
Pasada la tensión del despegue y acostumbrado a las sacudidas que a veces da el avión en que viaja, deja a un lado malos pensamientos para hacerlo en la misión asignada, proponiéndose poner en práctica en escenario real de guerra lo aprendido.
Reclinado en el cómodo asiento, con los ojos cerrados, el fotorreportero Rafael Gregorio Martínez Arias mira su vida en retrospectiva y se ve niño en el barrio cuyo nombre: Pueblo Nuevo, es, dice su padre, dos mentiras juntas, por no ser ni pueblo ni nuevo y sí un barrio acomodado en lomas de la Sierra Maestra, en el municipio de Guisa, provincia de Granma.
De allí se fue a vivir con sus abuelos, en la ciudad de Guisa, cuando tenía unos 10 años, por la mañana asistía a la escuela y por las tardes a un vivero, a llenar de tierra bolsitas de nailon para sembrar en ellas semillas de café, árboles frutales y maderables; otras veces hacía de ayudante del papá en la fabricación de bloques de hormigón.
Se pone rígido al revivir el momento en que es llamado a cumplir el Servicio Militar nada menos que en la Brigada de la Frontera (BF), en Guantánamo, el rigor de la preparación denominada previa, luego su ubicación en la sección política.
¿Qué verían en mí, un guajiro de Guisa, los compañeros de la sección política (de la BF), para enviarme a la redacción, en Santiago de Cuba, del periódico Combatiente, a aprender fotografía?, pregunta para sí.

Recuerda con afecto a los fotógrafos de dicha publicación por su interés en enseñarle el oficio; también, por hacer lo mismo, a los profesores la academia Militar Máximo Gómez, en La Habana, de la cual egresó hace poco.
Pone fin a su meditación el aviso de la aeromoza de abrocharse los cinturones, pues dentro de minutos la aeronave aterrizará en la loza del aeropuerto de Luanda, capital de Angola.
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“Después del aprendizaje de fotografía en Santiago de Cuba di cobertura, como fotorreportero, a maniobras, ejercicios militares y actos políticos en unidades de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), para publicar las fotos en el periódico Combatiente, que circulaba desde Camagüey hasta Baracoa”, cuenta Rafael Martínez sentado a la sombra de unas matas de mango en el patio de su modesta vivienda, en la Circunvalación Sur de Bayamo.

Pero como dice un refrán, una cosa es con guitarra y otra con violín, cuando él llega a Angola hay una guerra verdadera en la cual participan miles de cubanos que, mediante la Operación Carlota, contribuyen a defender la soberanía e integridad territorial de ese país sudafricano, de lo cual debe dejar constancia gráfica.
Licenciado del Servicio Militar, comienza a laborar como fotorreportero en el periódico La Demajagua, de la provincia de Granma.
Estaba, recuerda, en Manzanillo dándole cobertura con la periodista Dania Casalí a los carnavales de esa ciudad, en 1983, y le comunican debía retornar a Bayamo con urgencia, lo hace y es enviado, junto a otros 13 colegas de todo el país, a recibir un curso de preparación como fotorreportero militar, en la academia Militar Máximo Gómez.
La graduación del grupo, cuenta, la presidió el General Senén Casas Regueiros, quien dijo que debían completar la preparación en una misión internacionalista, a él lo enviaron a Angola, a los demás a otros países.
“Cuando llego a Angola me ubican en una brigada de lucha contra bandidos. Al día siguiente, después de volar kilómetros y kilómetros en un helicóptero, salimos, las 6.00 de la mañana, a caminar por la selva, a la hora de estar caminando nos atacó la Unita (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola) y yo, honestamente, me porté bien, los nervios me favorecieron mucho y no me dio miedo.
“El combate duró una hora y piquito, hubo muertos y heridos, yo tuve suerte, no me pasó nada. Hice una foto de un combatiente angolano al que una esquirla de mortero le llevó la mitad de la cara.
“Después estuve en otros combates, visité a combatientes que cuidaban puentes, cubrí viajes de caravanas (abastecedoras de alimentos y pertrechos), una graduación de pilotos cubanos y soviéticos, un recorrido con tropas de la Swapo (Organización del Pueblo de África del Sudoeste) de Namibia.
“La guerra tiene la cara fea, en una ocasión vi a un combatiente angolano con el mondongo afuera, esa es una imagen que ningún fotógrafo quiere, pienso yo, captar.
“Para mi esa misión internacionalistas fue una súper escuela, allá en ocasiones pasé sed, hambre, sentí miedo, sí, miedo, vi miseria, cómo es el pueblo angoleño, muy parecido al cubano, y pude aportar, con la cámara fotográfica, mi granito de arena a la lucha por la soberanía de Angola”.
Al cabo de casi año y medio de estancia en la nación sudafricana, Rafael Martínez retorna sano y salvo a su patria y a Guisa, donde entonces reside, reincorporándose al periódico La Demajagua

Pasado un tiempo se traslada a laborar en una escuela de Comercio Interior, en el Parque Granma, de Bayamo, para impartir clases de fotografía; más tarde es vendedor ambulante en La Habana, custodio (de los llamados CVP) en Santa Rita, Jiguaní, hasta su retorno, hace más de una década, al órgano informativo granmense, del que se irá, afirma, “cuando decida jubilarme, pues ya puedo hacerlo cuando quiera”.
Su testimonio es, dice, “en blanco y negro, como las fotos que hice en Angola”.
