Dijo que me miraba desde hacía un rato. Que no era la primera vez, que sabía me sentaba en el mismo banco del parque a la misma hora. Traía en sus manos un jazmín, de esos que huele dulce, que parecen simbolizar primavera, sinceridad, inocencia, amor. Sonreí. Sí, creo que sonreí.
Tenía las manos sudorosas y cómo otras veces en momentos importantes no sabía qué hacer con ellas; él las tomó entre las suyas; el sudor se evaporó y sentí mi rostro ruborizado. Se acercó y me besó.
No sé si nos casamos formalmente… eso de: en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad… no lo sé. Pero vivimos juntos un atardecer maravilloso con antojos de grosellas ácidas y noches de Luna en cuarto menguante.
Luego el nacimiento de un hijo deseado y amado que juntos educamos y vimos crecer, un hijo que juntos llevamos a la escuela y creció entre versos y canciones y tuvo una novia y se casó y nos dio un nieto y…
Y este martes, después de dejar al pequeño en el círculo infantil nos hemos sentado otra vez en el banco del parque; no es tiempo de jazmines, aún no es primavera; otra vez mis manos sudorosas, otra vez mi rostro ruborizado, otra vez tus labios en los míos, otra vez el amor.
Es 14 de febrero y confío en el amor. En el amor expresado en una estrella brillante, en la sonrisa de un niño, en la oración de una madre.
En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… ¡Te quiero!