
Existen acontecimientos trascendentales que cambian por completo nuestras vidas y, sin dudas, la aparición del coronavirus ha conllevado a una transformación en los seres que habitamos este planeta.
Desde entonces, nuestras rutinas y cotidianeidad no han sido las mismas, porque de un mundo agitado, hemos pasado a una desaceleración que ha impactado hasta en la economía mundial.
Lo que antes era muy normal, como por ejemplo besarse, abrazarse, compartir en grupo o tener a la mano lo imprescindible para vivir, hoy es una rareza.
Por más que el gobierno cubano ha tratado de asegurar productos básicos a la población, constituye un reto muy difícil ante la escases de recursos, derivada de la paralización o la disminución del volumen productivo de países determinantes en la existencia de suministros a nivel global.
Ante esa cruda realidad se impone una mayor sensibilidad y consideración entre los nativos de este archipiélago, que no solo es una opción, sino una necesidad.
Querernos como hermanos no solo implica compartir lo poco que tenemos, sino pensar que cuidando nuestra salud contribuimos a que no se extienda el virus, y de esa manera, preservamos también la salud de nuestros familiares, amigos, conocidos y compañeros de trabajo.
Otro aspecto del asunto son los precios desconsiderados que algunos imponen a productos y servicios, violando también disposiciones gubernamentales. Es como si esta contingencia nos hubiera insensibilizado, porque aunque existen dificultades, hay costos que no se justifican.
Entre los ejemplos más comunes, actualmente, está la idea perenne de carencia, que obviando la pretensión de algunos de acaparar, afecta a muchos porque quieren -teniendo en cuenta el defécit- llevarse a manos llenas productos que otros apenas pueden comprar.
Sé que muchos pensarán que las cosas están “muy malas” como para dejar pasar las oportunidades, pero no creo que siempre deban repetirse las mismas personas en las colas, cuando hay otras que por su trabajo, situaciones de salud o familiares, siempre quedan en el grupo de los que no alcanzan.
Creo que en estos momentos complejos es una muestra de egoísmo tener en abundancia, lo que otros apenas pueden adquirir. Hemos vivido tiempos difíciles como el período especial, en el que pensar colectiva y no individualmente, ayudó mucho a salir de ese lastre.
Ser una economía subdesarrollada, bloqueada y con déficit financiero, hace que sintamos más duros los impactos en el desabastecimiento global, pero considero que ello no justifica las escenas espeluznantes que pueden verse en una cola, un ámbito en el que han aflorado, lamentablemente, los sentimientos más bajos de algunas personas.
La actual crisis ha reforzado el criterio de que debemos mirar más hacia lo interno, y disminuir la dependencia de lo que traen los barcos, pero mientras resolvemos nuestras imperfecciones económicas, considero que un poco de honradez, solidaridad, sensibilidad y amor al prójimo, pueden atenuar la compleja situación.
En esta coyuntura debe emerger lo mejor del hombre, y no lo más deleznable de su naturaleza, pues los sentimientos más puros también son un salvavidas.