
Desde los seis años, en su terruño de San Ramón, en Campechuela, se enroló en el voleibol, un deporte que la condujo a eventos nacionales y a Juegos Universitarios.
Andando el tiempo siguió ligada a la disciplina de la malla alta como entrenadora, una faceta que disfruta muchísimo, al igual que aquella de jugadora brillante.
“Soy entrenadora de la categoría 11-12 masculina de mi municipio, que lleva tres años consecutivos siendo el campeón en la zona de la costa. Y fui la segunda preparadora del equipo femenino de Granma que terminó subcampeón nacional en Pinar del Río en los pasados Juegos Escolares”, dice con sano orgullo.
Sin embargo, Maydis María Domíguez Basterrechea encuentra el placer mayor en el arbitraje, en el que lleva tres años, con varios reconocimientos.
“Me gusta ser entrenadora, pero impartir justicia es más que un hobby”, añade esta mujer de 43 abriles, que el año pasado fue elegida la mejor granmense en el arbitraje.
Ese camino, claro está, no ha resultado fácil. Muchos atletas del sexo masculino “nos ven como anotadoras porque se identifican más con los hombres, pero ya comienzan a adaptarse”, comenta sonriendo.
También la hace sonreír el recuerdo de un certamen en La Habana, llamado El rey de la playa, en el que fue colocada como imparcial asistente y cada vez que soplaba el silbato apenas se escuchaba, porque estaba muy golpeada por los nervios. Por suerte, luego fue ganando confianza y terminó sin miedos.
Maydis formó parte del equipo arbitral que intervino en la discusión de la medalla de bronce entre Cuba y Estados Unidos, en el torneo Norceca, celebrado el año pasado en Varadero. Además, ha impartido justicia en Juegos Escolares, el circuito nacional y competencias provinciales pioneriles, entre otros eventos.
“Veo al voleibol de playa más dinámico y con más adrenalina que el de sala, al menos para un árbitro”, expone con sinceridad.
También sin medias tintas revela que le duele demasiado equivocarse en un partido porque el atleta debe ser protagonista en todo momento y no el árbitro. “Hay que respetar al máximo a los jugadores y al entrenador, tenemos que ser justos y rectificar el error si la situación la permite”, reflexiona.
Sabe que en la superación está la clave del progreso, por eso cada semana estudia y ve jugadas para aprender. Y, por supuesto, pregunta, como hace con el árbitro internacional Erik Martínez, quien es su profesor. A él le debe mucho, “al igual que a mis colegas del arbitraje Moisés y José Ricardo”.
El mayor respaldo lo encuentra en “mis padres (Mirtha y Gabriel) y mi hija (Mirtha), son los que me dan mucha fuerza cuando salgo de casa, me exigen para que haga las cosas bien y con mucha disciplina”.
De hecho, no son pocas las salidas cercanas y lejanas que ella se ha costeado, algo que no debería ocurrir, pero sus familiares son los primeros que la apoyan.
Hablando de nexos sanguíneos, siete tíos suyos, todos maternos, incluyendo a Horacio Basterrechea, jugaron voleibol. Y eso le alimenta el espíritu.
Sobre el galardón que recibió el año anterior, que la invistió como mejor en el arbitraje de Granma, en el sexo femino, señala: “Ese día lloré de alegría, al ver cómo mi provincia reconocía mi sacrificio mientras que en mi municipio no pasaba eso”.
Finalmente exhorta a los jóvenes, en especial a las mujeres, a que se interesen por el arbitraje porque sin jueces “no hay juego”.
“Si desde joven hubiera conocido esta profesión probablemente no hubiese jugado. El arbitraje es, sencillamente, hermoso”, sentencia, mientras sus ojos miran una y otra vez la cancha de arena donde ha aprendido a crecer.