Los «señores de la muerte», como el clásico ladrón, acusan a los demás de los crímenes que cometen. El mensaje en X de la Embajada de Estados Unidos en La Habana –a diez años de haber reabierto– es un embuste muy fácil de desmentir, la humanidad conoce a sus autores.
«Fidel Castro y su grupo fueron/son matones despiadados que no se detuvieron ante nada para consolidar un poder absoluto y perpetuo», publicaron en la red social.
El grupo de revolucionarios, encabezado por Fidel Castro, no precisa que nadie rompa lanzas por ellos; ahí están sus vidas ejemplares como mentís a cualquier calumnia.
Pero cabe preguntarse ante la impostura: ¿Cómo pueden los padres putativos de Trujillo, Somoza, Batista, Videla, Pinochet y compañía, acusar a alguien de cometer masacres, de violar derechos, de asesinar?
Resulta increíble tanta impudicia, incluso para los padrinos de las dictaduras que sembraron el terror y la muerte en América Latina. En nombre de los intereses de EE. UU., miles de madres aún claman por sus hijos e hijas desaparecidos.
En el libro Sobre el terrorismo occidental. De Hiroshima a la Guerra de los Drones, de Noam Chomsky y Andre Vltchek, se le atribuyen 50 millones de muertes causadas por el colonialismo y el neocolonialismo encabezado por EE. UU., después de la segunda conflagración mundial.
Baste recordar cómo, en noviembre de 1961, J. F. Kennedy ordenó comenzar los bombardeos en el sur de Vietnam, donde se utilizó el napalm y la guerra química; no olvidemos las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki; tampoco el fósforo blanco que quemó a Faluya.
Sin embargo, la última barbarie que los confirma entre los mayores genocidas de la historia es el apoyo incondicional de la Casa Blanca a Israel en su exterminio en tierra palestina, sostén que ilustra, mejor que cualquier calumnia en x, quiénes son los verdaderos matones despiadados de este mundo.