Hace muchísimos años, lejos de la ínsula de Barataria, vivía un caballero andante, de oficio cochero. Vestía siempre guayabera blanca, sombrero alón gris y, como amuleto, una cinta roja en la mano derecha, para absorber las malas vibras y atraer buena suerte.
Por desgracia, le acompañaba un agrio carácter y la frase que popularizó, entre los muchachos del barrio:
– ¡Si tiras, enganchas!- gritábamos cuando alguno de nosotros montaba ilegalmente en la parte trasera del carruaje, alertando al conductor del intruso pasajero al que lanzaba el fuete por encima de
su hombro derecho, sin impactar jamás.
Aquel medio de transporte local no constituyó un elemento sociocultural de fuerza; sin embargo, la expresión infantil de referencia me viene hoy a la memoria con la frescura de entonces.
Es de mañana, también domingo de vacaciones. La joven Yunia toma de la mano a sus hijos Yuliet y Yanet para visitar a su abuela en las cercanías de la terminal ferroviaria de Bayamo. No lleva cesta como Caperucita, ni viste de rojo, pero en el corazón late el amor a su antecesora.
Muy cerca, el peculiar sonido anuncia la llegada de un coche al Parque del Amor, donde otros pasajeros esperan:
-¡Al fin!-dijo un señor de lentes oscuros-Llevo más de una hora en espera y nada. Parece que la tierra se los ha tragado después de aprobarse el nuevo precio del pasaje. Algunos cocheros ven
el asunto como un sustento económico y no como el símbolo que equilibra su labor con la felicidad del residente o de quien nos visita.
El coche detuvo la marcha y la ronca voz del conductor estremeció el escenario:
-Voy hasta el ferrocarril y pa’ evitar chu chu chú, son 20 pesos por persona.
-Dejaron claro que eran 10 pesos por tramo-aclaró Yunia.
-Esos no montan en coche y apúrense, que ando apurao -dijo quien sujetaba el freno del animal con la mano derecha, en cuya articulación portaba varias cintas de color rojo.
-¡El tipo anda artillao! -pensé- Con ese collar de cintas no hay medida que le entre.
-Vamos… ¡Montan o me voy!
Y sin otra alternativa, montamos.
– Del Parque del Amor al ferrocarril, y de regreso por la misma ruta, cobro 20 pesos y los pasajeros pagan sin chistar. Ustedes son la excepción.
Nadie respondió al comentario. El coche continuó su rumbo y el protagonista su negativo monólogo:
-Cada quien le pone el precio a las cosas y nadie se mete en eso: el saco de carbón cuesta más de mil pesos y lo compran, los turnos para la compra del gas están por encima de eso y lo pagan…
El discurso personal continuaba su intencionado rumbo hasta que un inspector, en plena vía, le indicó detener la marcha a escasos metros de nuestro destino final. Nos miramos y sin ponernos de acuerdo, bajamos con los 10 pesos en la mano.
El hombre de la manilla roja nos miró encolerizado y en tono de burla reclamó:
-Ustedes parece que vinieron de otro planeta.
No hubo respuesta. Cada quien tomó su camino, solo que, al pasar frente al inspector, le dije como en los tiempos de mi infancia:
-Si tiras, enganchas.
Tal vez no entendió la frase. Para mí el asunto quedaba claro.