
Un estudiante que se haya leído de manera superficial la novela Papá Goriot, dirá, que es esta la simple historia de un adinerado fabricante de fideos, un hombre que muere en la miseria y rechazado por sus hijas luego de haber sacrificado todo por ellas; otros más metódicos, dirán que es esta una obra que profundiza en la naturaleza de la familia, el matrimonio, la estratificación y la corrupción en la sociedad parisina durante la restauración francesa; en tanto los más sensibles y de mirada aguzada, añadirán, que es esta una obra sobre la paternidad.
Papá Goriot tenía una debilidad: al haber enviudado después de siete años de matrimonio, decidió redirigir el amor que le había dado a su esposa en sus dos hijas, Anastasie y Delphine. Aunque procuró darles la educación típica que recibían las mujeres de la época, también fue permisivo con ellas al darles todo lo que ellas le pedían. Esto hizo que Anastasie y Delphine creciesen frívolas, vanidosas y egoístas.
Cuando ambas llegaron a la edad de casamiento, Papá Goriot decidió dividir su fortuna entre ellas gracias a lo cual lograron buenos matrimonios. Tras este nuevo futuro, sus hijas reniegan de su padre con tal de tener las puertas abiertas de la sociedad y solo lo contactan para pedirles dinero, mantener su lujoso estilo de vida y pagar sus deudas, para lo cual el amoroso padre empeña los últimos objetos que le quedan.
Con el tiempo, Goriot desarrolla una apoplejía que acaba con su vida. El pago a tanto esfuerzo y amor desmedido es que ninguna de sus hijas lo va a ver antes de morir, solo sus coches vacíos se personan durante su funeral. Sin compañía y amor, muere el padre que ha sacrificado tanto por sus hijas. Es el abandono el pago a tanta permisibilidad.
Papá Goriot es una de las novelas que mejor ilustra la ingratitud de los hijos. La ingratitud es tal que ni siquiera aportan dinero para el funeral de su padre ni asisten al mismo. Así son los padres, por lo general haciendo y entregándolo todo por sus hijos.
Este domingo, cuando celebramos el Día del padre, es bueno reflexionar sobre cómo estamos educando a nuestros descendientes, cuán permisivos somos, pero ¿Qué es ser permisivo? Según el diccionario de la Real Academia Española, la permisividad significa tolerancia excesiva. Así, la permisividad, un rasgo que caracteriza la personalidad de algunos padres, provoca que los niños crezcan sin reglas claras y se sientan confundidos e infelices.
“Un padre permisivo o desconectado del cuidado de sus hijos cría a niños que se convierten en personas inseguras y con baja estima hacia sí mismas”
Una de las consecuencias de la permisividad de los padres es que sus hijos se conviertan en niños malcriados, acostumbrados a manipular a las personas que tienen a su alrededor. Pero sobre todo, hace que los niños se sientan perdidos y poco amados.
Este daño, causado por el hecho de no establecer límites, es el resultado de la falta de herramientas que algunos tenemos para imponer disciplina de manera equilibrada.
Según el artículo 5 consecuencias de la permisividad, publicado en la revista digital https://eresmama.com/ la falta de normas y de rutinas claras trae como resultado que los niños se conviertan en personas sin conciencia de sus responsabilidades, y que por lo tanto fomenten el mal hábito de la pereza; por otro lado, tienden a no saber resolver sus propios problemas; poseen baja autoestima, impulsividad y desarrollan problemas de conducta.
El exceso de permisividad conlleva en muchos casos que los niños no aprendan a desarrollar las habilidades sociales y emocionales necesarias para resolver problemas de manera independiente.
Carlos González, autor del libro Bésame mucho, explica que ser firme no significa ser autoritario. Lejos de eso, para crecer sano, un niño necesita de padres que lo respeten, que lo traten como niño (no como a un adulto prematuro) y que lo enseñen a manejarse en el mundo.
“Para manejarse sanamente es necesario aprender a dialogar y a llegar a acuerdos, pero también aprender a seguir normas y a respetarlas de manera consciente, no por temor o miedo a las consecuencias. Además, es necesario que los padres sepan que las normas de la casa no deben negociarse a capricho ni de los padres ni de los niños; en ese aspecto ser coherentes es la clave”, expone González.
Por último, alega que es importante no confundir el amor que sentimos los padres hacia nuestros hijos con el hecho de ceder ante todos sus caprichos.
“Lo ideal es que los padres decidan de manera ecuánime qué le hace bien al niño y qué no, de esta manera, los niños comprenderán mejor de qué modo deben regular su comportamiento.”
El futuro del mundo se escribe de muchas formas; una de las más importantes es proyectarse desde la cuna, hacia una educación de calidad como camino hacia un futuro compartido y más justo.