
Josué Guillén Ortega es un joven bayamés que sueña con galeones, bergantines, fragatas y con el tronco vacío que abandonó un navegante al cruzar el río.
Al igual que Thor Eyerdahl, el audaz tripulante de la Kon Tiki, Guillén Ortega se aventura en imaginarios viajes marítimos para, de regreso, devolver al náufrago desconocido aquel madero que transformó en escultura:
“Soy autodidacto, como mi padre, empecé la talla en madera a los 17 años de edad, al culminar dos cursos de artesanía en Bayamo. Una vez egresado, me incorporé a trabajar con mi padre, el escultor Juan Felipe Guillén.
“De él aprendí los secretos de la talla en madera y las enseñanzas que transmite: trabajar a escala, el dibujo y las dimensiones del proyecto y la prédica de que cada vez que comience una obra, tengo que terminarla, porque en el avance está el aprendizaje.
“Es mi más cercano crítico, la persona que me estimula cuando determinada realización me decepciona o no la logro como espero: en el arte todo es paciencia –me dice-, y obedezco porque es el artista que más cerca tengo.
“Mi trabajo no se parece al realizado por mi padre, aunque respeto lo que hace. Me he dedicado más al modelismo naval, otra manera de reflejar el arte, y aunque jamás pensé en consolidarme artísticamente, sigo sus pasos en la creación, porque al decir de muchos: la sangre pesa más que el oro.
“Utilizo diferentes tipos de madera: cedro, caoba, majagua azul y otras consideradas preciosas, aunque no desprecio la algarroba, el pino y algunas de menor realce.
“Busco nuevas ideas, en las que predomine la belleza y lo histórico y disfruto aquellos videos relacionados con la historia del arte universal y otros materiales vinculados con la línea de trabajo que asumo desde hace siete años.
“Nunca pienso en el destino final de lo que hago, pero me queda claro el deseo de exponer y concursar. Ahora estoy enfrascado en seleccionar las piezas para una futura exposición personal, sin fecha aún.
“Mientras más trabajo, mayor es el avance y la perfección que logro. Disfruto plenamente dos de mis trabajos: el galeón La gran fortuna y un bergantín, que aún no he titulado, pero resalta por su elegancia y factura.
“En Martí 42 se encuentra el taller en el que laboramos mi padre y yo, quienes llegan ofrecen sus comentarios. Los escucho mientras percibo los sonidos de mi nueva obra y asumo los criterios como estímulo para mejorar mi creación”.