
“Sentir el roce de un beso ardiente, que de otra boca nunca es igual”, escribió nuestro José Martí, en uno de sus cuadernos de apuntes (1882), frase inspiradora para reseñar el tema por el Día de las madres.
Como no ofrezco más que este modesto regalo, me trasladé telefónicamente a la casa del bardo Juan Manuel Reyes Alcolea, quien en solidaria prosa poética dijo:
-¡Oíga…! Santa mujer que nos regaló 37 semanas de incubadora ternura, que cuando éramos diminutas personas nos meció en el columpio maternal de su regazo, la que entre besos y nalgadas tejió pañales para echarnos a andar por los largos y azarosos caminos de la vida y endulzó nuestra existencia con la miel de su cariño.
Confieso que su definición me estremeció sobremanera y, mientras ordenaba estas ideas, recordé la letra de una canción de Tony Ávila:
Madre, quien dijo que el tiempo te arrancó de mis pupilas/ese viento que respira mi corazón es tu aliento/Ya no duermo con el cuento que de pequeño me hacías/pero tengo la poesía como herencia de tus versos…
Vinieron a la memoria momentos que de pequeño conservo: sus consejos, las visitas familiares, la preocupación por mis estudios y agasajo el Día de reyes, con su escasa economía.
Comprendí que en señal recíproca, entregar una flor, la tarjeta postal o simplemente un beso, no eran plataformas únicas para homenajearla.
El tiempo pasó y me hubiera gustado compartir esa ternura mediante el correo electrónico, el WhatsApp, el Messenger, solo para apreciar su rostro frente a las nuevas tecnologías, reclamándome aquella flor, la tarjeta o la serenata que tradicionalmente ofrecía.
Siempre existirá un pretexto para enaltecer el segundo domingo de mayo. Variantes hay miles y, además, atractivas, todo depende del cristal con que se miren, porque los detalles llegan enhorabuena.
Distinguirla con una jarra graficada con su imagen o recitarle algunos versos del poeta César Vallejo, el que rubricó las esencias humanas, en esta especie de retruécano: “La vida consiste en hacer cosas para el bien de los demás, de modo que si no puedes hacer nada para los demás, es como si hubieses perdido un poco la vida”.
Y como en las letras de muchas canciones también se agolpan puros sentimientos, concluyo con la del bolero Por una madre, de Gertrudis Cruz, inmortalizada por Benny Moré:
Por una mujer que locamente adoro/por esa mujer no me importa encontrar quien en la vida me taladre,/porque esa mujer de quien hablo, señor, ¡es mi madre!