
El 28 de noviembre de 1880 en Brooklyn, Nueva York, nació María Mantilla y Miyares, quien desde muy pequeña despertó un amor sin igual en José Martí. Por mucho tiempo se pensó que el gran afecto que sentía el más universal de los cubanos, se debía a las estrechas relaciones que mantenía con la familia Mantilla y Miyares, pero estudios recientes demuestran que el hecho de ser el Apóstol, padre de su adorada niña, son razones más que justificadas para que el trato y el afecto, con ella, fueran especiales.
El mártir de Dos Ríos, con gran cariño, se volcó en la educación de la pequeña, la introdujo en el mundo del conocimiento y el arte, y juntos asistían a conciertos y exposiciones. María lo acompañaba a mítines políticos y actividades relacionadas con la emigración, además de servirle muchas veces de secretaria y transcriptora. Lo cierto es que entre ambos, surgió una relación tan estrecha y apasionada, que solo la fuerza de la sangre puede explicar.
LAS PRUEBAS IRREFUTABLES DE LA CIENCIA
En un trabajo periódístico titulado Martí y María Mantilla: ¿qué dice la ciencia? De la autoría de Yamil Díaz Gómez y publicado en Cubadebate, se dice que el doctor Ercilio Vento (Antropólogo, arqueólogo, médico legal y espeleólogo, además de escritor, narrador oral e historiador) en intensas jornadas de trabajo e investigación, buscó en los ojos, en las manos, en los labios, en la frente de ambos la solución al viejo y discutido dilema de los lazos consanguíneos.
Luego de comparar 66 caracteres antropométricos en el Héroe Nacional y su idolatrada niña, estos mostraron un ¡74, 3 por ciento! de compatibilidad, lo cual es una prueba de gran peso a la hora de afirmar que por las venas de María corría sangre martiana.
En el aludido texto el investigador expresa: “En el caso particular de la posible paternidad de José Martí con María Mantilla, se tenía el inconveniente de ser ambas personas fallecidas. Esto no es obstáculo cuando se cuenta con suficiente material fotográfico del cual se pueden sacar conclusiones fiables. Gran parte lo aportó gentilmente la doctora Nydia Sarabia, sin el cual no habría sido posible realizar la prueba. El método se aplicó sobre esta base, tal como en otras ocasiones se ha hecho con sujetos contemporáneos.
“Gracias a la abundante iconografía existente, se pudo contar con un amplio material comparativo, de modo que la prueba no confrontó dificultades mayores de las que podrían suponerse al no ser las personas sujetos físicos vivos. Justo por esta vasta disponibilidad de imágenes, se alcanzó a establecer comparaciones en un rango de semejanzas del 74,3 por ciento.
“Se exceptuaron las comparaciones en los casos en que no se disponía del elemento semejante, como lo es la sangre. En realidad, no obstante ser arduo el trabajo y complejo, no puede decirse que fuera difícil al extremo de sacrificar su fiabilidad”.
Seguidamente Ercilio Vento refiere que el índice de coincidencia, o porcentual de coincidencia, es alto y muy fiable, teniendo en cuenta que María posee también elementos que son heredados de su madre. “Hay detalles que superan el simple valor numérico, por su peso cualitativo. En este sentido llaman la atención algunas identidades: la forma del labio inferior, la comisura palpebral interna, la forma de la oreja, la forma de los ojos, el surco subnasal, la forma de la cara, el ángulo nasal, la orientación de las comisuras labiales, la orientación de las comisuras palpebrales, el eje general del ojo y las cejas, entre otros.
“Salvo que se aporte una prueba en contrario que niegue de manera rotunda lo comprobado a través del examen realizado, y para decirlo en el modo que se suele hacer: la paternidad de José Martí con María Mantilla no puede ser excluida.
“Se busca siempre que las cosas que se desean demostrar sean categóricamente ciertas, cuando en la ciencia se impone la prudencia y se sabe el carácter relativo que la naturaleza impone en todas las cosas. Aun en este caso, el examen ha sido lo suficiente concluyente para afirmar la paternidad presumida.
“Es importante destacar, además, que en todo este estudio el único propósito ha sido la búsqueda de una verdad, quizás demasiado tiempo escondida o no revelada”.
EL POR QUÉ DE UN AMOR DESBORDADO
Luego de arrojar la ciencia luz sobre este asunto, por muchos años presumido, pero que no había sido confirmado hasta hace 11 años, luego que se publicaran en enero de 2012 los resultados de esta investigación, es comprensible el amor desbordado que sentía el Apóstol por aquella pequeña que era fruto de su simiente.
La pasión que provocaba en él, no solo se evidencia en textos, sino en el trato tierno y cercano que tenía con ella, lo cual es hermosamente relatado por María en confesiones que recoge el libro Yo conocí a Martí, de la autora Carmen Suárez León, en el que la descendiente del Maestro hace un recuento de los placenteros momentos que pasó en su compañía.
“Viví junto a Martí por muchos años, y me siento orgullosa del cariño tan grande que él tenía por mí. Toda la educación e instrucción que poseo, se la debo a él. Me daba las clases con gran paciencia y cariño, y cada vez que tenía que hacer un viaje me dejaba preparado el itinerario de estudios que debía hacer en cada día durante su ausencia. En medio de todas las agonías y preocupaciones que llevaba sobre sí, nunca le faltaba tiempo que dedicarme.
“El francés me lo enseñó de manera sencilla y fácil de comprender, pero su mayor afán eran mis estudios de piano. Su deseo era que yo llegara a ser una buena pianista –que nunca logré serlo, pero si pude lograr tocar lo suficiente en aquellos años de niñez, para proporcionarle a él muchos ratos de placer.
“Siendo yo aún muy niña, se empeñaba en llevarme siempre a las reuniones de la liga, una sociedad de cubanos de color, todos hombres cultos y muy caballerosos, para que yo les tocara algunas piezas de música. Yo, como niña al fin, muchas veces no quería; pero Martí me decía: “Sí, hijita, es deber de uno darles placer a aquellos que no gozan de mucho”.
En otro momento de su relato dijo: “De Martí, el caballero, quedan grabados en mi mente tantos detalles de delicadeza y galantería con las damas, como decía él. Para él, la mujer era cosa superior. Siempre tan fino, y con una frase de elogio en los labios. Cuando se daba alguna reunión, en que se citaban las familias cubanas para celebrar algún santo o alguna otra ocasión, había música y un poco de baile, y Martí siempre sacaba a bailar a las señoras o señoritas menos atractivas y luego yo le preguntaba: “Martí, ¿por qué usted siempre saca a bailar a las más feas” y él me decía: “Hija mía, a las feas nadie les hace caso, y es deber de uno no dejarles sentir su fealdad”.
“Cuando él escribía algún artículo o carta o lo que fuera, su cerebro trabajaba con tal rapidez que las ideas le venían más ligeras de lo que la pluma le permitía escribir, y al concluir me llamaba y decía: “Mira, lee esto y dime que dice aquí”, porque el mismo no entendía lo que había escrito; pero yo sí lo entendía. Siendo su discípula, yo conocía cada rasgo de su letra. El me decía que yo era su secretaria. A veces me dictaba mientras paseaba por el cuarto, y yo tenía que escribir muy ligero para no perder una frase. Mi último recuerdo es el día que Martí se despidió de nosotros, cuando salió para Santo Domingo”.
LOS CONSEJOS Y SENTIMIENTOS DE UN PADRE
No era extraño que, consciente Martí de que compartía genes con la pequeña, le preocupara mucho su educación y formación, además del trato íntimo y del sostenimiento de una fluida correspondencia en los momentos en los cuales estaban distanciados. Por eso sus cartas hacia ella son una muestra de sentimientos desbordados y de sabios consejos para convertirla en una persona de bien.
Ejemplo de que la presencia de María era tan necesaria para Martí como el aire, lo evidencia una misiva en la que dice: “¡Me acordé tanto de ti en mi enfermedad! Una noche tenía como encendida la cabeza, y hubiera deseado que me pusieses la mano en la frente. Tú estabas lejos”.
Y en otro momento le expresa: “¿Y cómo no te querré yo, que te llevo siempre a mi lado, que te busco cuando me siento a la mesa, que cuanto leo y veo te lo quiero decir, que no me levanto sin apoyarme en tu mano, ni me acuesto sin buscar y acariciar tu cabeza?”
Y era tanta la urgencia de novedades de la niña y su mamá que les escribía: “Una carta he de recibir siempre de ustedes, y es la noticia, que me traerán el sol y las estrellas, de que no amarán en este mundo sino lo que merezca amor, -de que se me conservan generosas y sencillas, -de que jamás tendrán de amigo a quien no las iguale en mérito y pureza”.
Pero nada iguala esta confesión: “Es lo que me gusta más de ti: que te quieren los niños. Pero nadie te quiere más, ni desea más verte y oírte que tu Martí”.
Por su afán incesante de convertirla en una persona que brillara por sus valores, principios y comportamiento, siempre la aconsejaba en sus cartas sobre como querer a su madre: “…Pero ya estarás tranquila, cuidando mucho a tu madre tan buena, y tratando de valer tanto como quien más valga, que es cosa que en la mayor pobreza se puede obtener, con la receta que yo tengo para todo, que es saber más que los demás, vivir humildemente, y tener la compasión y la paciencia que los demás no tienen.
En otro momento le pedía: “Que tu madre sienta todos los días el calor de tus brazos. Que no hagas nunca nada que me dé tristeza, o yo no quisiera que tú hicieses. Que te respeten todos, por decorosa y estudiosa.
Y a estas lecciones se unían aquella que enunciaba: “…Sufrir bien, por algo que lo merezca, da juventud y hermosura. Mira a una mujer generosa: hasta vieja es bonita, y niña siempre, -que es lo que dicen los chinos, que sólo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño: y mira a una mujer egoísta, que, aun de joven, es vieja y seca”.
Luego la hace reflexionar sobre la virtud derivada del trabajo y la felicidad que proporciona el verdadero amor: “¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas, -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse, -llaman en el mundo «amor»”.
Y como lección de belleza magistralmente le dijo: “Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco.
“Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí”.
EL TRISTE DESENLACE DE UNA BELLA RELACIÓN
Lamentablemente el destino puso fin el 19 de mayo de 1895 a una relación que fue creciendo con los años y que de haberse prolongado hubiese alcanzado dimensiones inimaginables, debido a que Martí era un ser capaz de amar como pocos en el mundo, y nunca tendría a menos a quien -aunque en secreto- sabía que era una extensión de su prole.
Tenía catorce años María cuando muere en combate el más universal de los cubanos, quien -según algunas fuentes- llevaba en el bolsillo del chaleco, como el más preciado talismán, una foto de su pequeña.
María Mantilla visitó La Habana en el año del centenario del natalicio de José Martí, en enero de 1953, invitada por la Comisión Organizadora y siendo recibida con altos honores.
Después de largos años en Hollywood, y dedicada a una tranquila vida doméstica, y manteniendo la afición a la música que le inculcara Martí, murió en Los Ángeles el 17 de octubre de 1962 a la edad de 82 años.
Fue por mucho tiempo la única descendiente viva del Apóstol, pues su hermano José Francisco Martí Zayas Bazán (Ismaelillo) falleció en La Habana el 22 de octubre de 1945.
Esclarecer una historia llena de amor, pero también de misterio, es el objetivo de este trabajo, que no busca un cuestionamiento de los hechos ni de la figura de Martí, porque aunque lo concebimos como un hombre superior, no estaba exento de imperfecciones y quizás no pudo contenerse ante la belleza y los encantos de Carmen Miyares Peoli, pues al final -nada humano le era ajeno- como puede suceder con las pasiones.
Lo cierto es que haciendo honor a la verdad, debemos reconocer que María Mantilla y Miyares, fue hija del más universal de los cubanos, aunque ello obligue a que la aparente amistad entre el Maestro y esa niña, tenga que ser contada más como una relación paterno-filial, que como el inexplicable cariño que despierta una niña a la que solo la unía a Martí, aparentemente, la relación de amistad con la familia Mantilla y Miyares.