Un día como hoy, 16 de enero, pero de 1934, falleció en La Habana el destacado intelectual y luchador revolucionario cubano Rubén Martínez Villena, quien nació en Alquizar , el 20 de diciembre de 1899.
Comenzó a escribir sus primeros versos a los 11 años. Más tarde ingresó en el Instituto No.1 de La Habana, donde cursó el bachillerato en Letras y Ciencias, graduándose en 1916, y en septiembre del mismo año se matriculó en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana hasta graduarse en el año 1922 con el título de abogado.
En el transcurso de su carrera universitaria comenzó su labor poética siendo a los 21 años un poeta conocido. A partir del año 1923 comenzó su formación como revolucionario, redactando el 18 de marzo del mismo año la Protesta de los Trece representando un grupo de intelectuales de izquierdas que protestaban contra la corrupción del gobierno de turno de Alfredo Zayas, en especial por la venta del Convento de Santa Clara en La Habana, razón por la cual fue encarcelado por primera vez. El 1 de abril de 1923 participó en la fundación de la Falange de Acción Cubana.
Desde muy joven Villena demostró habilidades para la literatura estimulado por sus padres y fomentado por las relaciones entabladas con intelectuales de la talla de Enrique Serpa y Juan Marinello. Su primera colaboración aparece en la revista Evolución (1917). Publica además, trabajos en prosa en Chic, El Fígaro, Heraldo de Cuba y El Heraldo. De este último periódico fue editorialista y responsable de la página literaria de los lunes. Trabajó como corrector de pruebas en La Nación (Costa Rica).
Tuvo una breve pero fecunda vida como poeta, su obra oscila entre las manifestaciones de la prosa y la poesía. Legó poemas muy reconocidos como La pupila insomne, El gigante, Insuficiencia de la escala y el iris, El anhelo inútil, entre otros.
Dentro de su obra poética resaltan composiciones líricas tales como: Peñas arriba, de 1917; 27 de noviembre, de 1919; Ofrenda, de 1920; Madrigal, de 1921; La verdad del campesino, de 1930 y su desgarradora y cruda, Canción del sainete póstumo, de 1933, donde le recuerda a su amada esposa, que después de su muerte la vida continuará para todos los que lo conocieron, resaltando la enajenación del individuo en pos de las masas.