
Desde joven siempre admiré los trabajos de los periodistas en los medios de comunicación, pensaba: “Quiero ser como ellos”. Observaba la televisión, leía revistas, periódicos, escuchaba la radio y quedaba impresionada. Así surgió mi pasión por el periodismo, que cada día se incrementa cuando me adentro en este fascinante mundo.
Aprobar los exámenes de actitud, avivó más mi sueño de plasmar aquellas historias de vida que dormitan en la sociedad; reflejar con mirada sensible los problemas de una comunidad y escudriñar, con visión crítica, los lunares que afean el entorno.
Me propuse, como diría Gabriel García Márquez, empezar con la voluntad de que todo cuanto escriba sea lo mejor que se haya hecho nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.
Largo, escabroso y emocionante es el camino hacia el buen periodismo. Una profesión que abraza, en alguna medida, todos los oficios, que exige de preparación y constancia para brindar al público cada día un excelente producto comunicativo.
El profesional de la palabra se enfrenta cotidianamente al reto de cautivar con cada publicación al que lo ve, lo escucha o lee; y enseñar -como los libros- algo nuevo.
Cada historia contada es un acercamiento a un universo que evoca historias de vida y al ser humano que subyace en estas.
Pocas veces, estos profesionales piensan en los riesgos que asumen para informar -desde distintos escenarios- una catástrofe natural, un accidente, una guerra y, en ocasiones, deben sobreponerse al agotamiento del quehacer, porque informar no admite demoras.
Hoy, que las tecnologías abren, cual causes de oportunidades, otras maneras de hacer y decir, el periodismo está ante disímiles retos, como el combate con ética y objetividad, a las noticias falsas. Algunas urdidas para desacreditar el modelo de país que construimos.
Al finalizar mi carrera, engrosaré ese gremio de profesionales que hacen de la palabra un escudo para defender causas justas, y una espada para esgrimirla contra la mentira y la desinformación.
Cada 14 de Marzo es un pretexto para reconocer la labor de quienes sin estar consagrados a una fe, consideran que no hay religión más alta que la verdad.