
La frase “Honor, a quien honor merece”, bien pudiera resumir lo acontecido en una sesión iniciada el 7 de febrero de 1959, y finalizada en la madrugada del siguiente día, en la cual se decidió otorgarle al Che la condición de ciudadano cubano por nacimiento.
Esta decisión se correspondía a algunos artículos revolucionarios incorporados a la Constitución de 1940, entre los que resaltaba el acápite 12, el que especificaba que: “Son cubanos por nacimiento […] los extranjeros que hubiesen servido a la lucha contra la tiranía derrocada el día 31 de diciembre de 1958 en las filas del Ejército Rebelde durante dos años o más, y hubiesen ostentado el grado de Comandante durante un año por lo menos”.
Según testimonio de Luis Buch Rodríguez, secretario del Consejo de Ministros desde enero de 1959 hasta marzo de 1962, uno de los artículos más discutidos de la Ley de leyes fue precisamente el número 12, el de la ciudadanía, “pues cuando propuse que fuera reconocido el Che como ciudadano cubano por nacimiento, el presidente Urrutia reclamó esa condición para todos los extranjeros que habían pertenecido al Ejército Rebelde”.
Evidentemente Manuel Urrutia Lleó no simpatizaba mucho con Ernesto Guevara de la Serna ni con la propuesta que se hacía. No obstante, proseguía Buch Rodríguez: “Los ministros no estuvieron de acuerdo con su posición. Sin apoyo alguno, a duras penas aceptó que el Che era una excepción y que a los otros extranjeros se les reconociera la ciudadanía cubana por naturalización”.
Aprobada la decisión, el secretario del Consejo de Ministros dio instrucciones para que localizaran al Comandante nacido el 14 de junio de 1928 en Rosario, Argentina. Al informársele de lo acordado el guerrillero heroico estimó inmerecido el reconocimiento, pues según él, solo había luchado en Cuba como hubiera hecho en cualquier otra parte del mundo, por la libertad de un pueblo. Pero entonces Buch le rebatió que a un honor de tal magnitud no podía rehusarse, pues sería un desaire al pueblo de Cuba y al Gobierno Revolucionario.
Cuentan que el Che –emocionado- lo abrazó y juntos entraron al salón donde todavía estaba el Consejo de Ministros en pleno y de cuyos miembros recibió congratulaciones. Hubo quien le pidió que dijera unas palabras, pero el recién aceptado cubano se rehusó. “Así era de modesto y sencillo”, diría Buch Rodríguez en una entrevista años después.
El acuerdo fue publicado en una edición extraordinaria de la Gaceta Oficial, fechada el 7 de febrero de 1959, pero la información no llegó a la prensa hasta el lunes 9 de febrero.
Para el pueblo cubano esto no fue más que un formalismo y un acto legal, pues desde su llegada en el yate Granma el Che se convirtió en un nativo más y todos los veían como uno de los nuestros.
Este entrañable y querido amigo, correspondió totalmente al cariño y admiración profesado por los hijos de este archipiélago, por eso en su carta de despedida, leída en octubre de 1965, confesaba a Fidel: “Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la revolución cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo, que ya es mío.
“Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del Partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos […]
“Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento, será para este pueblo…”
Por tal razón no extrañó que cuando fueron hallados sus restos mortales, el gobierno cubano decidió que reposaran junto a los de los integrantes de su guerrilla en Santa Clara.
La Patria clamaba el retorno exánime de uno de sus hijos más ilustres, que siempre fue consecuente con su condición de cubano, cuando otras tierras del mundo reclamaron el concurso de sus modestos esfuerzos, esos que validaron miles de veces, que pertenecía a la estirpe de estos antillanos que defendemos y amamos la libertad.