El revés de Alegría de Pío y la meta de alcanzar la Sierra Maestra

Share Button
Por Aldo Daniel Naranjo (Historiador) | 5 diciembre, 2024 |
0
FOTO/ Archivo

De mucha relevancia para los expedicionarios del yate Granma fue el combate desarrollado el miércoles 5 de diciembre de 1956, a partir las 4:30 de la tarde, cuando descansaban en la zona de Alegría de Pío, 17  kilómetros al sur-sureste del poblado de Niquero.

La fuerza revolucionaria estaba estructurada en un Estado Mayor, bajo la dirección de Fidel Castro, y tres pelotones a cargo de los capitanes José Smith, Juan Almeida y Raúl Castro Ruz.

Los militares  batistianos eran unos 140 de la 3ª Compañía,  mandada por el capitán Juan Moreno Bravo, perteneciente a un Batallón de Artillería. Avanzaron desplegados entre las cañas y los hierbazales del lateral derecho de la posición rebelde.

Esta resultaría la primera acción armada entre las partes, es decir, el bautismo de fuego para el contingente revolucionario. Frente a la agresión, Fidel impartió  

órdenes para la resistencia y luego el repliegue táctico, ante la superioridad numérica de los contrarios.

En medio de aquel desigual combate, se alzó una voz enardecida, en repuesta a la convocatoria del capitán Moreno Bravo a la rendición: “¡Aquí no se rinde nadie!”,  seguidoa de una palabrota cubanísima.

LA DISPERSIÓN DE LOS REVOLUCIONARIOS

Al llegar a Alegría de Pío, en horas de la mañana, los combatientes acamparon en una arboleda no muy tupida, a la vera del cañaveral. José Smith estableció los puntos de vigilancia. Los demás empleaban el tiempo en descansar, curar los pies llagados por las largas caminatas y comer cañas.

El vuelo de los aviones era constante, pero los patriotas se mantenían protegidos debajo de los árboles, menos los que salían al cañaveral.

Los revolucionarios, una vez atacados, respondieron al fuego alrededor de media hora. Pero luego se dispersaron entre el bosque y los cañaverales.

En esta acción, los batistianos tuvieron tres bajas. El segundo teniente Aquiles Chinea Álvarez declararía: “… procedimos a evacuar a nuestros heridos y buscar una mejor posición para acampar, siendo nuestros heridos la cantidad de tres de los cuales uno murió por la gravedad de las heridas”.

UN GRITO DE VALOR Y FIRMEZA

El 17 de mayo de 1984, en un discurso pronunciado por el General de Ejército Raúl Castro ante secretarios de órganos del Partido en las Fuerzas Armas Revolucionarias, recordó la histórica frase de Alegría de Pío. Y, seguidamente, realizó una importante rectificación histórica: “Yo sé que ustedes piensan que se trata de Camilo Cienfuegos, pero no fue Camilo. A Camilo le sobran glorias y quién duda de que pudo haber sido Camilo, o que Camilo también lo hubiera dicho, lo demostró con toda su actitud hasta morir después del triunfo. Pero es necesario que los hechos históricos, por mucho respeto que tengamos para quien lo escribió, se esclarezcan…”

El entonces ministro de las FAR explicó que, para realizar esta aclaración, había consultado la víspera con el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien estuvo de acuerdo en que debía hacerse, en bien de la historia. Por eso, reveló: “Sólo la modestia proverbial del que pronunció esta magnífica frase ha impedido ‒ya que el Che lo escribió, según él dice‒ que esto se sepa. Aquel joven oficial, jefe de un pelotón, que exclamó esta frase en el momento más difícil, cercados y bajo los tiros, fue el hoy Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque”.

MANIOBRAS MACABRAS DEL ENEMIGO

Otro punto que necesita más explicaciones es el referido a la cantidad de expedicionarios que cayeron en ese combate. En un inicio se pensaba que eran cuatro: Humberto Lamothe Coronado, Oscar Rodríguez Delgado, Israel Cabrera Rodríguez y Armando Mestre Martínez. Incluso se declaró oficialmente el 5 de diciembre Día del Constructor, como homenaje a Armando Mestre, porque presuntamente había caído en la acción.

En realidad, el único muerto en el combate fue Humberto Lamothe. En el caso de Oscar Rodríguez fue herido y capturado, mientras que Israel Cabrera recibió una herida pero logró alejarse del escenario. Más tarde, cayó en manos de los sicarios del régimen.

Ambos combatientes fueron traslados vivos a Alegría de Pío. Los sentaron debajo de un árbol y los interrogaron sobre la composición del destacamento y la cantidad de armas que llevaban. Sin poder obtener ningún dato valioso, los acribillaron allí.

Por su parte, Armando Mestre, el 8 de diciembre de 1956 fue detenido por los soldados en el potrero Salazar, cerca del río Toro, y asesinado en el monte Macagual, junto a otros expedicionarios, en horas de la noche de este día.

Los otros heridos en esta acción fueron el médico Ernesto Che Guevara, Raúl Suárez Martínez, José Ramón Ponce Díaz y Ángel Emilio Albentosa Chacón.

Pero todavía aparecía un cuerpo más en el escenario de Alegría de Pío, el de Miguel Saavedra Pérez. No cayó en el combate, como se informó. Había logrado salir del cerco,  junto a Pedro Sotto Alba. Llegaron hasta la zona de Gorito, en el barrio de Media Luna, donde fueron protegidos por familiares del ilustre bayamés. Pero Saavedra quería seguir viaje a Manzanillo y luego a La Hababa. No acató las palabras contrarias de su compañero y los vecinos de la zona.

En la tarde del viernes 7 de diciembre, salió a la carretera,  para abordar un carro. Tuvo la mala suerte de hacerle señas a un jeep tripulado por el capitán Caridad Fernández, el jefe del escuadrón de la guardia rural de Manzanillo.

Parece que fue sometido a torturas y asesinado al otro día, en la noche. En los planes de ganar galones con supuestos muertos en combate, también fue llevado a Alegría de Pío y enterrado cerca de los otros expedicionarios.

FIDEL Y LAS ANGUSTIAS DEL REVÉS

En la retirada, Fidel logró llegar hasta un monte cercano,  junto con Universos Sánchez y poco después se les unió el capitán Faustino Pérez Hernández. Estaban completamente rodeados por el enemigo. De estas adversas circunstancias, Fidel contaría: “Yo me quedé con dos compañeros, éramos tres hombres y dos fusiles. Recuerdo un día muy difícil, muy duro, en que nos sorprendieron los aviones y milagrosamente no nos exterminaron a los tres”.

Aparecieron dos aviones cazas, que disparaban con ametralladoras calibre 50 contra los montes y matorrales. Como medida salvadora, Fidel ordenó salir de la maleza y buscar protección debajo de la paja de la caña vieja. Acerca de ello, evocaba un tiempo después: “Bajo intenso ametrallamiento, nos movimos unos cuantos metros hacia un cañaveral algo más crecido, cubriéndonos con las hojas secas. Era de esperar que de un momento a otro aparecieran también los soldados enemigos. El avión de observación no cesaba de dar vueltas sobre nosotros”.

Aunque estaba acostumbrado a enfrentar los desastres y perseverar hasta vencerlos, no dejaba de percibir que aquel momento era mortalmente peligroso. Al otro día, era tan alta la tensión que al mediodía experimentó un intenso sueño. Recordó que tras el ataque al cuartel Moncada, una vez refugiado en las montañas de la Gran Piedra, fue capturado dormido por una patrulla enemiga.

No quería que esto sucediera en el cañaveral de Alegría de Pío.

“No llevaba una pistola, sino un fusil de mira telescópica. Imposible de manipular si era sorprendido  durmiendo”, ha explicado el líder revolucionario. Dispuesto a correr los más mortales riegos, ejecutó una acción audaz: “Me incliné de lado, puse el cañón bajo la barbilla, la culata entre las piernas, quité el seguro y me dormí profundamente”.

Por suerte, los batistianos no registraron ese cañaveral. Pero no dejaba de realizar decisivas reflexiones: “Después de aquello yo podía pensar dos cosas: es imposible continuar la lucha en tales condiciones, hay que salir del país, volver a organizar otra expedición. Entonces, en ese momento me dije: bueno, hemos tenido un revés, nos han disuelto, pero la idea era correcta, hay que seguir adelante y alcanzar las montañas”.

Por eso, el lunes 10 de diciembre, salió del cañaveral  e inició la marcha optimista hacia la Sierra Maestra. En ese momento, sólo contaba con dos fusiles para proseguir la lucha guerrillera. A pesar de las dificultades, decidió hacerlo con la convicción de que la concepción era correcta y que la idea era justa.

NUNCA FUERON DOCE

La otra idea que aún se mantiene a contrapelo de los serios aportes de la historiografía, es la creencia de que sólo 12 expedicionarios llegaron a la Sierra Maestre, después del revés de Alegría de Pío. Este es, quizás, el error más difundido relacionado con la hazaña del desembarco del Granma.

Una vez en la finca El Salvador, con posterioridad llamada Cinco Palmas, Raúl Castro escribió en su diario: “Somos 16 contando a H, aunque no todos están armados”. En esos momentos se encontraban reunidos 15 expedicionarios más Crescencio Pérez Montano, llamado por Raúl H de “Hermano”.

Antes de internarse en el intrincado lomerío, Fidel Castro dispuso la salida del capitán Faustino Pérez hacia La Habana, pero se incorporó al grupo Calixto Morales Hernández.

Las cuentas matemáticas a veces son sencillas: el grupo de con Fidel estaba forado por tres hombres, el de Raúl por cinco y el de Almeida por ocho: llega la cifra a 16. Se marchó Faustino, pero ingresó Morales. Poco después, se sumaron Calixto García Martínez, Carlos Bermúdez Rodríguez, Julio Díaz González (Julito), Luis Crespo Castro y José Morán (Gallego). De modo que los reunidos en las montañas fueron 21.

Respeto a la cuestión de los números existe una curiosidad: 21 expedicionarios llegaron a la Sierra Maestra; 21 perdieron la vida, uno en combate y los demás asesinados entre el 5 y 8 de diciembre, y otros 21 fueron capturados y juzgados por los tribunales. Por tanto, 17 lograron sobrevivir gracias a la ayuda de pobladores de Niquero, Pilón, Media Luna, Manzanillo, Bueycito, Bayamo, Santiago de Cuba y Holguín.

Alegría de Pío constituyó una experiencia amarga, un terrible golpe al corazón de la inexperta tropa rebelde. Sin embargo, tras el revés, muchos de los hombres del Granma avanzaron hacia la Sierra Maestra, para continuar la lucha contra el tirano Batista y sus secuaces.

FUENTES: Ernesto Guevara: Pasajes de la guerra revolucionaria (1963); Fidel Castro: Nada podrá detener la marcha de la historia (1985); Pedro Álvarez Tabío: Diario de la guerra. Diciembre de 1956-febrero de 1957 (1986); Juan Almeida Bosque: El desembarco (1988); Heberto Norman Acosta: El retorno anunciado (2011), y Juan Soto Valdespino: Mártires del Granma (2012).

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *