Un alma enriquecida

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Por Yelandi Milanés Guardia | 23 junio, 2021 |
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FOTO/ Luis Carlos Palacios

Es difícil conocer una persona que desprecie las riquezas, y tenga en mayor estima los valores personales y la entrega desinteresada a los demás. Pero felizmente existen seres de una gran estatura moral, a quienes el dinero no les encandila los ojos, ni calienta sus mentes, centradas más en servir a la humanidad, que en poseer.

A esa estirpe de hombres, escasa de miembros y representantes, perteneció Francisco Vicente Aguilera, quien aunque nació en cuna de oro, sintió que su inmenso caudal no era suficiente para materializar el febril sueño de Patria y libertad. Por eso consideró necesario consagrar la fortuna a fines emancipadores, como única alternativa para hacer realidad su anhelo.

Y aunque el patricio bayamés lo dio todo a cambio de nada, nunca faltaron las leyendas en torno a su figura y patrimonio. Se dice, sin tener certeza al respecto, que en un momento de su vida procuró un título de Conde y, en otra ocasión, pidió permiso -el cual le fue negado- al Rey de España para incrustar monedas de oro en el piso de una de sus residencias.

El imaginario popular también afirma que no perdió del todo su tesoro familiar, pues tuvo tiempo de enterrarlo en una de sus fincas.

Por esas ironías del destino, le correspondió recaudar en el extranjero, para la causa cubana, el dinero que una vez poseyó en enormes cantidades. En el exterior reunió un total de 145 mil 500 dólares y organizó cinco expediciones, lamentablemente fracasadas.

Sobre esa etapa de su vida, Fernando Portuondo escribió: “Mientras el cáncer destruía su organismo, la enemistad de sus críticos propagaba la versión de que tenía tres millones de pesos depositados en Londres. Había sido calumniado, vejado -hasta golpeado, estafado, burlado, pero no se pudo decir de él que cejara en ningún momento de su propósito de trabajar por la independencia de Cuba”.

También en su defensa brillan las palabras de Manuel Sanguily: “Muchas veces, el día que llevaba a su pobre habitación las manos llenas de oro, no tuvo ni un solo  pan para comer.

“Fue así un millonario que mendingaba por la libertad e independencia. No sé si haya una vida superior a la suya, ni hombre alguno que haya depositado en los cimientos de su país y en su nación, mayor suma de energía moral, más sustancia propia, más privaciones de su familia adorada, ni más afanes y tormentos a su alma…”.

Su inmaculada existencia nunca la pudieron ensombrecer los comentarios maldicientes e infundados, pues su actuar intachable no admite críticas, sobre todo porque prefirió morir, con el bolsillo hueco, y con el alma enriquecida.

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