Que te miren sonriendo no tiene precio

Share Button
Por Granma | 4 abril, 2025 |
0
FOTO/ Granma

Matanzas.–Casi un calco del mítico Don Quijote, nuestro entrevistado es el clásico jodedor cubano, con quien, al parecer, apenas pueden hablarse dos palabras en serio.

Moisés Rodríguez Cabrera resulta ese tipo divertidísimo, quien se toma la vida como un chiste, pero que resulta, por el contrario, un ser humano sensato con las cosas que ciertamente le interesan. «Cuando me gusta algo lo hago a fondo, hasta home».

Asegura que la noticia del Premio Nacional del Humor 2024 lo tomó por sorpresa. «No me lo esperaba, te lo juro (se ríe, mientras duda de su sinceridad), pero estoy contentísimo».

El pelo ensortijado como a la fuerza, profuso y sin acomodo alguno, resulta lo más llamativo en una contextura física que no rebasa las 140 libras de peso. Admite que la culpa de su permanente escualidez es del maldito hábito de fumar desde que era apenas un niño.

–Moisés, los premios tienen siempre algún efecto, ¿qué impresión te dejó este?

–Me cogió fuera de base, lo confieso. Costó trabajo entender que no se trataba de una de las tantas bromas de mis amigos humoristas, quienes suelen llamarme con frecuencia para ese «vacile» que es propio del gremio.

«El hecho me lo confirmó un anciano del barrio que, luego de felicitarme, me mostró un periódico de tirada nacional en el cual aparecía la noticia, acompañada de una foto mía.

«A lo largo de mi vida he recibido no pocos premios, a los que, por lo general, no doy esa importancia; pero este en particular ha sido de mucho impacto emocional y profesional, pues es como un reconocimiento a mis años de trabajo, a la obra de mi vida… Hasta las lágrimas me sacó».

–Quién iba a imaginarse que un tipo de tanta risa sería un llorón…

–Se trata de una emoción varonil, no de blandenguería; aunque aclaro que, desde muy pequeño, nos enseñaron en casa a no tener prejuicios con eso de que los hombres no lloran.

–Los homenajes suscitan cierta evocación, ¿en quiénes piensas en esta hora feliz?

–Este lauro me hizo caer en la cuenta de cuánto he sacrificado a mi familia. Por eso, en primer lugar, toda la gratitud del mundo para mi esposa y mis dos hijos. El trabajo me consumió mucho tiempo y, de algún modo, me ausentaba de la casa con frecuencia.

«Pienso, además, en la ciudad de Matanzas, por lo que ha significado en mi carrera, y en el público que con sus aplausos me empujó a ser mejor humorista».

–¿Dónde crees que está el origen de tus dotes de humorista?

–Había un tío paterno que era un bromista natural. Sus ocurrencias me divertían muchísimo, pero a excepción suya, no recuerdo a nadie más. Mi papá era pastor bautista y el escenario familiar, sin faltar el sentido del humor, era más bien de seriedad.

«Creo que la mayor motivación para ser humorista fue cuando, todavía muy pequeño, le hice un chiste a mi mamá y le dio como una crisis de risa. Verla reír de aquella manera desenfrenada sirvió como inspiración para mis futuras ansias artísticas».

–¿Te ha resultado decisiva en la vida esa capacidad de encontrar una salida cómica hasta para las cosas más serias?

–Totalmente. La utilizo inclusive como estrategia en las relaciones interpersonales. El humor puede abrir puertas y ser la solución en un momento tenso. Es algo que agradece la gente. Los chistes graciosos sirven para aliviar el estrés y disminuir la ansiedad.

 –¿Cuánto pesó en Moisés, como creador y profesional, su paso por La Seña del Humor?

–La Seña… fue el resultado del aliento de varios jóvenes que, desde la etapa de estudiantes, teníamos inclinación por el humor, y encontramos en el chiste la mejor forma de comunicarnos.

«Ya desde la secundaria, y sobre todo en el preuniversitario y en la universidad, realicé infinidad de parodias, sketch y espectáculos unipersonales. Eso de hacer reír y reírnos de casi todo me gustó mucho.

«Una vez graduados de la universidad, y otra vez en Matanzas, se concretó la idea de crear una agrupación humorística (La Seña del Humor) que dio cauce al torrente intelectual de varios jóvenes cuyas relaciones de amistad tenían como base el humor. Poco tiempo después, en consecuencia, se desató la creación de todo un movimiento del nuevo humor en Cuba.

«Como se ha dicho tantas veces, fue una época, por los años 80 del siglo pasado, que estuvo marcada por el de la Seña; un humor de ingenio, artístico, lleno de referencias culturales, y al propio tiempo muy popular. En la historia del grupo tuvieron un peso importante Pepe Pelayo y Aramís Quintero. El grupo revolucionó la escena cubana entre los años 80 y 90».

–Por cierto, ¿cuál es la cualidad que más aprecias en el humor?

–El ingenio, la forma en que se plantea el chiste, mejor mientras más sutil y elaborado sea el mensaje.

–¿Tu condición de profesor y el humor siempre se llevaron bien?

–Así fue, por suerte. El profesor tiene que ser convincente y crear una atmósfera inolvidable para el alumno. Y nada mejor que el humor.

–¿Qué cuentas del personaje de Roberto?

–Creo que, felizmente, ese personaje me cambió el nombre, porque quiere decir que funcionó, que gustó a la gente. Se lo debo a mi amigo Pelayo, su creador, y lo hice popular en un espectáculo junto a Aramís. Luego lo llevé a la televisión.

–¿Cómo ves el humor hoy, en la televisión?

–Esa pregunta en sí misma es un chiste, pero pienso que hay gente buena como Osvaldo Doimeadiós, Miguel Moreno y Jorge Bacallao, entre otros muchos, y que demuestran que el código de buen humor se mantiene. Y, por otra parte, está el Centro Promotor del Humor, que apoya el buen humor y al buen humorista. En este tema, claro, influye un sinfín de razones.

–A la vuelta de los 73 años, ¿alguna nueva motivación para hacer humor?

–Aunque los achaques de salud (soy cardiópata) me llevaron a la jubilación, sigo haciendo humor en el contexto en el que me desenvuelvo. A diario veo muchas posibilidades de hacer reír. Las anoto y las hago saber.

–Para quienes, a pesar de todo, no te conocen, ¿cómo se autodefine Moisés?

–Bueno, soy profesor titular, crítico de arte, artista visual, miembro fundador del emblemático grupo La Seña del Humor… Pero, aunque no puedo sustraerme de mi condición de intelectual, me considero sobre todo un cubano jodedor y divertido. No, no… más exacto aún, como un intelectual jodedor y luchador de la calle.

«Por eso una de las cosas que más disfruto es cuando las personas al saludarme, o simplemente al mirarme, lo hacen sonriendo.  Eso es muy rico. En tiempos de tantos problemas cotidianos y todas esas vicisitudes, que te miren sonriendo no tiene precio».

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *