Cuando desperté por primera vez, en abril de 1973, ya habían transcurrido 14 años del acontecimiento. Tal vez por eso, no supe ponderar todo lo que galopaba a mi alrededor. Fui a los cuatro años a mi primera clase en una modesta escuela del barrio de Cautillo Merendero. En esta los maestros se desvivían para que los alumnos aprendiéramos a escribir Luz y Montaña, a multiplicar y a viajar dentro de un cuento de oro.
Jamás le vi nada de especial a eso. Tampoco me pareció extraño que decenas de médicos dieran el alma para derrotar mis padecimientos de la garganta y las tremendas deformaciones de mis pies.
No encontré nada de anormal en el hecho de que nadie me discriminara, ni sometiera a limpiar parabrisas un lunes o un domingo. Nunca me pareció raro que Avis, mi vecina minusválida intervenida en el quirófano nueve veces, fuera el centro del barrio y su casa el mejor punto de encuentro para los chistes, las anécdotas y curiosidades.
Así de grande era mi inocencia hasta que, andando el tiempo, penetré en la historia de mis antecesores y se me descongeló la niebla de los ojos.
Mi familia, 58 años atrás, agonizaba de la más colosal desesperanza. Ninguno de sus integrantes pudo llegar a quinto grado. Mis parientes paternos, muy discriminados en aquella época, fueron amenazados varias veces con la “tea” hasta que un día de 1958 la guardia rural, sin justificación alguna, quemó la pequeña casa de yagua y la convirtió en nada.
Mi parentela materna, que se asentaba en el intrincado barriecito de El Bolo, nunca supo qué era una tubería, ni la luz eléctrica, ni los edificios…
Mi historia, por haber nacido en 1973, fue diferente. Conocí muy de cerca todo lo que no vieron mis padres antes del triunfo de los barbudos. Llegué, incluso, a graduarme de Periodismo, una carrera que antaño solo era para contada “gente de ciudad”.
Ahora mismo, por eso, mientras se habla del Comandante en Jefe y de su obra, he recordado los agradecimientos de mi trabajo de diploma: “A la paloma de vuelo popular, más auténtica hoy cuando un moreno y un pelirrojo se abrazan como hermanos… A Fidel, que ha consagrado su existencia para que los guajiros y pobres nos sintiéramos gente”.
Ahora mismo, cuando veo viajando el armón con las cenizas gloriosas de Fidel, con todo el simbolismo que esto entraña, pienso en el mágico torbellino que él nos deja.
Su obra, con lunares, pero sobre todo con luces, ha aterrizado en la realización personal de los cubanos. Ha sido y será orquídea, camino, verdad… amor.
Estamos tristes, pero satisfechos ya que el comandante recorre la misma travesía, que realizo en el 59 pero invicto nada ni nadie pudo derrotarlo, su legado perdurara mientras exista un cubano digno, revolucionario, rebelde , luchador incansable por los desposeído y capaz de entender la grandesa de nuestra Revolución, Comandante en Jefe fidel los agradecidos te acompañamos. Gracias Fidel.
Buena reflexión hermano, no eres el único, tu historia se repite en miles a lo largo de nuestra bella isla, seguro nada es perfecto pero su obra se acerca mucho a serlo. Como dijo nuestro heroe nacional………los desagradecidos hablan de sus manchas, los agradecidos hablan de su luz…….. te aseguro que son muchos pero muchos mas los que hablan de su luz.