En Mangos de Baraguá alzó su voz para expresar un NO rotundo hace 147 años, el Mayor General Antonio Maceo Grajales, en rechazó a la propuesta del gobierno colonial español, de aceptar una paz sin independencia.
A fines de 1876, llega a Cuba el gobernador español Arsenio Martínez Campos, dispuesto a terminar la insurrección mambisa con la puesta en práctica de un plan que destruyera el sistema militar e ideológico de los cubanos, además de aplicar medidas que prohibieran el sentimiento independentistas de la revolución aprovechando la difícil situación que tenía la isla. Es esta una de las razones por las cuales se firmaba, el 10 de febrero de 1878, el Pacto del Zanjón: una paz sin independencia, ni abolición de la esclavitud, los dos objetivos primordiales de la Guerra de los Diez Años.
Era el 15 de marzo de 1878.
De un lado el general español Arsenio Martínez Campos acompañado por su tropa, en representación del decadente imperio español. Del otro, el general Antonio Maceo Grajales y su Estado Mayor, viva expresión de los intereses de Cuba.
En esta protesta se puso de manifiesto la posición de principios legada por el Lugarteniente General Antonio Maceo, importante figura política del Ejército Libertador y reflejo de la inquebrantable combatividad de los cubanos.
En la parte oriental de la Isla los cubanos llevan en sí la intolerancia, hidalguía, arrojo y la firme convicción de no aceptar el cese de las acciones bélicas sin alcanzar la plena independencia y soberanía de la Isla.
En su obra Antonio Maceo, Apuntes para una historia de su vida, José Luciano Franco, narra el hecho: “Parece mentira, dice Martínez Campos, que habiéndonos codeado tanto en esta campaña, sobre todo en 1871 y 1872, no nos conociéramos, y debo significar que me enorgullezco de haber conocido personalmente a uno de los combatientes más afamados”.
Luego de una pausa cautelosa agrega: “Basta de sacrificios y de sangre; bastante han hecho ustedes asombrando al mundo con su tenacidad y decisión, aferrados a su idea; ha llegado el momento de que nuestras diferencias tengan su término, y que al unísonos, cubanos y españoles, propendamos a levantar este país de la postración en que 10 años de cruda guerra lo ha sumido. Ha llegado el momento de que Cuba, viniendo a la vida activa de los pueblos cultos, entre en el goce de todos sus derechos y, unida a España, marche por la senda del progreso y la civilización.
El hecho transcurre de manera muy breve. Cuando el general español Arsenio Martínez Campos trata de leerle el texto del Pacto firmado en el Zanjón, Maceo, que hasta entonces se había mantenido impasible, hace un leve gesto indicativo de que no es su deseo ni el de sus acompañantes escuchar lo que decían esos documentos.
Con voz enérgica le advierte que ellos no estaban dispuestos a aceptar el Pacto del Zanjón. Que tienen esperanza de que el pueblo cubano encuentre al fin el sendero de la paz y la felicidad, pero que eso sería imposible sin la libertad.
Dirigiéndose a Maceo, el general Martínez Campos, visiblemente contrariado, pregunta:
-¿Es decir, que no nos entendemos?
-¡No, no nos entendemos!
-Entonces, ¿volverán a romperse las hostilidades?
-¡Volverán a romperse las hostilidades!, enfatizó Maceo.
Irritado el general Martínez Campos montó en su caballo y abandonó a la carrera el campamento revolucionario.
Aquel memorable día en Mangos de Baraguá, Maceo puso en alto la dignidad de los cubanos. Era imposible dejar mancillada la memoria y la sangre de cuantos habían combatido.
El Titán de Bronce impregnó en los hijos de esta tierra la convicción, que hoy perdura en las nuevas generaciones, de morir antes de ser esclavos.
Nuestro comandante en Jefe Fidel Castro dijo en una oportunidad… Maceo salió incólume de la larga pelea, sin rendirse, ni capitular. “Salvó la gloria, la idea y la bandera de la nación”.
Manuel de Jesús Calvar, resumió la posición cubana señalando: “Puesto que no podemos conseguir la independencia, ni los esclavos su libertad, tampoco debemos aceptar el convenio por que nos deshonramos”.
La Protesta de Baraguá es considerada en Cuba un importante símbolo del espíritu de lucha de los cubanos, ya que demostró que los jefes, oficiales y soldados, a pesar del desgaste de la guerra, estaban dispuestos a continuar con la lucha hasta lograr su independencia.