Sacudida para empezar de nuevo

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Por Denia Fleitas Rosales | 18 noviembre, 2024 |
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FOTO/ Denia Fleitas

Los segundos que estremecieron a Pilón serán inolvidables para Yaniseli Ramírez Tejeda. Las palabras que salen balbuceantes de sus labios son tan solo un atizbo de la incertidumbre que queda tras la sacudida bajo sus pies.

Un suspiro fue la respuesta inicial a la pregunta sobre aquella mañana del domingo 10 de noviembre. -“¡Terrible! ¡Terrible!”, las primeras palabras, y de inmediato el nudo en la garganta se deshizo para narrar su historia.

“Fue un estruendo grande. Estaba cocinando, con mi niño de dos años, en el patio. Cuando sonó de momento y comenzó a sacudirse el piso salí corriendo con él para afuera, donde estaba mi esposo y el pequeño de 10 meses. Mientras que la vecina casi me lanzó la niña por la cerca porque estaba jugando en su patio.

“El susto, afirma la muchacha de 25 años, nos dejó en sobresalto. Pero no esperábamos el segundo, y yo hasta había entrado a cambiar la ropa de la niña y peinarla. Ya no me dio tiempo a salir a mí antes de que cayeran parte del techo de canalones y las paredes interiores, que me golpearon el brazo derecho, la cadera”.

El instinto maternal de protección libró a Samira del impacto, “porque del susto se tiró al suelo y se abrazó de mis pies”.

En instantes la tierra se empeñó en derribar lo que levantaban para sus hijos en la Calle 8 del barrio El Bon. Con el desplome de los ladrillos y bloques cayeron también las lágrimas de la tristeza.

“Como si fuera poco el miedo y la desilusión de ver nuestros esfuerzos en el suelo, a los cinco minutos venía toda la gente dando gritos loma arriba porque decían que venía el mar. Y sin pensarlo pegamos una carrera hasta la loma, Corojal.

“Y mi esposo, ese corrió más que Juan Torena con los muchachos en guinda, loma arriba”, dice ahora sonriente; aunque sabe que aquella carrera no perseguía una medalla olímpica, sino el resguardo de preciadas vidas.

En los escombros quedaron sepultadas las añoranzas. “Somos muchos, los piloneros quedaron sin casas: de placas, de dos y tres pisos, que vinieron abajo. Los edificios se quebraron, las escuelas, los tanques elevados, el muelle.

“Ahora estamos pendientes de cada réplica y no podemos correr el riesgo por nuestros niños. Cuando las sienten, la niña llora, dice que tiene miedo”.

En segundos las placas tectónicas encendieron la llama de El Polvorín, pero no lograron arrebatar a sus habitantes la esperanza.

Será esta, razón para Yanisely volver a su faena como ayudante de lavandería en el Hospital Félix Lugones, del municipio más al sur de la oriental provincia de Granma, cuando concluya su licencia de maternidad.

No hay fuerza telúrica o temor capaz de quebrantar la voluntad de una madre de levantarse entre escombros. Lo afirma con optimismo: “Por mis hijos, por la familia, hay que empezar de nuevo”.

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