugia en el monte, contrae tifus y le salen úlceras en los pies, casi indefenso es capturado por los españoles el 12 de agosto de 1870 cuando se encontraba convaleciente de fiebre tifoidea, en la finca Santa Rosa de Cabaniguao, en Las Tunas.
Nadie como José Martí para resumir la vida de Perucho al expresar: “alzó el decoro dormido en los pechos de los hombres”.
Sus restos descansan en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia donde se halla un complejo monumentario en el que resalta la escultura de bronce de Perucho Figueredo, de dos metros de alto, lo refleja con una pluma en su mano derecha y en la mano izquierda tiene un papel que simboliza donde plasmó el texto de la marcha patriótica. Se destaca, además la frase: Morir por la Patria es Vivir.