Érase una vez un bandido de nombre Procusto, dedicado a seducir al viajero solitario de paso por su castillo, situado en las afueras de Atenas. Luego de atraerlo a su residencia, lo agasajaba con una exuberante cena, amabilidad y festejos diversos.
Al caer la noche, invitaba al huésped a descansar en un lecho de hierro, donde materializaba su maléfico plan. Si el infortunado medía menos que el camastro, lo estiraba mediante tenazas atadas a manos y pies, para que coincidiera con la medida del lecho.
Si la estatura del transeúnte era mayor que la cama, Procusto recurría a un hacha de gran filo y amputaba las piernas del susodicho, hasta lograr el largo adecuado.
Con este raro entretenimiento continuó, por mucho tiempo, en su reinado de terror, hasta que llegó la horma de su zapato. El héroe legendario Teseo,fundador de Atenas, lo visitó para pagarle con la misma moneda.
Unos dicen que el nuevo personaje era hijo del rey Egeo y de Etra, otros reseñan que fue el asesino del hombre-toro maldecido por Poseidón, conocido como el Minotauro, y los demás investigadores se abstienen, como en toda reunión que se respete.
Cierto o no, Teseo invirtió el juego, retando a Procusto a comprobar si su cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Conforme, el posadero se acostó en el sitio acordado, mientras su rival lo amordazaba y como el largo de su cuerpo sobrepasaba los límites, cortó a hachazos los pies y la cabeza hasta lograr la medida exacta.
Más o menos así es la esencia de la leyenda conocida como El lecho de Procusto, expresión proverbial referida a quienes pretenden acomodar la realidad a sus intereses o visión personal, y si alguien osa contradecirlos se molestan, convencidos de tener siempre la razón.
Aunque este pasaje mitológico tiene más de dos mil 500 años, llega hoy con la frescura de aquellos tiempos, solo que los actuales Procustos, envueltos en una aparente amabilidad, pretenden adaptarnos al tamaño de lo que piensan o deciden.
Así aparecen los que les echan agua al ron hasta el nivel permitido, también los alteradores de pesas a su favor, los transportistas arrendados que, por un viaje a La Habana, cobran cifras millonarias, los vendedores de pan que reducen diariamente el tamaño del producto y hasta los que en casa exprimen el tubo de pasta dental, en espera de la otra repartición.
Y como el cubano cuando no llega se pasa, no pretendas señalarle sus criterios. Estos personajillos tienen la manía de acomodar los intereses a su medida. Entre la confusión y la discordia que generan, o te riges por los modelos establecidos por ellos, o pereces en la batalla.
Hace pocos días conversaba con un psicólogo amigo sobre el tema y me explicaba que en Medicina y Psiquiatría este fenómeno se conoce como Síndrome de Procusto y define la intolerancia a la diferencia, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que él dice o piensa.
Se trata de la incapacidad de reconocer las ideas de otros, del temor a ser superados. Un síndrome nocivo para la evolución y desarrollo en pleno siglo XXI ¿Te imaginas?
Mi amigo el psicólogo, me miró detenidamente y con una sonrisa en sus labios dijo:
-No te preocupes, a todo Procusto le llega su Teseo.
Y de un tirón liquidamos el poquito de café existente en nuestras tazas.