
Verla en la televisión es algo maravilloso; y poder apreciar su arte en vivo, totalmente extraordinario. Hacer un cuestionario a una personalidad como Digna Guerra no resulta nada fácil. ¿En 65 años de carrera, cuántas entrevistas no ha tenido? Son incontables; sin embargo, siempre resulta un privilegio relatar la esencia de la Digna humana, esa para quien el sueño de ser una gran artista parecía imposible.
«Mis padres tenían que hacer maravillas para cubrir las necesidades mínimas», rememora con la mirada puesta en aquellos años de carencia. Sin embargo, el destino, impulsado por una política cultural transformadora, le trazó un camino inesperado. A los 16 años, sentada en un aula del Hotel Habana Libre como parte del primer curso de Instructores de Arte, una idea visionaria de Fidel Castro, experimentó un vuelco existencial. «Creo que en ese momento fue la primera vez que soñé que podía ser una artista», confiesa.
Graduada como instructora de música, su sueño echó raíces en el trabajo comunitario, y se expandió de manera asombrosa cuando recibió una beca para estudiar Dirección Coral en Berlín, Alemania.
«No me lo podía creer, mis sueños no solo siguieron creciendo, sino que comenzaron a ser realidad». Y enfatiza, con convicción, el origen de ese hecho: «¿Sabes quién me dio la posibilidad de alcanzar metas insoñables? La política cultural de la Revolución que me tocó vivir, por eso nunca podré dejar de decirlo: ¡Gracias, Revolución!».
El salto a Berlín fue un desafío integral. Una cultura ajena, un frío implacable, la distancia familiar, y un entorno académico inicialmente tenso, en el cual era la única cubana rodeada de europeos y asiáticos, pusieron a prueba su temple.
«Lo primero que tuve que vencer fue aprender el alemán en un año», afirma. Su dedicación fue tan fuerte que lo logró, ganando una seguridad fundamental. Su disciplina rayaba en lo obsesivo. Iba a estudiar Dirección Coral, con Piano como complementario, y cada minuto libre lo dedicaba a su objetivo.
«En cuanto llegaba de la escuela al apartamento, me ponía a estudiar tan intensamente» –relata–, hasta el punto que una vecina llamó a la policía por el piano que sonaba más allá de la hora permitida. «Yo me disculpé, y con mucha tristeza, cerraba la tapa del piano a las diez en punto todas las noches, tenía un despertador que me avisaba».
Su entrega culminó en un examen público que marcó su vida. El auditorio, repleto por la expectativa ante «una cubana en Berlín», fue testigo de su talento. Tras brillar en Dirección Coral y en Piano, el tribunal le propuso cursar ambas especialidades en el nivel superior. «Seguí estudiando como una demente durante todo el tiempo en Alemania, pero logré vencer ese obstáculo, y vine de regreso a La Habana con los dos diplomas». Y el resto es historia.
–¿Cree usted que se nace siendo músico o se aprende después?
–Se nace siendo artista, la música se aprende; claro, para la música se necesitan ciertas condiciones como son el ritmo, la afinación, las cualidades físicas necesarias. Por ejemplo, para cantar se necesita un aparato vocal sano, con determinada extensión, timbre y color; y muchos de estos aspectos se pueden entrenar o mejorar.
Pero subraya que el «don natural» es la esencia. Ilustra este punto con un ejemplo paradigmático, Ignacio Villa, «Bola de Nieve»: «No tenía una voz privilegiada, todo lo contrario, pero es, en mi opinión, uno de los más grandes artistas cubanos de todos los tiempos. Un artista total.
«Es muy importante el sentimiento, pero la técnica te permite mostrar ese sentimiento con la mejor factura. Los dos son importantes», asegura Digna, y argumenta que «los artistas cantan con el alma, la voz sale del corazón, cantar libera el espíritu».
–¿Y cómo es trabajar con aquellos que no transmiten emociones?
–Generalmente son jóvenes y hay que darles una oportunidad. Siempre que hago una audición y tienen las cualidades vocales que busco, les doy la posibilidad de demostrar su valía, los convoco a seguirme en el interesante viaje de la creación de cada obra musical. Si logran, en determinado tiempo de prueba, transmitir en cada frase la emoción que el público necesita recibir, ya son de mi equipo.
–Y si el piano es su novio, ¿por qué le ha dedicado más tiempo a la dirección coral?
–Yo a los cinco años me quedaba en el aula durante el recreo, para tocar en el piano cuanta música llegaba a mis oídos. Ahí comenzó mi amor a primera vista con el piano, después al solar llegó el piano que me regaló Dios a través de una colecta pública en el programa televisivo llamado Tertulia.
«Entonces les pedí a mis padres el permiso para oficializar el “noviazgo”», bromea, y añade que su graduación en piano en Alemania fue como un matrimonio: «Nunca me he separado de él». Hoy, su compañero de vida está «viejito» y la artrosis traba sus teclas, pero el ritual permanece.
«Todos los días lo toco y le doy, de esa forma, masajes». Es su aliado inseparable en la dirección coral. «Ensayo mis coros sentada en el piano…, es un idilio infinito que me permite entregarme a las armonías de las voces bien acompañada, bien protegida, por eso es que las dos disciplinas son inseparables: mi piano y mis coros».
A pesar de ser una persona bondadosa, su liderazgo no está divorciado de la exigencia, afirma. Reconoce que la exigencia sin bondad puede volverse tiránica, pero ella cultiva el equilibrio. «No soporto que se engañe al público», sentencia sobre su rigor musical.
La bondad, sin embargo, es un valor familiar arraigado en la pobreza compartida del solar: «Se compartía todo con los vecinos, eso es bondad colectiva». Esta combinación, asegura, produce resultados superiores con sus alumnos.
Trabajar con niños es una de sus mayores «delicias». Con orgullo señala que muchos de los que pasaron por su Coro Nacional Infantil, hoy cantan en agrupaciones profesionales como el propio Coro Nacional, Entrevoces o D’Profundis.
Pero su legado va más allá: «Lo más importante es que esos niños, aunque la mayoría no se dedique a la música profesionalmente, son el público del mañana». La formación estética y el entendimiento de diversos estilos musicales que adquieren en el coro los convierte en «mejores consumidores del arte», capaces de discernir ante intentos de colonización cultural con patrones de mal gusto.
Este potencial la hace sufrir ante la merma del otrora poderoso movimiento de cantorías infantiles en Cuba. «Sufro mucho, pero seguimos todos los directores corales del país batallando por levantarlo, y en cada tribuna seguiremos insistiendo», asevera.
¿Y la Digna Guerra fuera de los escenarios?: una mujer que se maravilla de cómo su tiempo alcanza para tantas responsabilidades. Encuentra felicidad en su hogar y con su «numerosa familia»: su hija Natacha, «mi vida»; su esposo Benjamín, «mi sol»; y una verdadera legión de mascotas rescatadas.
Comparte con Benjamín, cinéfilo y coleccionista, el gusto por el buen cine. Disfruta cocinar, escuchar a su ídolo Frank Sinatra y, por supuesto, tocar el piano. Visita con frecuencia a su hermano menor Daniel.
Y revela un método singular para preparar sus coros: la impronta. «Abro la partitura en el ensayo y la voy descubriendo en ese momento de creación».
Así, con pasión intacta, bondad férrea y su eterno piano como testigo, Digna Guerra celebró este 6 de agosto, ocho décadas de una vida dedicada a hacer estremecer el alma de Cuba mediante la armonía de las voces.