Una batalla silenciosa por la energía de Granma

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Por Frank Fonseca Espinosa | 15 octubre, 2025 |
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FOTO/ Frank Fonseca

Sus manos rudas, llenas de aceite dieléctrico, son una muestra del compromiso y la abnegación con la distribución y el aprovechamiento doméstico de la energía eléctrica, ante el déficit de transformadores de distribución en la provincia de Granma.

Rodolfo Fernández Milanés, especialista principal del proceso de mantenimiento y recuperación de transformadores, junto a siete obreros que laboran de manera sistemática,  reconoce que existe una batalla silenciosa por mantener funcionando los transformadores que llevan electricidad además de los hogares locales, a hospitales y empresas, en medio de una escasez que obliga a priorizar cada reparación.

De mantenimiento preventivo a cirugía de emergencia

Los números que a continuación exponemos revelan una dimensión del problema nunca antes vista. Hasta septiembre, el taller debía haber dado mantenimiento a 306 transformadores. La realidad: solo han recuperado 75 de los 298 que ingresaron, y reparado aproximadamente 170 más con soluciones inmediatas a problemas menores.

“Antes, los mantenimientos capitales eran otra cosa”, recuerda Fernández. “Se bajaba un transformador, había stock, se montaba uno de igual capacidad y el que se bajaba se traía, se pintaba, se le cambiaba el aceite, se le hacía la medición del aislamiento. Prácticamente, el transformador se ponía en servicio para durar un tiempo más en la red. Ya eso es casi imposible hacerlo”.

La escasez es tan severa que muchas veces no tienen transformadores de la capacidad adecuada para la carga del circuito.

“Hay que montar otro de una capacidad menor o mayor, el que haya, para poder darle servicio a la población”, explica el especialista.

Reciclaje extremo: cuando el ingenio es la única opción

Casi sin recursos, el taller de transformadores de la Empresa Eléctrica de Granma funciona gracias a los materiales recuperados. El aceite dieléctrico, esencial para el funcionamiento de los transformadores, ejemplifica esta realidad. Sin máquinas para su tratamiento, Fernández y su equipo desarrollaron un sistema artesanal: miden el aislamiento del aceite que viene en cada transformador y, si está en parámetros aceptables, lo transfieren a otro equipo que lo necesite.

“Mensualmente, a veces utilizamos 400, 500, 700 litros, en dependencia de lo que llegue”, señala. Cuando el aceite está totalmente contaminado, lo almacenan con la esperanza de establecer coordinaciones con otras instalaciones, como la de Manzanillo, que podría procesarlo.

Esta labor artesanal se realiza por falta de equipamiento especializado o básico, lo que demora el proceso y convierte la tarea en algo arduo.

Sin un analizador de rigidez dieléctrica, Fernández debe trasladarse hasta Trinidad para probar el aceite.

Sin un TTR (equipo para medir la relación de transformación), tienen que manipular cada transformador desde el patio hasta el área de pruebas, aplicarle tensión y verificar manualmente que la relación se comporte correctamente.

Prioridades en tiempos de crisis

En este contexto de recursos limitados, el taller establece prioridades claras. Los hospitales encabezan la lista, seguidos por las fábricas que producen alimentos, los sistemas de bombeo de agua y las grandes agroalimentarias.

“Cuando vienen, enseguida nos dicen que es de tal lugar, y entonces uno sabe que hay un nivel de prioridad que darle”, explica Fernández, quien recuerda un caso reciente: un transformador de 19,000 voltios de una agroalimentaria que llegó un domingo con daños graves.

“Muy escasos, esos transformadores están perdidos”, dice sobre este tipo de equipos.

El enemigo invisible: la sobrecarga creciente

El problema no es solo la escasez de transformadores nuevos. Los equipos existentes enfrentan una demanda cada vez mayor. Las hornillas de inducción, los nuevos electrodomésticos y el crecimiento natural del consumo están llevando los transformadores a su máxima capacidad.

“Ya no es lo mismo un transformador que hace 10 años está montado en un poste, que llevaba 8 o 10 cabezas; en este momento, la mayoría está a máxima capacidad”, explica el especialista.

La vida útil de un transformador debería ser de 20 a 25 años. En Granma, muchos superan los 30 años de servicio. “No está entrando transformador nuevo”, confirma Fernández, quien desconoce si existe alguna planificación nacional al respecto.

Un equipo inquebrantable

Los siete trabajadores del taller —tres operarios, un técnico de pruebas y diagnósticos, un especialista de redes, un soldador y Fernández— son el corazón de esta operación. Su jornada no conoce de horarios ni días libres.

“Yo llamo a un trabajador un sábado, un domingo, y ahí están cumpliendo”, cuenta el especialista. “A veces nos han ido a buscar a la casa, nos llaman: ‘Oye, Rodolfo, tenemos que ir a la calle’. A veces nos vamos de madrugada, vienen y nos recogen”.

Entre ellos destaca Antonio Vicente, conocido como Tony, un operario reincorporado con 40 años de servicio en la empresa. “Es el número uno”, dice Fernández con orgullo. “Yo primero voy a llamar a Tony. Ellos nunca me han dicho que no”.

Formando la próxima generación

A pesar de las dificultades, el taller mantiene un compromiso con la formación de jóvenes técnicos. A través de un convenio con el centro politécnico local, estudiantes realizan prácticas en las instalaciones.

“Los muchachos ven un potencial para aprender”, explica Fernández.

“El taller de transformadores es especial: entra todo, transformadores, interruptores, motores, máquinas de soldar. Es una fuerza de trabajo joven, con deseo de trabajar; no le ponen pero a nada”.

Rodolfito, uno de los jóvenes que se quedó trabajando en el taller tras sus prácticas, representa el fruto de esta apuesta.

“Aquí, casi todos los años se queda uno”, dice Fernández, quien piensa en el futuro: “Tengo que ir pensando en cuándo Tony se me vaya, cuándo se me vaya Gustavo, yo mismo que un día me tengo que ir. Tengo que tener un sustituto, hay que ir preparando a esa gente”.

El eslabón crítico

Cuando se le pregunta sobre la importancia de su trabajo, Fernández responde con modestia: “Nosotros estamos cumpliendo con el deber que nos toca. En el momento en que estamos, tenemos que hacerlo; no nos queda de otra”.

Pero luego reflexiona: “El transformador es el elemento fundamental en la red eléctrica. La distribución sin el transformador no es nada. Las líneas de distribución sin el transformador no son nada”.

Las cifras le dan la razón. Aunque por la escasez de recursos no han podido cumplir con toda la demanda, han contribuido significativamente a mantener el servicio eléctrico en la provincia.

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