Perucho Figueredo: Morir por la Patria es vivir

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Por Gislania Tamayo Cedeño | 17 agosto, 2023 |
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Perucho Figueredo fue fusilado el 17 de agosto de 1870 por las fuerzas españolas en Santiago de Cuba. Es considerado una de las figuras más brillantes de las guerras por la libertad cubana, puesto que amaba a su patria y a su ciudad natal: Bayamo.

Hijo de una acomodada familia, cursó sus primeros estudios en Bayamo, luego viaja a La Habana a realizar estudios superiores. Asiste al Colegio de San Cristóbal siendo su maestro el revolucionario cubano José Antonio Saco.

En 1840 se gradúa de bachiller en Derecho y luego termina estos estudios en la Universidad de Barcelona, España en 1843.

Regresa a Bayamo, e instala un bufete para trabajar.  Contrae matrimonio con la criolla Isabel Vázquez Moreno, mudándose a una finca que posee aledaña a la ciudad de Bayamo.

Perucho Figueredo, varón de estirpe patriótica fue uno de los que reunió a sus hombres más cercanos para unirse a la insurrección en el ingenio Demajagua cuando aquel 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes les dio la libertad a sus esclavos.

Fue entonces cuando le oyeron decir: “Me uniré a Céspedes y con él he de marchar a la gloria o al cadalso”.

El 17 de octubre de 1868 se unió con sus hombres a la tropa del Padre de la Patria, quien le confirió el grado de teniente general y jefe del Estado Mayor, bajo las órdenes del también teniente general Luis Marcano. Junto con ellos participó en la toma de Bayamo.

En la contienda independentista alcanzó el grado de Mayor general del Ejército Libertador, y estuvo entre los primeros en prender fuego a su casa, ante la inminente caída de Bayamo en manos españolas.

Marchó a la manigua, y allí enfermó de tifus. Las lesiones ulcerosas en los pies le impedían caminar.

Convaleciente aun de fiebre tifoidea, se hallaba en la finca Santa Rosa de Cabaniguao, en Las Tunas, cuando una tropa española, el 12 de agosto de 1870, asaltó de improviso la hacienda y lo hizo prisionero. Estaba tan enfermo que apenas pudo defenderse.

En esas circunstancias, fruto de la delación, fue hecho prisionero y conducido a Santiago de Cuba.

El 16 de agosto de 1870 lo presentaron a un consejo de guerra. En la declaración ante los jueces manifiesta:

“Soy abogado y como tal conozco las leyes y sé la pena que me corresponde. La de muerte. Pero no por eso crean ustedes que triunfan, pues la Isla está perdida para España; el derramamiento de sangre que hacen ustedes es inútil y ya es hora de que reconozcan su error.

“Con mi muerte nada se pierde pues estoy seguro de que a esta fecha mi puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad. Si siento la muerte es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de la redención que habían inaugurado y se encuentra ya en el final”.

Al día siguiente fue conducido al paredón. Su estado físico no le permitía caminar ni sostenerse de pie. Fue llevado en el lomo de un burro, trayecto en el que recibió las burlas y la afrenta de sus verdugos. Cuentan que él les respondió: “Está bien, está bien, no soy el primer redentor que monta un burro”.

Este día entraron a la capilla con un estado físico y de salud deplorable.

Comenta Maceo Verdecía, hasta allí llegó un emisario enviado por el Conde de Valmaseda quien le proponía hacer un arreglo de paz a cambio de su vida.

Figueredo le respondió: Diga usted al Conde, que hay proposiciones que no se hacen sino personalmente, para personalmente escuchar la contestación: que yo estoy en capilla y espero que no se me moleste en los últimos momentos que me quedan de vida.

Sus últimas palabras ante el paredón: “Morir por la Patria es Vivir”.

El mejor homenaje a tan insigne revolucionario se le hace todos los días cuando un niño cubano, un joven, un hombre o una mujer de esta Isla, entonan con devoción patriótica las bellas y patrióticas letras de su himno de combate, de su Bayamesa.

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