
Porque Martí necesita mucho más que una rosa y un desfile, enero nos volvió a levantar la antorcha. Porque todavía queda resaca en el pecho, nacida de sueños no cumplidos, volvió la juventud a encender piras, la noche del 27, en homenaje al Maestro.
Porque las tradiciones hermosas no deben morirse, aun en tiempos de complejidades, salieron los estudiantes, los dirigentes, los de uniforme -juntos a la calle- alzando fuegos y consignas. Desde el Retablo de los Héroes hasta la rotonda martiana, donde él nos habla de su alma intrépida y natural, como Bayamo, anduvieron los pinos de este tiempo para recordar que en 1953 Fidel y los suyos ayudaron a vivificar al Apóstol con el primer desfile de teas libertarias.
Porque el Hombre de la Edad de Oro es siempre referente, hubo una ofrenda, canción y un discurso mientras la noche se cernía sobre el fuego colectivo. Algunos no pudieron construir antorchas, pero hicieron el recorrido con orgullo, sabiendo que la principal llamarada es la que se experimenta en la conciencia.
Porque necesitamos que el hilo de la Patria no se rompa, la marcha del jueves tuvo continuidad este 28 de enero con los actos pioneriles en los parques de todos los municipios, escenarios en los que saltaron a relucir múltiples facetas del que amó a los niños cada día y nos habló de Cuba como la arteria principal arteria de su agitada vida.
Porque Martí no puede ser una circunstancia, esas antorchas encendidas este enero deberán convertirse en manos para sentir las pulsaciones del más universal de los cubanos, las cicatrices de su espíritu, el ajetreo de su reloj para edificar una nación donde primara el bien.
Esas antorchas, encendidas en cualquier punto de nuestra geografía, jamás han de ser parte de una rutina por una fecha; tienen que ser como el abrazo de los hijos al padre. Un abrazo en el que no falten la ternura y el respeto, el culto a la dignidad suprema, la estrella iluminadora de todo el calendario.